¿Renace el cine chileno? Helvio Soto
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ESTA TRIBUNA ha estado abierta a todos los personajes que puedan dar una respuesta válida y cuyas opiniones sean capaces de estimular un surgimiento auténtico del cine nacional o exponer problemas que puedan ser superados con ese mismo fin. La noticia que un film chileno no podía exhibirse por no contar con sala ni fecha de estreno nos inquietó. Personeros que nos merecen plena confianza nos habían asegurado de que los films nacionales podrían llegar hasta el público sin mayores problemas, completando así la función vital para la que toda película es creada: someterse al juicio público. Esta inquietud nos llevó a consultar a «Continental Films», distribuidora afiliada a Chile Films, cuyo presidente, Eduardo Trabucco, nos expresó que Continental había ofrecido distribuir el film, pero que éste había sido voluntariamente retirado por su director.

La misma inquietud, el deseo periodístico de dar los dos lados de la historia, y aún más, de contar en esta tribuna de ECRAN con las opiniones sobre el renacer del cine chileno, de uno de los cuatro realizadores cuyos films se han estrenado este año, nos llevó a entrevistar a Helvio Soto. Este dirigió el episodio chileno de «El A. B. C. del Amor», «Mundo Mágico». Y es el director también de la película cuya exhibición atraviesa por problemas, «Erase un Niño, un Guerrillero, un Caballo«. La respuesta de Soto va en dos partes: una carta, en que específicamente relata sus razones para retirar el film de «Continental», y la otra, una respuesta a nuestra encuesta, sobre el renacimiento del cine chileno.

N. de la D.

ecran3_1910_12091967.jpgLas aventuras de… «Un niño, un guerrillero y un caballo»

EN conversación sostenida hace poco mas de un mes con los señores Eduardo Trabucco y José Daire, de Continental Films, yo y mi asociado, José Luis Contreras, resolvimos retirar voluntariamente de esa compañía nuestra película «Erase un niño, un guerrillero, un caballo«, que habíamos propuesto para su distribución a través de Continental.

En esa conversación agradecimos de veras la franqueza de don Eduardo Trabucco para plantearnos cuestiones en relación con el film. Los puntos más importantes podrían ser reseñados así:

a)        Nos asistió el convencimiento de que no todos los asociados de Continental Films estaban de acuerdo en el contenido de la película y en cuanto a su formulación política o ideológica. Don Eduardo Trabucco, con todo, puntualizó con firmeza que no aceptarla presiones que impidieran la distribución a través de Continental, y el mismo juicio fue manifestado por don José Daire. Expresó don Eduardo Trabucco que en homenaje a una tolerancia indispensable y elemental, el desacuerdo con el contenido de un film le exigía personalmente oponerse a eventuales presiones.

b)        Consultados los representantes de Continental Films sobre lo que sucedería —si, en definitiva, existía acuerdo último y definitivo dentro de la Compañía para distribuir el film— respecto de la reacción del sector de exhibidores, la respuesta fue que podrían existir algunas dificultades en ese sector. Interesados en saber si en ese caso el distribuidor podría presionar a los exhibidores, identificándose hasta con el contenido de la película para forzar la exhibición, la respuesta fue negativa.

c)         Expusimos que así como legalmente se nos había expuesto el no acuerdo absoluto con el contenido del film, dentro de Continental, y así como los señores Trabucco y Daire nos habían demostrado su respeto y tolerancia por ese contenido, nosotros tentamos el deber de la misma lealtad de respetar la posición de las personas que están en desacuerdo con nosotros. Junto con ello nos pareció lógico representar que en una relación comercial, es indispensable que la totalidad de las partes estén en todo de acuerdo con el negocio a pactarse. Por otra parte, previendo eventuales dificultades con el sector de exhibición, representamos también que sería preferible enfrentar personalmente a los exhibidores y recabar de ellos, también personalmente, una posición definitiva. Don José Daire respondió diciendo que, en las características singulares planteadas estaba de acuerdo con nuestra posición, y que le parecía que en verdad lo más adecuado era que nosotros mismos tomásemos contacto con los exhibidores. Concluyó generosamente, diciéndonos que hablásemos con los tenedores de salas, y que, si de nuestras diligencias obteníamos sólo respuestas negativas, volviésemos a hablar con él para buscar una salida a través de CONATE (Compañía Nacional de Teatros).

d)        Acentuamos que rogábamos la comprensión de nuestra determinación de retirar el film de Continental: en absoluto podríamos pretender que una entidad cualquiera participara Integralmente de nuestras inquietudes ideológicas: pero también no aparecía como recomendable forzar situaciones y, en segundo término, enfrentar la exhibición a través de intermediarios que nos velaran el fondo último de lo que también nos importa ahora conocer. Esto último significa que sabemos desde antes que puede existir resistencia a lo que denominamos «cine de expresión». Hicimos ver a los señores Daire y Trabucco, que, fuera del puro negocio cinematográfico, teníamos responsabilidades claramente ideológicas que cumplir. Nos manifestaron su amable comprensión

e) Repetimos nuestros agradecimientos por los dos personeros de Continental, que ciertamente tuvieron hidalguía y franqueza para exponernos puntos de vista, a partir de los cuales, voluntariamente —y por parecemos que la situación lo aconsejaba—, resolvimos intentar nuestra propia distribución.

