Viña del Mar: Maratón Cinematográfica
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Maratón cinematográfica

Con sus 110 películas, entre cortos y largometrajes de nueve países, el Festival de Viña del Mar se convirtió en una maratón cinematográfica, con exhibiciones diarias desde las 14.30 hasta la una o dos de la mañana, a lo que se sumaron las sesiones matutinas (entre tres y cuatro horas) del Encuentro de Cineastas. A medida que pasaron ocho días con este ritmo de trabajo, los ojos enrojecían, los pasos se tornaban inciertos y el cansancio abrumaba, pero el entusiasmo de los asistentes puedo más que el agotamiento físico.

Fue la muestra más completa de cine latinoamericano que hasta la fecha se haya reunido en lugar alguno. Los participantes extranjeros sumaron 145, en su mayoría menores de 40 años.

Hubo una coherencia total entre las películas presentadas y las posiciones sustentadas en el Encuentro. El temario inicial fue descartado en la primera sesión. Abarcaba la situación del “nuevo cine” latinoamericano (orientación, producción y distribución), más aquella del corto y del cine educativo. Se le reemplazó por cuatro puntos: Imperialismo y cultura, informes nacionales, cine y revolución, la docencia del cine.

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CINE ARTE DE VIÑA DEL MAR

Funciones desde las 14.30 hasta las 2 de la mañana

 

Incidente fronterizo

La primera sesión dedicada a este temario fue muy particular, tal vez por la tendencia de algunos delegados de desahogarse, diciendo cosas que no podían formular en su propio país. Se designó presidente honorario del Encuentro al Che Guevara y hubo un tono solemne y declamatorio. Lo político desplazó al cine y el rumbo que tomaba el Encuentro no agradó a los chilenos, hasta ese momento testigos mudos de los acontecimientos. Su posición no era de negación de los problemas políticos, sino en cuanto al camino a seguir. Creían que una mejor forma de enfocar el fenómeno del imperialismo y penetración norteamericanos era a partir de la realidad concreta del cine. Súbitamente se retiraron para deliberar y acordaron emplear una tónica violenta para lograr un impacto. Hubo unanimidad que la persona más idónea para un exabrupto era Raúl Ruiz.

Retornaron a la sala, tras hacer un collage de frases e ideas que serían la base de su intervención. Cuando se le concedió la palabra, Ruiz habló desde su asiento y en voz baja. “Que se pare”, dijo alguien. “No me paro, estoy bien así”, replicó. “Que hable más fuerte”, exigieron otros, “No puedo”, dijo el realizador de los Tigres, a quien poco le cuesta oficiar de “niño terrible”:

-Tengo la voz mal impostada, como el 80 por ciento de los chilenos. La forma en que aquí se están discutiendo las cosas, en forma declamatoria, vaga y parlamentaria, es reñida con la manera de ser chilena. Nosotros conversamos las cosas en otra forma. Aquí se están repitiendo lugares comunes sobre imperialismo y cultura que se pueden leer en cualquier revista; y luego viene Fernando Solanas a contarnos La hora de los hornos, que ya vimos anoche. Nosotros nos vamos a la sala del lado a hablar de cine. Los que quieran pueden venirse con nosotros. Ah, y tampoco nos gusta que nos tomen p’al fideo (la expresión empleada fue más fuerte y más chilena) al Che Guevara. Eso es igual a los españoles que, en las reuniones de cineastas, colocan una estatuilla de San Juan Bosco sobre la mesa.

Cuando terminó, las sala estaba de pie. “Están quebrando el Encuentro”, dijo uno, y en el primer momento nadie comprendió el objetivo de la intervención chilena, que – por cierto – era inaudita en su tono. Pero pronto se hicieron las paces y, a partir de la sesión siguiente, los debates se desarrollaron dentro de una tónica más precisa y concreta. El uruguayo José Wainer sintetizó el episodio como “prier incidente fronterizo chileno-argentino”.

Militancias varias

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 ALFREDO GUEVARA

Plantea posición cubana

Comparando obra y posiciones teóricas de los cineastas con aquellas de los escritores latinoamericanos que hace poco se reunieron en Chile, no cabe duda que ahora se dieron posiciones más radicales, más ligadas a lo contingente en materia de lucha contra la dependencia económica y cultural.

La diferencia fundamental con los escritores fue que la obra de esos se conocía de todas maneras, mientas aquella de los cineastas habría permanecido inédita en Chile a no mediar el Festival. Por este mismo hecho de que lo fundamental era el conocimiento de la obra, no hubo esta vez premios y en el Encuentro mismo no se buscó llegar a una declaración final, porque se le dio más importancia a la fijación de la diferentes posiciones.

