Balance de una experiencia

Tres directores obtuvieron asilo político al momento del golpe de Estado; otros dos estaban en Europa y dos más dejaron el país poco después. Así, repentinamente, tuvo fin una actividad de casi tres años: 12 largometrajes de ficción, 4 largometrajes documentales y cerca de 150 cortometrajes, más 9 largometrajes hechos por directores extranjeros, 5 de los cuales eran coproducciones.

Desde el punto de vista creativo, algunas películas eran claramente mejores que otras, pero —por encima de eso—, los cineastas se caracterizaron por un grado enorme de vitalidad, de entusiasmo y de ansias de éxito. Estaba la generación antigua, con Helvio Soto, Aldo Francia y Enrique Urteaga, todos en los 40 años; otro grupo, el más importante, con Miguel Littin, Raúl Ruiz, Patricio Guzmán, Sergio Castilla y Carlos Flores, todos en la treintena, mientras que algunos realizadores ligeramente más jóvenes (entre ellos, Pablo de la Barra y Pepe Cavieres) debían comenzar su primer filme en septiembre pasado.

ecran741_22021974.jpgTeóricamente, Chile Films habría podido proveer una infraestructura sólida para su trabajo. A nivel práctico, cada uno se las arregló por su cuenta. Resulta que el financiamiento quedaba tal como era antes, ligado a empresas privadas y a préstamos bancarios; en casos aislados venía de las televisiones italiana y alemana.

Chile Films fue fundado hace sólo treinta años y siempre ha sido una especie de elefante blanco, debido a que ninguno de los gobiernos precedentes logró hacer funcionar los estudios correctamente. Bajo la Unidad Popular, Chile Films pasó por tres fases bajo tres presidentes. El primero fue Miguel Littin, personalidad creativa con buenas ideas, entre ellas, talleres que pudieron haberse convertido, con el tiempo, en una escuela de cine eminentemente práctica. Pero no era un buen administrador y, desafortunadamente, le faltó un director general que pudiera haberse ocupado de manera eficaz de este asunto: por el capricho de nombramientos políticos, el cargo cayó en un antiguo estudiante de teología que era una persona muy simpática, pero…

Las faltas administrativas fueron en gran medida responsables de los resultados limitados obtenidos durante este período. Otro elemento que no puede ser ignorado es que Littin era considerado como demasiado «izquierdista», y por lo tanto, de poca confianza para ciertos miembros de la coalición gubernamental.

La política estuvo activa durante la Unidad Popular. Hubo, desafortunadamente, un cierto número de luchas internas en el seno de la izquierda y también hubo momentos de intenso sectarismo; y el conflicto continuo entre el gobierno y la oposición era aún más duro. Todo era objeto de luchas constantes y nada era fácil; estos elementos eran parte esencial de la atmósfera cotidiana, de las tensiones constantes de la vida diaria. Y temo que toda descripción de películas chilenas de este período sea incompleta si se olvida este contexto.

El sucesor de Littin en la presidencia de Chile Films fue Leonardo Navarro, quien estudió economía y trabajó como asistente de Raúl Ruiz. Debió hacer frente a la grave situación que se engendró por la decisión de los distribuidores estadounidenses de detener la exportación de sus filmes a Chile. Intentando resolver la situación, Navarro puso en marcha la producción de dos películas. Pero su política en este dominio fue la más errónea que se pueda imaginar. En lugar de producciones de presupuesto pequeño que hubiesen reflejado los aspectos de la vida contemporánea y los problemas del país, optó por costosas películas históricas basadas en la vida de personalidades del siglo XIX. Peor aún, la responsabilidad de la más cara de las películas fue confiada a un director cuyo pasado profesional consistía únicamente en cortometrajes y documentales comerciales más bien mediocres.

Una de las primeras decisiones de Eduardo Paredes, tercer y último presidente de Chile Films durante este período, fue detener estos proyectos costosos. Pero tanto dinero se había gastado ya en la preproducción, que dos películas de presupuesto normal podrían haberse financiado con ese dinero. Paredes, doctor y amigo personal del Presidente Allende, había sido antes jefe de la Policía de Investigaciones y fue asesinado en septiembre pasado durante el golpe militar. Sus contactos anteriores con el cine habían sido los de un espectador bastante ocasional. Aunque sus conocimientos técnicos o culturales hayan sido limitados, se reveló en su nuevo puesto como un trabajador sólido y como un buen organizador. Bajo su dirección, la administración algo caótica de Chile Films se racionalizó y se volvió más eficiente: ése es el aspecto positivo de su trabajo. Hubo también una mejora considerable de los noticieros bimensuales. Al mismo tiempo, se continuó poniendo énfasis en la distribución, con un resultado que se puede calificar en el mejor de los casos como irregular, ya que nunca se vieron tantas malas películas en Santiago como en 1973. Paredes dio también una prioridad importante a la nacionalización de los cines, y trece (de un total de 68 en Santiago) quedaron a cargo del gobierno antes de septiembre.

Es posible que con uno o dos años más, Chile Films hubiese podido mejorar su acción en los tres dominios de la distribución, la explotación y la producción, pero su balance, tal como está, difícilmente puede ser alabado. Y esto no se debió a una falta de dinero: con el dinero perdido de Chile Films se podrían haber financiado numerosas películas.

Filmes y cineastas fueron reducidos prácticamente a sus propios medios, lo que, después de todo, pudo no haber sido algo malo. Dada la ineficacia de muchos ejecutivos de Chile Films, estuvo muy bien que no tuvieran ningún control sobre los cineastas.