Terminamos así la gestión con Continental —éste es el resumen de ella en lo mas sustancial—, y comenzamos nuestra peregrinación a través de los exhibidores.

El primero de ellos fue el señor Eulogio Robles, representante de la Compañía Cinematográfica Nacional, que agrupa las salas administradas por el Banco de Chile (Central, Huérfanos, Cervantes. Huelen, Oriente. El Golf, Florida, etc.). Reveló un gran interés por estudiar la posibilidad de estrenar un film chileno, y de inmediato, extrajo de un cajón la hoja de programaciones para estudiar en principio una ubicación para la película. Insistimos que deseábamos primero que la viese, y que después —si lo deseaba todavía— discutiésemos lo que deseábamos, es decir, encontrar una sala. Solo después de dos semanas de ver el señor Robles el film, pudimos obtener una respuesta transmitida por la secretarla: «Es imposible. No tengo fechas ni salas para programar».

Recurrimos al señor Roberto Yazigi, que en nuestra información, trabaja paralelamente con los cines del señor Del Villar. Esto es: Windsor, Astor, Ducal, York City, Rex, Real, etc. También manifestó su interés inicial. Después de verla, a un ayudante nuestro le manifestó que podría dar cualquiera otra película mía, menos ésta.

Nos quedaba el circuito del señor Amoldo Lowe, al que no habíamos visitado por tener problemas dentro de la Cámara de Comercio Cinematográfico. Al parecer —y éstas son nuestras esperanzas—, encontraremos allí un alero. Si resulta ello, no tendremos un gran circuito, pero al menos, un camino.

Esto es todo lo que respecta a las diligencias sobre la exhibición. De ellas, y por gentileza de nuestro amigo Patricio Kaulen, conversamos con él. Kaulen consideró odioso lo ocurrido con los exhibidores, y también apareció como razonable nuestro malestar y como justificable nuestro propósito de reclamar por lo que nos parece insuficiencia de garantías para exhibición de cualquier película nacional.

Helvio Soto.

Soto: “Es necesario que haya libertad para el cine de expresión

P. —¿Puede definir cuál es el tipo de cine que usted ha pretendido hacer?

R. —El punto de partida es nuestra creencia en la división del cine en «cine de entretención» y «cine de expresión». Personalmente y en relación con esos dos conceptos pienso que no «veo» con la cámara, sino que «escribo» con la cámara. “Ver» implica, desde el comienzo, la posición de un observador externo, analítico, que emite juicios sintéticos sobre una realidad, y, todo ello, dentro de un objetivismo. Me parece que ésa es una «no situación». Si observo la realidad desde afuera, la convierto en un campo de experimentación detenido, estático, esclerosado. Ciertamente, creo en la realidad dialéctica, y si eso es válido, la entiendo en su movimiento y en sus contradicciones, en un fluir que siempre trata de escapársenos. Para ello debo estar dentro y ser un observador que vive la situación de la realidad —la de mi país, la de mis amigos, la de existentes humanos— internamente. En las ciencias experimentales, notoriamente el observador se coloca fuera del fenómeno —que lo considera estáticamente—, para someterlo a análisis. Un artista puede hacer lo mismo. Pero si lo hace, yo digo que ha perdido situación. La realidad de lo que me rodea me exige que me ubique internamente, y que viva las situaciones por dentro. Así se completa el circulo. «Ver» con la cámara, mostrar con ella, no me parece —desde mi punto de vista.— lo que debe hacerse con el cine. Y si escribo con la cinematografía es porque entiendo desde el comienzo que reconozco un compromiso. En esa medida el lenguaje de un novelista, como el de un cinematografista, es un idioma «puente», una relación, un lazo, una atadura. Quiero atar a los demás a mi propio proyecto, a mi inquietud, a mi deseo, a mi posición, que me define a mi mismo, y a mi en relación con los otros. La poesía posee un lenguaje simbólico, un «lenguaje laberinto». Tal vez por eso no resulten las experiencias de poesía «comprometida». Pero en esta otra clase de lenguaje no encuentro otra forma de comunicación posible que la del compromiso.

«Es lo que reconozco en mi último film. Creo que ello constituye una lealtad elemental para con el espectador cuando se trata del «cine de expresión». No quiero engañarle, no quiero darle rompecabezas respecto a mi contenido, aun cuando en la forma pueda recurrir a modalidades en algo complejas. Quiero decirle desde el principio que no debemos engañarnos, y que nos definiremos a partir del juicio que el uno tenga respecto del otro; y así estará conmigo o contra mi. De esa manera puedo hacerlo participar en la construcción de un film.

