II Festival de cine de Viña del Mar: Un torneo rebelde
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EL SABADO 1.º de noviembre culminó la semana del II Festival de Cine Latinoamericano de Viña del Mar, que se celebró en forma paralela con el II Encuentro de Cineastas Latinoamericanos. Sin que fuera un golpe intencional, el evento se inauguró y se clausuró con dos películas chilenas: “Valparaíso mi amor”, de Aldo Francia, y “El Chacal de Nahueltoro”, de Miguel Littin, respectivamente.

EL FESTIVAL Y LAS PELICULAS

Se exhibieron más de veinte largometrajes y más de 40 cortometrajes. En la mayoría de las películas exhibidas, por no decir en todas, predominó la línea del compromiso político o la denuncia social, lo uno como pretexto de lo otro, o viceversa.

Hecha la salvedad anterior, como países merecen destacarse Cuba, en primer término, y Chile (no es chauvinismo) en segundo, sin considerar el caso aislado del boliviano Jorge Sanjinés que presentó dos largometrajes excelentes.

En cuanto a las películas, vale la pena hacer una breve referencia a las siguientes: “Memorias del subdesarrollo”, de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba). Con esta obra el cine cubano alcanza definitivamente su mayoría de edad. Trata de las reflexiones críticas que se plantea un joven burgués, no convencido de la revolución, sobre lo que ésta significa para el antiguo status y cómo el arrollador proceso de cambios lo va transformando a su pesar, de simple testigo a protagonista de una sociedad dinámica.

“La hora de los hornos”, de Fernando Solanas y Octavio Getino (Argentina). Film-manifiesto estético y político. Según sus autores contiene la antiestética del “tercer cine”, en el que importan más el compromiso y la militancia política que los logros de expresión de acuerdo a un lenguaje anquilosado e impuesto desde fuera (Europa). “El dragón de la maldad contra el santo varón” (Antonio das Mortes), de Glauber Rocha (Brasil). El poderoso impacto estético de este film recuerda “Dios y el Diablo en la tierra del sol”, del mismo realizador, obra que sirviera a los estudiosos para enunciar -animados por Rocha- los postulados de la estética de la violencia. La fuerza de la imagen y el profundo contenido social-folklórico de la película, la transforman en una experiencia visual insustituible.

Entre los restantes largometrajes, los que más se destacaron fueron los poemas sociales en aymará de Jorge Sanjinés, “Ukamau” (“Así es”) y “Yawar Malku” (“Sangre de Cóndores”), de Bolivia. Por otra parte, Cuba demostró una vez más la madurez de su cinematografía, pues junto a “Memorias del subdesarrollo” (basada en la novela de Edmundo Desnoes) ofreció: “Lucía”, de Humberto Solas (a quien conociéramos “Manuela”, en el festival anterior), que en tres episodios de distinto estilo y ritmo cinematográfico revive la justicia de las causas revolucionarias en la historia de Cuba (1895, 1932 y 1968).

“La odisea del general José”, de Jorge Fraga, conjuga lo épico con la descripción de la lujuriante naturaleza tropical para construir un acertado cuadro heroico y patriótico; “La primera carga al machete”, de Manuel Octavio Gómez, pretende reconstruir en forma de crónica (cine encuesta, cámara de mano, filmación de exteriores y batallas, etc.) lo que fue la primera guerra de liberación (1868), en que el pueblo de Cuba participó como protagonista espontáneo, su extensión hace fracasar un valioso experimento fílmico que, en todo caso, logra un desacostumbrado impacto documental. Los documentales de Santiago Alvarez, desde la sátira política cruel, con “L.B.J.”, hasta el film “propagandístico y panfletario”, como “Despeque a las 13”, pasando por la crónica de “Hanoi, martes 13”, demuestran que es uno de los más grandes documentalistas de nuestro tiempo, y que puede sacar una obra interesante de la nada. Las demás películas cubanas son en la línea que ya se les conocía, revolucionario y social, hasta llegar a “David”, de Enrique Pineda Barnet, extenso y reiterativo documento sobre el héroe cubano Frank País, dirigente de la guerrilla urbana.

Para terminar la mención de los films basta citar el acierto de “Breve cielo”, de David José Kohon (Argentina), poético film sobre una juventud urbana, punto valioso del cine de observación crítico-costumbrista.

LOS FILMS CHILENOS

Los cortometrajes chilenos no tuvieron especial brillo. No es de extrañar, pues los realizadores de interés, como Ruiz, Francia, Soto y Littin, han volcado todas sus fuerzas al largometraje. Y han tenido éxito. De las películas exhibidas, “Largo viaje”, de Patricio Kaulen, y “Tres tristes tigres”, de Raúl Ruiz, conquistaron premios en Karlovy-Vary (1968) y Locarno (1969), respectivamente. Además, el film de Ruiz fue considerado por la mayoría de los cineastas consultados como uno de los mejores de todas las películas exhibidas en el Festival de Viña del Mar. Aldo Francia con “Valparaíso mi amor”, consiguió una obra interesante y digna, y “Caliche sangriento”, de Helvio Soto, logra una calidad técnica sorprendente en el cine chileno y aun latinoamericano. Por último “El Chacal de Nahueltoro”, da a Miguel Littin un sitio privilegiados entre los cineastas del continente, sobre todo porque es una obra de gran valor, que entrega en forma admirable lo que pretende: piedad por el marginado social, y, en su primera parte, llega a alturas características de la obra de arte.

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EL ENCUENTRO

El encuentro de Cineastas se organizó fundamentalmente para analizar los problemas estructurales que afectaban al cine de América latina y asimismo intentar la solución de los mismos. Concretamente se debía hablar de producción, preparación de cineastas, contactos culturales, distribución, aspectos jurídicos, fortalecimiento del Centro del Nuevo Cine, situación del cortometraje y del cine educativo, etc. Sin embargo, en la primera sesión, y gracias a la mayoría adepta al Grupo Cine Liberación de Solanas-Gettino, con al anuencia de los delegados cubanos, el temario se estableció en base a la factura de un cine de militancia revolucionaria para combatir el imperialismo, desechando los cánones estéticos impuestos por Europa. No obstante, quedó el valor del contacto personal y el cambio de opiniones que es imprescindible en un cine que vacila en la búsqueda de caminos para establecerse como voz eficaz del Tercer Mundo. Además, los acuerdos sobre el temario primitivo se tomaron, de todas maneras al margen, lo que permite la continuidad de la realización cinematográfica de expresión. Otra conclusión concreta fue hacer los festivales de Mérida, en Venezuela, y de Viña del Mar, en forma alternada, es decir, uno por año, para reunir así anualmente a los cineastas latinoamericanos.

Además de las personalidades americanas, como los cubanos Santiago Alvarez y Alfredo Guevara, los argentinos Fernando Solanas, Octavio Gettino, Simón Feldman, Maurició Berú, Agustín Mahieu y Edgardo Kozemriski, el mexicano Jorge Ayala Blanco, el venezolano Carlos Rebolledo, el boliviano Jorge Sanjinés, los uruguayos Mario Handler, José Wainer y Walter Achugar, el brasileño Ibere Calvacanti y el peruano Isaac León, asistió como invitado especial el gran documentalista holandés-internacional Joris Ivens (que realizara “A Valparaíso”, entre nosotros, en 1964), los críticos francess Louis Marcorelles -que comunicó que “Cahiers du Cinéma” no se publicaría más, ya que el 24 de octubre tuvo problemas insalvables con el editor- y Pierre Kast; el realizador norteamericano, Saul Landau, autor de la película “Fidel”, y Peter Schumann, del Festival de Cine de Berlín.

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