En el Festival de Viña, encuentro de dos generaciones
Autor del artículo: María Luz Marmentini / Medio: Ecran
Publicación original
Título: En el Festival de Viña, encuentro de dos generaciones
Fuente del artículo: Revista Ecran, Santiago, Nº1841, 17 de mayo de 1966.
Descripción: N plano general del ambiente nos muestra una reunión ruidosa (Sonido: voces de saludo; rumor de conversaciones; fondo: vasos que tintinean).
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APUNTES PARA UN  NOTICIARIO

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SECUENCIA 1. Interior. Noche. Hotel Miramar. 7 de mayo de 1966

UN plano general del ambiente nos muestra una reunión ruidosa (Sonido: voces de saludo; rumor de conversaciones; fondo: vasos que tintinean). En un sofá, Nieves Yankovic y Giorglo di Lauro conversan animadamente; más allá, Helvio Soto y Miguel Littin llegan presurosos, hablando de que deben partir de inmediato para un doblaje de «El Amor en América Latina»; Naum Kramarenco cuenta un chiste en un aparte; Alvaro Covacevic y Oscar Gómez saludan al Alcalde; en un sillón, un hombre con cara seria: Pedro Chaskel… Y más allá, una pareja que se ama haciendo cine: Patricio Guzmán y su esposa María Salomé; Rafael Sánchez, S. J., escucha y se guarda de dar consejos mientras Hernán Correa discute con Andrés Martorell sobre la ley del cine, y Boris Hardy saluda con entusiasmo. Las barbas no son una rareza en esta reunión, un poco alejados del centro, pero sonrientes, rostros jóvenes observan. Sus nombres no han sobrepasado la fama local: Andrés Squella, Natalio Pellerano, Gonzalo Undurraga. Críticos y cronistas circulan.

Corte a plano medio de Aldo Francia, presidente del Cine-Club de Viña del Mar, y José Troncoso, director del Cuarto Festival de Cortometraje de Viña. Conversan agitadísimos:

—Hay que agregar mesas…

—¡Jamás pensé que vendrían todos!

Corte.

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SECUENCIA 2. Interior. Noche. Hotel Miramar. 3 horas después.

En una esquina de la mesa del banquete el hombre de la cara seria está mas serio que nunca: Pedro Chaskel aparece en primer plano, pero curiosas sombras se proyectan sobre su rostro. Son los reflejos de tres estatuillas y dos diplomas que están a su alrededor y que aparecen en su proporción normal al alejarse la cámara y mostrarlo en plano medio. La cámara no logra captar el cheque de E° 2.000 que está en su bolsillo. El rostro es reflexivo. ¡Ha arrasado con todos los premios! El Gran Premio del Festival y la Paoa, el Premio al Mejor Film de Argumento en 35 mm. fueron otorgados a su película «Aborto«. El Premio a la Mejor Fantasía en 35 mm. y el Premio de la O.C.I.C. por su película «Erase una Vez». (Sonido: capta sus primeras palabras  después  de recibidos los galardones):

—¡Espero no haber  agotado mis  posibilidades  de  premios!

La cámara hace un travelling y se posa en los rostros satisfechos de Rafael Sánchez, premiado por el Mejor Documental en 35 mm., «Faro Evangelistas«; salta de allí a una sonrisa de Patricio Guzmán, premiado por la Mejor Fantasía en 16 mm., «Electroshow» (a nuestro juicio el film más imaginativo del Festival a pesar de utilizar sólo elementos estáticos); y se fija con dramatismo en el rostro de Giorglo di Lauro. Ha recibido un premio por el Mejor Documental en 16 mm., por su film «Andacollo«. Enviar «Andacollo» en 16 mm. fue casi un accidente. El film se ha exhibido habitualmente en 35 mm. Se pregunta: «¿Si lo hubiese enviado en 35 mm. habría obtenido  premio?»

Más allá, Andrés Martorell pasea desconcertado: ha obtenido una mención por su labor en fotografía de «Chile, Paralelo 56» y «Faro Evangelistas«, de Sánchez; «Andacollo«, de Di Lauro y Yankovic, y «Concierto para Instrumentos de Fibra«, de Hardy. «¡Tendría que dividir este diploma en diez!», dice. La cámara salta rápida a Boris Hardy. Ningún film publicitario ha obtenido premio. Boris lo plantea como un problema y en la discusión surge un hecho positivo: la inclusión en e] próximo festival de una categoría especial para cortometrajes publicitarios.

El clima final del banquete es más que una situación de resentimiento ante premios dados o no dados. Es el encuentro de dos generaciones: la antigua y la nueva guardia. Y se cita a una reunión frente a la prensa para el domingo en la mañana, donde se discutirá la ley de cine.

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SECUENCIA 3. Interior. Día. Sede del Festival. Domingo 8

Un circulo de sillas. Bajo un cartel de «Todos Somos Asesinos», de Cayatte, se sienta Aldo Francia, presidente del Cine Club. Hernán Correa rompe su silencio de cinco  días.

—¡Señores! —exclama—. ¿Y qué hay de la ley del cine chileno?