En las películas hubo unidad en los objetivos de fondo, aunque los caminos seguidos variaran.

Eso se vio desde el exhaustivo análisis de La hora de los hornos de Solanas y Gettino (ERCILLA 1787) hasta las crónicas de incidentes estudiantiles en toda América y los episodios de mayo en Córdoba, también en el film boliviano Yawar Malku, de Jorge Sanjines, el único ovacionado de pie por los asistentes al Cine Arte.

La participación brasileña estuvo dividida entre largometrajes de ficción en que el contenido se transmitía bajo una capa de cine de entretención (Antonio das Mortes, de Glauber Rocha) y documentales que registraban diversos aspectos del subdesarrollo, sobre todo en el nordeste.

Venezuela, Colombia y Uruguay también presentaron en sus cortos un cine combativo y agresivo. La única excepción a esta tónica general fue México, con películas que superaban muy poco el bajo nivel de la producción comercial de este país.

Cuba – con apenas diez años de cine – proporcionó la muestra nacional más sólida, y en los debates. Alfredo Guevara (director del Instituto del Cine, Icaic) aportó, con gran claridad, sus fundamentos teóricos.

Los documentales de Santiago Álvarez (L.B.J, Hanoi, martes 13) son de un nivel tal que lo colocan plenamente a la altura de Yoris Ivens (presente en Viña) y otros grandes del género. Y en los largometrajes además de su calidad artística y nivel técnico, se conoció a varios realizadores con un sello plenamente individual.

Apertura

Dijo Guevara

– Somos partidarios de abrirnos a todas las experiencias y enfáticamente rechazamos el camino único. Somos partidarios cerrados de la apertura. El dogma en el lenguaje y lo que va tras él es el enemigo de la revolución.

No todos tuvieron su misma amplitud de criterio. La pauta la dio un estudiante de cine argentino (hubo 40), al explicar su interés por asistir al Festival: “vine a ver cómo hacíamos al revolución”.

Esta posición extrema se manifestó en gran parte de la delegación argentina, que enfocaba el cine como instrumento político y de agitación. Hasta hubo quien insinuó que la “gramática cinematográfica” era una forma de colonización extranjera y que había que descartarla. Esta posición de los “guerrilleros del cine” fue consecuente con sus obras, pero en sus planteos hubo una dosis de infantilismo revolucionario, por la intransigencia con que se formulaban.

El cine se enfocó, en general, en términos políticos y no artísticos; dentro de este criterio abundaron los matices. Las condiciones dadas en cada país determinaban tanto el tipo de cine que se producía como asimismo las posiciones teóricas.

Por etapas

La organización del Festival nunca se repuso del todo del caos inicial, resultado de la llegada de visitas extranjeras que duplicaros la cantidad esperada. Más al tercer día, a nadie le importó y hasta la agotadora maratón cinematográfica se soportó con gusto. Era una oportunidad para conocer el cine latinoamericano en toda su amplitud que nadie quería desperdiciar. Se acordó que el Festival sería bienal, alternando con aquel de Merida (Venezuela), organizado por la Universidad de Los Andes. Así surge una alternativa a los Festivales de Río y Mar del Plata, dedicados fundamentalmente a la producción comercial.

Algunos delegados hasta hallaron tiempo para degustar una amplia gama de vinos chilenos. Líder de este grupo fue el brasileño Ruda de Andrade: “Para hacer la revolución, hacen falta cocteles Molotov, para lo que se necesitan botellas vacías. La cosa es por etapas. Yo pongo mi parte”.

Mientras se realizaban las sesiones, otro brasileño, el paulista Aloysio Raulino, rodó un corto sobre el Festival (con el camarógrafo Iván Napoles, prestado por los cubanos) y Saul Landau filmó una serie de entrevistas para la TV educativa de USA. También estuvo dentro del temario del Festival. Su tema el impacto de la política exterior norteamericana y el imperialismo.

 


Así nos vieron en el Festival

Hace dos años Chile apenas presentó unos pocos (y no necesariamente buenos) cortometrajes; esta vez se hizo presente en el Festival de Viña con varios largos. ¿Qué opinión les merecieron a algunas de las visitas de otros países? Louis Marcorelles (Cahiers de Cinema) opinó con vaguedad abrumadora: “Me resultan muy reveladoras las diferencias entre las cinematografías nacionales en América latina. En cuando a lo chileno, muy profesional, muy personal, Ruiz me pareció muy estilizado, y Aldo Francia (Valparaíso mi amor), muy personal y perceptivo”.

