YO VENDO UNOS OJOS NEGROS (Chimex)
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Actores en su mayoría fogueados en el teatro traducen esta comedia dramática, a ratos con arranques de melodrama, que identifica el último trabajo del cine nacional. Es corriente en su expresión técnica, temática e interpretativa. Carece de aquellas inquietudes artísticas que combinan la novedad de un enfoque con la chispa de una situación, la prominencia de un set o la revelación de un actor. Joselito Rodríguez, el director, sólo se preocupa de hilvanar el asunto. Deja que los actores se desenvuelvan en la medida de sus capacidades. Se detiene de repente e imprime bríos de melodrama a algunas escenas. Consigue el efecto, como en la escena aquella en que la viuda neurótica persigue a su hijastra para golpearla con un bastón. El conjunto tiene vibraciones folklóricas, como en la kermesse de la escuela, donde se canta y se baila al compás de la cueca “Yo Vendo Unos Ojos Negros”, que da el título a la película.

Evita Muñoz (Chachita), vuelve a desenvolverse con la soltura que la distingue, en razón de su edad, pero nada aporta a lo que ya conocemos. Agustín Irusta y Olvido Leguía miden sus papeles y les dan el realce de sus medios, los que son desiguales, porque es una actriz con recursos de escena y mímica que se ha forjado en el teatro. Juan Corona, en la escena de la mesa, donde habla comiendo, confirma sus condiciones de naturalidad para la pantalla. Chela Bon desmerece. Ha descuidado su físico, perdiendo atractivos. Paco Pereda, aunque exagera, participa [sic] simpatía a su papel. Yoya Martínez y Gabriel Araya resultan, también, simpáticos. El resto coopera.