Entre los documentales, EL PRIMER AÑO, de Patricio Guzmán fue presentado en París por el grupo Slon. CHILE, EL GRAN DESAFÍO, de Álvaro Covacevich, es una película superficial y pobremente hecha sobre la visita de Allende a México, Cuba, Estados Unidos, la Unión Soviética, etc. COMPAÑERO PRESIDENTE, de Littin, está compuesta de una serie de conversaciones entre Allende y Régis Debray de gran interés histórico e ideológico. DESCOMEDIDOS Y CHASCONES, de Carlos Flores, es un análisis inteligente de la actitud de la juventud de diferentes medios sociales frente a la vida y la sociedad.

Quizás el aspecto más impresionante de los cineastas en este país era la variedad de estilos, de personalidades y de temáticas de sus filmes. Pero no debe creerse que estos creadores aparecieron milagrosamente con la Unidad Popular. Es en 1969, en el Festival de Viña del Mar, que se comenzó a hablar de un «nuevo cine chileno», con filmes como EL CHACAL DE NAHUELTORO, de Littin, TRES TRISTES TIGRES, de Ruiz, que obtuvo el primer premio ex-aequo en Locarno en 1969, y CALICHE SANGRIENTO, de Soto: es este movimiento el que creció y maduró entre 1971 y 1973.

LA TIERRA PROMETIDA, de Miguel Littin, presentada en el Festival de Moscú 1973, combina dos episodios de la historia chilena: la República socialista de 1932 (que dura menos de dos semanas) y la masacre de campesinos en Ranquil en 1934; visualmente, se inspira en imágenes de cerámicas populares y en pequeñas figuras de colores de Talagante. Se esperaba mucho de esta película, que no se vio en Chile.

PROYECTO 1 es el título provisorio de la «ópera prima» de Sergio Castilla, que estudió en la I.D.H.E.C. y trabajó con 50 niños y con adultos no profesionales. Entre ellos, un estadounidense que se parece un poco a Kennedy y que se convierte de repente en un Superman o un marine, y un abogado jubilado que interpreta a un ministro. El filme es una extraña y a ratos original combinación de mecanismos de cómics y de simbolismo ideológico.

YA NO BASTA CON REZAR, de Aldo Francia, que trata la radicalización de un cura católico, fue presentada en París. LOS TESTIGOS, de Carlos Elsesser, película neorealista honesta pero limitada, sobre los pobladores de los alrededores de Santiago que son constantemente engañados por los burócratas y los especuladores, fue hecha en 1968, no fue distribuida hasta 1971.

OPERACIÓN ALFA, de Eduardo Urteaga, trata el tema de la conspiración que condujo, en 1970, al asesinato del General Schneider, comandante en jefe del ejército; la interpretación es débil y el acercamiento es bastante melodramático, pero, de manera sorprendente, tuvo ingresos bastante buenos aquí.

GRACIA Y EL FORASTERO, de Sergio Riesenberg, es una historia de amor a partir del best-seller del escritor chileno Guillermo Blanco: se importaron dos estrellas de la televisión latinoamericana para la distribución.

Raúl Ruiz fue el más prolífico. Su NADIE DIJO NADA, financiada por la R.A.I., es, de alguna forma, una continuación de TRES TRISTES TIGRES. LA EXPROPIACIÓN pone en escena a un terrateniente de origen aristocrático y su familia en el momento en que sus tierras serán expropiadas por la reforma agraria. Con su título irónico, REALISMO SOCIALISTA es un largometraje crítico que se sitúa en dos medios diferentes: la pequeña burguesía intelectual y los obreros de las fábricas. Finalmente, Ruiz hizo PALOMITA BLANCA, adaptada de manera muy libre a partir de la novela del autor chileno Enrique Lafourcade; es la única de sus películas que tuvo un productor comercial: este señor esperaba de Ruiz una especie de LOVE STORY y se encontró con algo totalmente diferente.

Ruiz, el apóstol del cine directo (cinéma direct) de Chile, es altamente imaginativo y talentoso, un director muy rápido que logra habitualmente obtener una interpretación excelente de actores no profesionales. Pero, por alguna misteriosa razón, difícilmente consigue terminar sus filmes. Por lo general, las exhibe en privado y en copia de trabajo, luego, en vez de dedicar algunas semanas a terminarlas, prefiere comenzar una película nueva.

VOTO + FUSIL, de Helvio Soto, suscitó una discusión política considerable en el seno de la izquierda. Fue incluso peor con su METAMORFOSIS DEL JEFE DE LA POLICÍA POLÍTICA. Aunque nadie haya visto el guión completo, el filme y Soto fueron rabiosamente atacados en la prensa de izquierda porque se creyó que se trataba de la represión de la extrema izquierda por parte del gobierno (mientras el señor Paredes era jefe de la Policía de Investigaciones) y en la cual hubo víctimas. Era un punto muy sensible y no se perdonó a Soto el hecho de haber -aparentemente- tratado este tema. Un episodio similar y desagradable ocurrió cuando Costa-Gavras rodaba ESTADO DE SITIO en Chile. Fue violentamente atacado (bajo acusación de hacer un filme «pro-imperialista») por la prensa de un bando que no había olvidado que Costa-Gavras hizo L’AVEU.

Felizmente, estos casos fueron excepciones y el cine no tuvo ningún problema de censura, reflejando un amplio abanico de puntos de vista. Pero el movimiento tuvo su fin antes de haber logrado su meta. Muchos de los filmes que mencioné aquí no fueron distribuidos en Chile y no serán probablemente vistos dentro de un futuro previsible. Sin embargo, de todas las artes, el cine reflejó con mayor éxito la atmósfera y los sucesos ocurridos durante la presidencia de Allende. Eso le da, aparte de los méritos artísticos individuales, una considerable importancia histórica.