Ojos Rojos
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Ojos rojos (2010)

Ojos rojos sigue a la selección chilena de fútbol mientras intenta clasificar para un Mundial; Alemania 2006 primero, Sudáfrica luego. El relato va y viene de la derrota al triunfo, diferenciándose en su realismo documental del modelo narrativo del Hollywood clásico desde, por ejemplo, El caballero audaz hasta la serie Rocky. Conserva sin embargo de aquéllos el espíritu de la nobleza, y lo colectiviza extendiéndolo al conjunto de los chilenos en el inicial festejo callejero de la clasificación para Sudáfrica. Después retrocede hasta las eliminatorias de Alemania mostrando la debacle del equipo dirigido sucesivamente por Juvenal Olmos y Nelson Acosta. No hay narrador en off; el espectador debe enfrentarse por sí solo al puro drama del fútbol en una construcción narrativa que, además, concede la misma importancia a los goles que a los detalles laterales del juego: fragmentos de la cancha, del trajinar de los jugadores, mientras la banda de sonido reconstruye sus respiraciones y latidos. La historia colectiva se arma entonces de esta particular manera que parcializa todo para llegar al panóptico del conjunto. Las entrevistas, en cambio, tienen un doble resultado: cuando son realizadas a algún personaje conocido, desvían y adocenan el discurso principal. Los entrevistados (Jorge Valdano, Juan Villoro, Eduardo Galeano) responden en piloto automático, como atendiendo a preguntas tipo de una conferencia de prensa post partido; cuando los que responden son anónimos, su sinceridad y pasión fluyen en la misma sintonía que el resto del relato.  Hay sin embargo un protagonista principal, portador de un código de valores que antecede al fútbol: el nuevo entrenador Marcelo Bielsa. Al comienzo su voz en off alecciona sobre la relatividad del triunfo entre lo habitual de tantas derrotas. De allí en más aparece la figura del hombre conocido, obsesivo, parco, reflexivo, que pocas veces pierde la calma durante el partido. En ese cambio es Luis Bonini, su histórico ayudante de campo, el que ocupa el lugar desbordante y llamativo del escudero del héroe; un Andrew McLaglen de John Wayne, si me permiten la desmesura. Junto a ellos otro casi anónimo, Sergio Riquelme, relator de una modesta FM provinciana, crece hasta transformarse en personaje; Riquelme es un trovador en tiempo presente que canta las hazañas de estos caballeros plebeyos. El final ya es historia: Chile llega a Sudáfrica. Aquí termina una historia, los felices festejos son también preparativos de la batalla mayor.