El Festival de los Aficionados
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Cualquier festival de cine que se respete proporciona a lo menos una sesión aliñada de escándalo. Es prácticamente inconcebible que uno de estos eventos transcurra en forma quieta, tranquila y normal. Durante 6 días el Festival de Cine de Aficionados de Viña del Mar contravino esas normas. Al séptimo, 25 minutos antes de la clausura, sucedió lo inevitable, y la paz dio lugar a una tormenta breve pero violenta.

Pero más vale no adelantarse. Primero conviene hacer un poco de historia lo que en este caso es a la vez fácil y difícil. El Cine Club de Viña del Mar (CCVM), se fundó hace escasos seis meses, pero en ese periodo realizó una labor más amplia que su congénere santiaguina en seis años.

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Pediatría y cine

Tal vez se podría sostener que el Cine Club y por ende el Festival existen gracias a la pediatría. El Dr. Aldo Francia tiene una técnica muy personal para atender a sus pacientes. Primero observa al niño, le toma el pulso y le pregunta dónde le duele. Acto seguido interroga al papá: ¿“tiene cámara filmadora? ¿Qué clase películas ha hecho? ¿Le gustaría filmar en serio?” una vez hechas estas averiguaciones diagnostica,  receta los medicamentos del caso y parte a ver al próximo enfermito.

Este sistema de empadronamiento cinematográfico dio buenos resultados, y, en agosto del año pasado, sirvió de base a la constitución del CCVM, que ahora pagan cuotas de un escudo al mes. La meta para 1963 es de mil socios.

El fenómeno de la institución viñamarina es único en el país, por el doble ámbito de sus actividades: foros y difusión el uno; producción cinematográfica el otro. Los socios se dividen en partes aproximadamente iguales entre ambos.

Hasta los foros se realizan en forma diferente (y más racional) que lo acostumbrado. Las películas se exhiben los domingos en la mañana, en el Teatro Municipal, y los foros tienen lugar el martes en la tarde, en el local del Cine Club. Se hizo esta separación, porque se verificó que en el teatro predominaban las inhibiciones mientras en la intimidad de la sala propia todos se atreven a hablar y paulatinamente aprenden a analizar películas. Además, las 48 horas que median entre ambos actos permiten una mejor asimilación al film.

Producción

La diferencia básica entre éste y otros cines clubes chilenos residen en la rama de producción. Entre los socios del CCVM reúnen más de 60 cámaras filmadoras en 8 y 16 mm. Por cierto que la posesión de una cámara no implica una patente automática de cineasta. Lo recalca el propio Aldo Francia, presidente de la institución:

-Hay una gran diferencia entre gente con cámara y gente que quiere hacer cine.

La filmadora generalmente se adquiere con fines familiares, para registrar escenas íntimas y tener un testimonio vivo del crecimiento de los hijos. Lo que pretende el CCVM es encausar esta materia prima, dando a sus integrantes los elementos indispensables de técnica y estimulándolos para emprender películas de mayor alcance. Con ese fin, hay clases de actuación y maquillaje los días lunes, mientras los miércoles se dictan cursos de guión y dirección. A los cursos de interpretación también asisten muchos actores de los conjuntos teatrales de Valparaíso.

Este año se dará un nuevo paso. El directorio del CCVM hará concursos de guiones y los mejores serán filmados por equipos de sus socios. El propio Cine Club proporcionará los rollos de la película, hecho importante si se considera que éste es un hobby caro y que cerca del 80% de los socios son empleados de diferentes firmas comerciales porteñas.

Un rollo en colores y 8 mm. vale 25 escudos, y en 16 mm. el doble. En blanco y negro cuestan aproximadamente la mitad. Un rollo significa apenas 3 a 4 minutos de película. Las cámaras son aún más caras. En 8 mm. tienen precios que oscilan entre 100 y 1200 escudos. En 16 mm. entre 700 y varios miles.

En Europa, el movimiento de aficionados está muy desarrollado. Hay cientos de clubes de cineastas amateurs, más de una decena de festivales, y una activa prensa especializada con revistas como “Il Alto Cinema”, de Italia y “Amateur Cine World”, de Londres.

En Chile existía el antecedente del festival de Aficionados, organizado por la Cineteca Universitaria en 1961. El Festival de Viña, con 38 películas de 15 aficionados, lo superó en cantidad, calidad y proyecciones para el futuro.