Mas no quiso decir, tal vez acusando el golpe de los ataques surtidos al paternalismo europeo en los debates del Encuentro. Menos reticentes fueron otros:

JOSE WAINER (Marcha, Uruguay): “Fue lo más revelador de este año, considerando que en el último festival el cine chileno casi no existía. Ahora me encuentro con varias películas que, en el peor de los casos, tienen un nivel aceptable, y en su mejor ejemplo (Tres tristes tigres) manifiestan la presencia de un talento muy bien dotado, del cual el cine latinoamericano puede esperar lo mejor. El atributo principal de las películas es su sensibilísimo don de observación de sedes y atmósferas en un medio popular”.

FRANCISCO GALINDEZ (crítico argentino): “En el conjunto de la selección chilena se destaca nítidamente Tres tristes tigres¸ de Raúl Ruiz. Sobre todo, por la sensible recreación de ciertos modos de vida muy chilenos, ciertos ambientes nocturnos que captan totalmente las vivencias de los personajes. Por otra parte, se nota en Raúl Ruiz la existencias de una auténtica personalidad cinematográfica, que le permite narrar y descubrir el mundo a su manera. En el resto de la producción chilena, sólo es posible destacar un meritorio esfuerzo productivo, el cual sólo encontrará su razón de ser cuando los hombres que hagan cine este país se planteen a fondo, sin tabúes y sin preconceptos, la realidad chilena y latinoamericana, que los caracteriza y compromete por igual”.

JOSÉ CARLOS AVELLAR (Jornal do Brasil, Río):”Mi primera impresión del cine chileno es muy favorable. No creo que ya se haya encontrado, pero sí que está en camino. Caliche, de Soto, me parece muy significativo, creo que es la primera película en América latina que tiene por centro las fuerzas acosadas, hecho en forma tradicional, dice las cosas con claridad. Los Tigres que agradaron por ser una forma de mostrar la manera de ser del chileno. Largo viaje, sin duda, fue la película menos resuelta, por su lenguaje y también por su formulación ingenua y confusa, de porte paternalista y sentimental”.

PETER SCHUMANN (alemán, delegado de los Festivales de Berlin y Oberhausen): “Sólo hubo una película chilena que me pareció digna de atención: Valparaíso mi amor, por la forma lograda en que presenta un medio social en forma crítica. No entendí los Tigres, para mí fueron demasiado herméticos. En cuanto a Caliche, no capté su planteamiento político, y, en lo formal, me recordó demasiado a los westerns italianos. Largo viaje me pareció un ejemplo de cómo no se debe hacer un film sobre un medio social superficial en su crítica y muy anticuado en la forma.

ISAAC LEON (revista Hablemos de Cine, Perú): “Me sorprendió el nivel alcanzado en los últimos dos años por el cine chileno, en su manejo de un oficio coherente que aun no vemos en el cine peruano. En cuanto a lo expresivo y creativo, las películas dejan que desear, con una excepción: Tres tristes tigres, de gran calidad y una de las mejores películas del Festival, por la autenticidad de su visión de un medio chileno. En ese sentido, Largo viaje se queda en el terreno de esquemas ya superados Valparaíso mi amor y Caliche sangriento son películas interesantes aunque fallidas: no llegan a expresar plenamente las intenciones del realizador. En Caliche hay cierta inadecuación entre la acción y las reflexiones que se pretende expresar, hay demasiada preocupación por los formal Valparaíso también es algo superficial. Pero estas últimas son películas defendibles y pueden gustar”.

SAUL LANDAU (realizador de Fidel, USA): “Aunque perdí una buena parte de los diálogos, comprendí el eje central de los Tigres: la falta de contacto entre la gente a todos los niveles. Visualmente capte una cantidad fantástica de juegos sicológicos, cuyo objetivo es evitar la comunicación. Es sutil en su montaje y sobre todo, en la dirección. Ruiz es hombre de talento. Valparaíso me pareció una película de gran sinceridad y convicción, en su presentación de gente pobre combina el neorrealismo italiano con Oscar Lewis. Caliche? No tengo comentario al respecto…, el colorido me pareció muy lindo”.

SANTIAGO ALVAREZ (realizador, Cuba): “Los temas que se planean son positivos y no están exentos de contenido. Extraoficialmente, puedo informar que pensamos comprar los Tigres para Cuba, por lo que muestra de la sicología del chileno. En cuando a Caliche, es un poco tediosa, pero su tema es bueno. Valparaíso muestra gran sensibilidad humana y amor por los niños y la ciudad. Es muy sincera y refleja la personalidad de su realizador”.