La ley, que ha actuado como sombra a lo largo de varios días, sale al fin a luz. Y con ella, más el telón de fondo de la no consideración del cine publicitario, el dramatismo del encuentro antiguas-nuevas generaciones cobra un dramatismo intensificado. La cámara salta del rostro de Correa al de Kramarenco.

—La ley de cine es un misterio —asegura Kramarenco. Y en esto hay unanimidad—. Los profesionales del cine sólo la hemos conocido circunstancialmente, pero sabemos que la creación de un Instituto de Cinematografía similar al de Argentina (sistema fracasado) sólo servirá para controlar la producción sin garantías para el realizador independiente.

—Sólo pedimos que se respeten tres puntos —dice Correa—, Exención del 15 por ciento de impuesto de cifra de negocios; liberación de importación de equipos y material, y aplicación al film chileno de los mismos impuestos que el extranjero, devolviéndose ese impuesto  al productor.

La Universidad de Chile es bombardeada por los viejaolistas: tiene exenciones y libre importación para realizar sus films. Pero Chaskel, director del Cine Experimental, aclara:

—La Universidad aprobó una moción para hacer extensivas estas franquicias al resto de los realizadores—. Pero la aparente desunión termina en una nota fraternal: ¡hay que luchar por la ley del cine y para ello la organización actual de cinematografistas es inoperante. La cámara se fija en el rostro dinámico de Nieves Yankovic.

—Que se forme el Sindicato de profesionales del Cine —exclama—. La idea está madura y meditada.

Y queda designada la comisión: Andrés Martorell, Héctor Ríos (del Cine Experimental), Hernán Correa y el abogado y cineasta Jorge Leiva, para fomentar una reunión inmediata de profesionales y formar el sindicato.

Sobre el rostro algo perplejo de Aldo Francia, que quizás no pensó que su Festival alcanzaria este inesperado desenlace, aparece  la  palabra FIN.

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CRONICA Y RACCONTO

El Cuarto Festival de Cine de Viña del Mar 1966 fue planeado como un festival más amplio que los anteriores. con participación de profesionales y no sólo de ficionados como se hizo anteriormente, y extensión al formato de 35 mm. Prácticamente sin limitación de fechas, la muestra fue una mirada retrospectiva al cine chileno de cortometrajes en los último diez años, además de incluir un ciclo de cine nacional y una selección de grandes films extranjeros de Welles, Bergman, Fellini y Godard, y una exposición de cine mudo nacional organizada por  ECRAN.

Los primeros cinco días del Festival fueron vividos en 16 milímetros, en un ambiente de reunión entre amigos. Pero la noche final la perspectiva se amplió a Cinemascope, con resultados inesperados. Hasta entonces, un sol tímido pero tibio, el encanto de Viña del Mar y la perfecta organización del festival (excelente entrenamiento para el Festival Latinoamericano de octubre, logrado gracias al entusiasmo y trabajo infatigable de Aldo Francia, José Troncoso, Guillermo Aguayo y diez esforzados cineclubistas viñamarinos) habían limado las aristas.

La sorpresa de los directivos del Cine-Club fue auténtica al aparecer en la noche de clausura el «tout cinema» de Chile, que se volcó con entusiasmo en la cena del Miramar.

El Jurado del Festival, compuesto por Aldo Francia, Joaquín Olalla, Walter Muñoz, Filma Canales. Jorge Leiva, Dr. Luis Sigall y Hans Ehrmann, logró casi unanimidad en la adjudicación de los premios (excepción hecha de Filma Canales, representante del Instituto Fílmico de la Universidad Católica, que defendió sus puntos de vista tan activamente como se columpió, y votó en contra del film «Aborto«, de Pedro Chaskel, por razones morales).

Un promedio de 300 personas asistió a las exhibiciones de cortometrajes nacionales, cuya visión general dejó en evidencia varios hechos:

1) Con los precarios elementos con que se sigue contando en el cine nacional, es casi un milagro que se mantenga el interés por el cine en Chile, y hay que agradecer a los profesionales de cine y al Cine-Club de Viña el haber creado el clima adecuado para  estos encuentros.

2) El nivel del cine aficionado, en la actualidad, es apreciable, tomando en cuenta, también, la escasez de medios. Importante es el trabajo que realiza el Instituto Fílmico de la Universidad Católica y el Cine Experimental de la Universidad de Chile, aunque en estos institutos participan, al mismo tiempo, profesionales (Sánchez, Chaskel, Héctor Ríos) y aficionados. El cine de 8 mm. no tuvo gran brillo. Sólo dos films arguméntales: «But Daddy», de Evans, y «Opus I», de Undurraga, fueron premiados. Hecho curioso y general: los cortometrajistas buscan a Chile en el paisaje y no en el hombre y esto enfría su visión. ¿Por qué?

3) El cortometraje publicitario se ha mantenido en un excelente nivel técnico, pero por su calidad de «cine de encargo» compitió en condiciones desfavorables frente a un jurado que consideraba primordial una búsqueda de posiciones y caminos dentro de un «cine de expresión».

4) Es indispensable fomentar la cinematografía nacional a través de una legislación que libere de impuestos la internación de material y equipos y que permita al productor recuperar su inversión. Y si esto ocurre, es indispensable, también, la formación de una escuela de técnicos cinematográficos para la creación de los equipos de filmación necesarios en caso de incrementarse la producción de largometrajes.

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