El festival viñamarino de 1964 tendrá carácter internacional, y se invitará a participar a los aficionados de los cine clubes europeos y norteamericanos. Probablemente, será el primer evento en esa índole en América Latina. En el campo del cine profesional, las posibilidades latinoamericanas están copadas por los festivales de Mar del Plata y Acapulco. Además, la realización de una jornada de esa índole implica un costo de muchos miles de dólares.

En cambio, un Festival de Aficionados significa un desembolso de muy pocos millones de pesos. El que se realizó recién costó aproximadamente un millón, y contó con el apoyo de la Municipalidad, que proporcionó el teatro, y también ayudó en otros rubros. El pequeño monto de la ayuda solicitada sorprendió a más de un regidor, Salvador Gutiérrez, por ejemplo, le comentó a Aldo Francia: “Se nota que ustedes son novatos, por lo poco que piden”.

El asunto tiene su importancia para Viña. Antes, el balneario tenía dos atractivos: el Casino y la playa. Ahora, el veraneo en esa ciudad ofrece muchas otras posibilidades, hay temporada de teatro con las mejores compañías de la capital, conciertos, una feria de artes plásticas en la Quinta Vergara y el Festival de la Canción. El cine se suma ahora a estas actividades, y, una vez que el Festival sea internacional, bien puede erigir a Viña en el centro continental del cine aficionado.

En un plano nacional, el CCVM también puede alcanzar una considerable repercusión. En Europa, donde existe industria cinematográfica, los aficionados no pretenden alcanzar el campo profesional. Pero entre nosotros, la actividad del Cine Club bien puede conducir a la formación de técnicos, guionistas y directores, que posteriormente alcancen un nivel que les permita pasar a ese campo. En el caso de los dos realizadores cuyas películas se vieron en este primer Festival, es una posibilidad concreta.

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Martillazos y niños

Prácticamente todas las películas presentadas contaron con su fondo musical grabado en cinta magnética, y en algunos casos, hasta con música especialmente compuesta. En otros, el propio realizador hizo la sincronización musical, o se complementó la película con música especialmente seleccionada y grabada por el departamento técnico del CCVM.

Sin embargo, el día de la inauguración hubo efectos sonoros no contemplados por el sonidista Peter Krisman. Constaron de una serie continua y contundente de martillazos, provenientes de detrás del telón. Su autor era Manolo Moras, maquinista de la compañía de Américo Vargas, que debutaba esa misma noche con “Ocho Mujeres”. “O me dejan martillar durante el Festival –dijo- o no hay función esta tarde”. Ante tamaño ultimátum, se le dio paso libre al martillo de Don Manolo.

Asistieron 500 personas, incluyendo 200 niños. Ese nivel de concurrencia se mantuvo a través del Festival, exceptuando la función de clausura en que se duplicó. El público infantil fue un problema por su gran entusiasmo e inquietos desplazamientos de un lugar a otro de la sala mientras se exhibían las películas. Tanto, que en una reunión del directorio del CCVM, celebrada a tarde del primer día el punto uno del temario fue: ¿Qué hacer con los niños?

Se optó por otorgarles la exclusividad de la platea alta, pero la solución sólo fue parcial y no faltó sesión en que el anunciador no tuviera que imponer orden con la amenaza de expulsión del local. En la función de clausura se adoptó una medida extrema. Un gran cartel, colocado a la entrada del teatro, hacía saber que no se admitía a menores de 12 años. Sin embargo, la efervescencia infantil  fue sana y contribuyó a dar un marco vivo al Festival.

Para Horacio Takeda, de Concepción, tuvo un efecto menos agradable. Una de sus películas se llamaba “Parto Normal” y constó, como indica el título de la detallada filmación, de un parto. Dada la asistencia de menores, se optó por excluirla.

38 películas

El reglamento estipulaba que se exhibirían todas las películas presentadas, pero al redactarlos los organizadores no conocían la existencia de Juan Pérez, de Peñaflor, quien se hizo presente con el impresionante total de 23 cintas. Se optó por seleccionar las 9 mejores. Una película (“El Mar”, de Renán Jorge Chuaqui) fue retirada por deficiencias técnicas de la copia y “El Sistema Solar”, dibujo animado de Carlota Álvarez, no alcanzó a llegar a tiempo del laboratorio bonaerense donde era procesada. Dos películas que llegaron atrasadas fueron exhibidas fuera de concurso.