«Si es así, si estas líneas muy generales que estoy trazando sobre un cierto sector teórico son válidas, es natural que, por lo común, un hacedor comprometido tenga mucho en contra de la mayoría. Son los riesgos del «cine de expresión». Queremos decir cosas que no son entretenidas, y hasta puede que lo digamos de forma latosa. No por ello, es cierto, me eximo de la obligación de tratar de buscar una expresión formal que nos acerque a la gente: pero todo eso es otro problema, que aquí no cabe. Lo que verdaderamente importa es reconocer y aceptar, con lucidez, que si uno enfrenta la opinión general con una actitud que uno se atreve a definir de «contra los mitos», arriesga que la manera en que se exprese la libertad de compromiso del público sea la de enojo, rechazo y malestar. Desde un plano puramente estético o de relación de autor a público eso está aceptado y comprendido por mí.

P. —¿Cómo ve el renacer del cine nacional?

R. —No podemos aceptar que si en Chile, realmente estamos hablando con sinceridad del nacimiento o resurgimiento del cine nacional —según sea la posición que se tenga respecto del problema— no se tomen las medidas que garanticen que el desarrollo será libre en los dos sectores: el «cine de entretención» y el «cine de expresión». No  tengo nada contra el primero. En absoluto. Le debo muchas horas de real regocijo. Pero mi campo es el último, y sobre él hay que hablar con franqueza,  con  mucha franqueza.

«En primer término, es muy sabido que por lo común el «cine de expresión» aparece como poco rentable. «Masculino Femenino» no podrá competir nunca con «Por unos dólares más» en el terreno de la boletería. Tampoco me preocupa el saber que ganaríamos más dinero haciendo otro tipo de cine: soportaremos las consecuencias de nuestra obsesión. Pero me preocupa el que la exhibición, por su propia voluntad, discrimine, por razones puramente comerciales entre los dos tipos de cine y siempre elija el primero. Eso parece y es natural. Pero si lo aceptamos así, digamos ahora mismo que estamos decretando la defunción de una parte muy importante de la cinematografía nacional como expresión cultural, sociológica y política. Ninguno de esos términos debe asustar. Hay que decirlo claro. Son de la esencia del cine como arte verdadero.

«Nosotros hemos tocado bien de cerca esta primera realidad, buscando sala para nuestro «Erase un niño, un guerrillero, un caballo«. No creemos demasiado que sea menos comercial que las otras películas nacionales estrenadas en este año, pero nos asusta el que la posibilidad de dar o no nuestro tipo de cine se entregue a la absoluta libertad del exhibidor.

P. —¿Propicia usted una obligatoriedad de exhibición de films nacionales como existe en Brasil, por ejemplo, y como no ha funcionado en Argentina?

R. —Podría afirmarse que no puede determinarse obligatoriedad alguna, por cuanto las salas son privadas y corresponden a entidades comerciales privadas. Digo que ello es relativamente. En la práctica, en el hecho, desde antiguo, y en todas partes, se reconoce una cierta función pública de las salas de cine. Por eso existe una censura estatal que puede hasta impedir que se exhiba una determinada película; por eso hay mecanismos estatales de regulación de precios de las entradas; por eso hay una red de ordenanzas y disposiciones que Inciden sobre el funcionamiento y manejo de las salas de cine. Si nosotros los que hacemos un «cine de expresión» no contamos con un sistema que nos garantice una muy libre posibilidad de acceso al público, va a ocurrir que deberemos enfrentar siempre la peor de las censuras, y que no podremos alcanzar a ningún público. Por lo demás, mecanismos de control existen en todos los países de Europa occidental y en varios de la América Latina. Caminos hay muchos, y ésa es una materia que no me  corresponde.

P. —¿No cree usted que es su posición ideológica, o la planteada en sus films, lo que provoca problemas?

R. —Corremos el riesgo de la autocensura respecto de los exhibidores tratándose de nuestros films. Esto hay que decirlo con franqueza, y porque, en lo último, es una cuestión de sentido común. Puede —y no tiene nada de extraño— que nosotros adoptemos una posición crítica respecto del poder actual o de los sistemas políticos futuros o una posición crítica en relación con muchos aspectos de nuestra sociedad, que tiendo «mitológicos» parezcan temas «tabú». Notoriamente el exhibidor —no por mala fe—, por prudencia, por un cierto temor, puede rechazar un film, que, según su juicio, le indisponga con la estructura de poder del cual depende en mucho: precios, dólares para importar material, etc. ¿Cómo le liberamos, realmente, de la responsabilidad última? ¿De qué modo, al nivel actual en Chile —y cuando se prepara el nacimiento de un «cine de expresión»—, damos garantías ciertas al exhibidor para que él pueda aparecer públicamente como no comprometido a ningún nivel con el contenido de los films que presenta? En este instante no cuenta con esa posibilidad de mostrar una imagen externa de absoluta independencia, y, sobre todo, prescindencia. He ahí un argumento para pensar.