Entre las 38 película concursantes hubo de todo. Desde cintas sobre Viña del Mar (como la de Jorge Garrao, que ganó el premio correspondiente a films turísticos) hasta dos films de cowboys filmados hace 10 años en Temuco por John Williams. En ellas abundaron los balazos, las persecuciones a caballo y las peleas, pero faltó la buena fotografía. Las películas del Dr. Humberto Solovera (traumatólogo jubilado y viajero impenitente) mostraron diversos enfoques de Nueva York con títulos sabrosamente ingenuos, por ejemplo, “El edificio más grande del mundo”, “La avenida de más tráfico en el mundo” y “El hospital más grandioso del mundo”. Natalio Pellerano filmó una función del circo “Las Águilas Humanas”, y el mar se hizo presente en documentales de Manuel Calderón, Aurelio Bernal y Marcelo Theodoluz.

También hubo varias películas “familiares” que compitieron por una copa donada por Maurice W. Evans, alto funcionario de la Interoceánica y teniente en el ejército británico durante la pasada guerra mundial. Aquí se produjo la situación paradójica de que el ganador de la copa Maurice W. Evans fue Maurice W. Evans con “Las Invitadas”, interpretadas por sus hijas (5 a 8 años).

Evans (40 años) es un personaje narigón y espigado que tiene un marcado parecido físico con el Jefe de Estado francés. No faltan quienes lo apodan “El hijo de De Gaulle”. Evans, consiente del desaire galo a la rubia Albión, no se siente honrado.

El nivel medio de las películas superó todas las expectativas, pero hubo fallas que compartieron la mayoría de las películas participantes. Faltaron guiones debidamente elaborados, lo que se tradujo en fallas de continuidad y también en que las películas concluían sin realmente terminar. Otra deficiencia fue el montaje. Comentó el director Hernán Correa que asistió a la sesión de clausura:

-Todavía están en la etapa de enamoramiento de las tomas y no cortan a tiempo.

Un diario porteño reseñó que el Festival era “una reñida competencia” entre Juan Pérez (9 películas) y Aldo Francia (7 películas). Efectivamente, fueron sus films los que acapararon el mayor interés del Festival, y entre ambos acumularon nueve de los once premios otorgados.

En su vida y en su obra era difícil imaginar dos personajes más contrastados.

El médico viñamarino

Francia (39, casado, 4 hijos), tuvo su primera filmadora (8 mm.), en 1951, pero se aficionó mucho antes al cine. Recuerda las seriales de las matinés viñamarinas del Cine Rialto, y también las proyecciones al aire libre que vio en Italia, donde sus padres lo llevaron entre los 6 y 9 años. De niño también tuvo una proyectora y películas en 9 ½ mm.  de los cómicos del cine mudo. Sus padres no compartían esa inquietud cinematográfica, que les parecía “un gran gastaplatas”.

Recibido de médico e independizado económicamente, el cine comenzó a convertirse en un hobby. En 1957 hizo un viaje a Europa, y allí filmó “Paris en Otoño”, película de suave y hermoso colorido, desarrollada en tono menor y con marcados valores plásticos. Fue entonces que concibió la idea de fundar un Cine Club en Viña. En 1961 viajó nuevamente a París, y en aquella oportunidad filmó «Lluvia en el Barrio Latino”, que le valió el premio máximo del Festival (“Paoa de oro”), más los premio por mejor montaje, fotografía y color, la película capta el clima de la lluvia en el barrio bohemio de París, con imágenes bien enhebradas, un alto nivel técnico y un leitmotiv de paraguas y personajes, que lo acompaña del comienzo hasta el fin, y con un nivel de realización inesperadamente alto para un amateur.

Andacollo” capta en 15 minutos (color, 8 mm.), el sabor –y sobre todo- el ritmo de las danzas de esa fiesta popular. Está bien sincronizada, con sonido directo, grabado durante la filmación.

El Rapto” (mejor film argumentado en 16 mm.) es una escabrosa parodia de las comedias del cine mudo norteamericano. Dos bandidos llegan a una casa para raptar a un niño y su hermana. El niño (Claudio, 3 años y medio), tiene un gorro mágico que le permite vencer a los atacantes (interpretados por su hermano mayor y un amigo). Dos veces se le cae el gorro y pierde su fuerza, pero logra zafarse, encasquetárselo nuevamente y vencer a los temibles bandidos. Dura apenas 4 minutos, pero está realizada con originalidad y gran sentido del humor.

El mayor problema de dirección que Francia tuvo con sus hijos fue ensañar al pequeño al voltear a los grandes y –sobre todo- convencer a ésos que se dejaran vencer. Pasada la filmación a Claudio le quedó gustando el asunto. En más de una oportunidad se volvió a poner su gorro mágico para arremeter a los gigantes. Pero entonces ya no le fue tan bien como en la película.

Estas películas sólo constituyen un aspecto de la labor cinematográfica de Francia. Como organizador es eficiente e incansable. Obtuvo de la Municipalidad un local para el Cine Club en la Quinta Rioja, y constantemente está en ebullición con nuevos proyectos, que, como prueba el éxito y buena organización del Festival, no se quedan en las palabras. Además tiene la suerte de contar con un directorio igualmente activo, en que personas como Aníbal Real, Klaus May, Maurice Evans y Miguel Speconi, comparten las tareas directivas con él. Speconi (66 años) es empleado jubilado del Banco de Londres. Ahora sigue los cursos de interpretación en el CCVM, y añora transformarse en el actor de carácter de las películas que allí se filmen.

Francia sólo tuvo un fracaso durante el Festival. Se puso tan nervioso que no logró proyectar una sola de sus propias películas sin que se produjera una pana. El directorio, entonces, dio un golpe de estado: en la sesión de clausura, le fue estrictamente prohibido acercarse a la proyectora mientras se exhibían sus films.

La medida tuvo los resultados buscados.

El hombre de Peñaflor

Juan Pérez (38, casado, 6 hijos) no tuvo proyectora de niño, ni fue a la universidad. Juan Pérez es un maestro electricista de Peñaflor, que debe luchar constantemente por alimentar a los suyos, y constituye, prácticamente, un milagro que haya podido dedicarse al cine.

Hará unos 20 años le interesó la fotografía. Después pensó que le gustaría que las imágenes captadas por su cámara se movieran. Pasaron años hasta que descubrió a una persona que tenía una vieja cámara de 8 mm. Se la prestaron y en 1961 hizo sus primeras películas. Ese mismo año, en el Festival de la Cineteca, obtuvo varios premios con su cinta “Pomaire”. Entre ellos, una cámara 8 mm. y ocho rollos de película.

Ese triunfo y el contar con filmadora propia le dio un impulso incontenible a su labor cinematográfica, aunque todavía carecía de otras facilidades indispensables. No disponía de proyectora para ver sus películas. Se valió, entonces, de un vidrio esmerilado y una lámpara. No contaba con elementos para realizar el montaje y halló la solución de compaginar mentalmente, a medida que iba filmando. Llegaba a casa cansado, y acostado, casi dormitando, elaboraba las tomas que haría al día siguiente. Ni siquiera lo sentía como una limitación. Temía que para cortar la película para compaginarla podía hacerla perder en interés. A veces tenía dinero y la película virgen para filmar, y no le acompañaba el tiempo, otras, el tiempo era bueno, pero faltaba el dinero para comprar película. Pero mes a mes avanzaba en su tarea.

-Mi único interés es mostrar que Pomaire es lindo, que Peñaflor es hermoso, y, sobre todo, mostrar al hombre que trabaja la tierra. Yo sé cómo trabaja, sufre y transpira la gente.

En sus películas, con los recursos más sencillos, capta el sabor del terruño. En “Frutillas de mi Tierra” y “Cantarito de greda de Peñaflor” (premiados como los mejores documentales en 16 y 8 mm.), muestra un sentido cinematográfico intuitivo. Siente la belleza de las cosas sencillas como algo propio e íntimo, y logra transmitirla en sus imágenes.

La lucha económica por realizar sus películas es dura y cuenta que no ha recibido apoyo de la Municipalidad de Peñaflor. En cambio halló un productor y financista para “Navidad de los Niños Pobres” (mejor documental argumentado en 8 mm.) en José González, de la panadería del pueblo. González, hace poco, compró una cámara, y también se dedicará a filmar.

Esta película es la más ambiciosa de las realizadas hasta la fecha por Pérez. Con Sergio Azócar (9 años, hijo de carabinero) por protagonista, muestra la Navidad de un niño pobre sin Navidad. En un plano técnico y del guión la película tiene deficiencias, pero alcanza momentos de verdadera emoción. El pequeño lustrabotas ve pasar a otros niños tirando sus autos de juguetes y otros regalos. Durante largo rato, los observa tristemente. Finalmente se consuela, amarrando una cajita de cartón con un cordel. Tirándola en su largo peregrinar por las calles, siente que él también tiene un juguete, que no es diferente a los demás. Su precoz imaginación, seguramente ve un gran auto en la modesta cajita. Pero se produce una aglomeración de gente. Un pie ajeno tras otro, pisan y destruyen la única alegría del niño pobre, que, lágrimas en los ojos, y desesperado, se tiende en el pasto, llorando, solo y abandonado.

En ese instante, se humedecen los ojos del 90 por ciento del público.

Pérez ha hecho grandes progresos desde su debut del 61. Sólo enfrenta un peligro: que diversa gente, con el sano fin de estimularlo, le está haciendo perder el sentido de las proporciones, y le ha debilitado la autocrítica.

Francia dispone de una excelente cámara Paillard; Pérez, de un equivalente de lo que en fotografía es la máquina de cajón. Francia es fino, técnico, sofisticado; a veces intelectual, y aún, preciosista; Pérez, simple y directo, emocional y hombre de su tierra.

El contraste entre ambos equivale al del viejo mundo, fuerte y lleno de recursos, con el del país subdesarrollado, pobre, pero luchador, ansioso de alcanzar en años lo que a otros ha tomado siglos. Por el momento venció lo primero, pero la victoria no es definitiva. Juan Pérez viene avanzando.

La tormenta

El jurado deliberó durante una hora y cuarto para discernir los premios. Estuco compuesto por Gabriela Castro directora de la Biblioteca Vicuña Mackenna, por la Municipalidad de Viña; Claudio Solar; poeta y crítico literario de “El Mercurio”, de Valparaíso; Kerry Oñate, por la Cineteca Universitaria; Joaquín Olalla, por Cine Experimental de la “U”, y el crítico de ERCILLA, que presidió las deliberaciones. Otra hora y media transcurrió mientras el jurado fundamentó su veredicto, por escrito, y película por película.

Así, todo quedó preparado para la sesión de clausura, en que, ante un teatro repleto, y con asistencia de autoridades, se procedería a proyectar las películas premiadas, y entregar los premios.

Todo comenzó normalmente: “La Navidad de los Niños Pobres”, penúltima película del programa, fue saludada con una salva de aplausos por el público. Juan Pérez se adelantó al pasillo que queda en la mitad de la platea y, levantando ora un brazo, ora el otro, saludó a la afición.

-Señoras y señores: la película que vieron recién merecía el primer premio del Festival. Aquí que se ha cometido una injusticia. Mi película es la mejor.

Un fuerte sector del público aplaudió.  Otro sector, igualmente numeroso, quedó en atónito silencio. Luego hubieron algunas pifias. Comentó Walter Muñoz, crítico de cine de Radio Minería:

-Esto se le permite a Truffaut en Cannes, pero no a Pérez, en Viña.

El Dr. Soloverra:

-¡Qué estúpido el hombre! Así perdió toda la simpatía que se había ganado con sus películas.

El criterio de Soloverra predominó en la mayor parte del público.

Luego se inició la proyección de “Lluvia”, de Francia (pálido en su asiento). Mientras duró, hubo pifias por un lado y por otro; fuertes “shhh” que hacían callar a los pifiadores.

Intermedio.

Las autoridades y el jurado tomaron ubicación en el escenario. ¿Se producirían nuevos incidentes? ¿Subiría Pérez a recibir sus tres primeros premios?

La paz volvió tan súbitamente como había advenido la tormenta

Pérez subió al escenario, recibió sus premios, y, cuando a Francia se le entregó el “Moai de Oro” Pérez fue el primero en abrazarlo. Luego pidió disculpas a cuanta persona se acercara a conversar con él: “Perdóneme –decía- los nervios me la ganaron”.

El Festival estaba terminando. Sólo quedaban tres epílogos.

Al entregársele a Aldo Francia el premio al mejor color, consistente de 4 rollos de películas, lo traspasó a Pérez, ante los aplausos del público.

El segundo epílogo fue una fiesta de amanecida del Cine Club en la Quinta Rioja, y el tercero tuvo lugar a la mañana siguiente.

Consistió en una exhibición que Pérez hizo de sus películas para los niños huérfanos de Valparaíso.

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