Directora. Montajista. Es la más importante cineasta chilena, aunque el grueso de su producción está hecha en el extranjero. Estudió en la Escuela de Cine de Valparaíso y se inicia en el oficio haciendo el montaje de las primeras películas de Raúl Ruiz, con quien luego contrae matrimonio. Con posterioridad, siguió realizando esta labor en los tiempos vacíos que le deja la realización de sus propios trabajos. En el casi un centenar de películas hechas por Ruiz –de no fácil homologación—es difícil seguir la pista de aquellos títulos en que su esposa colaboró en el montaje. En la década el 60, n que en Chile sólo se podía imaginar a la mujer dedicada al cine cumpliendo ese tipo de tareas, y en las películas que emprende luego como realizadora se pone claramente de manifiesto su rechazo a la subvaloración con que es vista la mujer en nuestra sociedad. Antes del golpe de Estado, alcanza a realizar únicamente el documental Un sueño como de colores (1972), sobre la vida y trabajo de las bailarinas de un conocido teatro santiaguino de variedades. “No se entendió mucho –dice en una entrevista—que yo haya hecho esa película cuando en el país pasaban tantas cosas importantes, pero lo cierto es que yo tenía un móvil claro: hacer algo sobre la condición de la mujer”. Parte enseguida al exilio y filma en Francia, ratificando la naturaleza de sus preocupaciones, La dueña de casa (1975), un cortometraje argumental. Culmina esta línea de reafirmación feminista y rechazo al machismo, con un documental de jocosa virulencia, El hombre cuando es hombre (1982), que satiriza al macho latinoamericano. Filmada en Costa Rica, mereció las protestas públicas del embajador costarricense en Francia, por considerarla ofensiva para su país. Antes de este film, realiza documentales sobre el tema del exilio, recurrente entonces entre los cineastas chilenos desterrados: La nostalgia (filmado con el apoyo de Naciones Unidas), y Gente de todas partes, gente de ninguna parte. Aunque está radicada en Francia, logra apoyos para producir su trabajo en otros países. Dirige así su primer largometraje de ficción, Mi boda contigo, un cáustico peregrinaje al universo de la novela rosa, y en particular a uno de sus santones indiscutidos, Corín Tellado. Obtiene el premio Donostiarra a los nuevos realizadores en el Festival de San Sebastián de 1984. Este film es la prueba de que la cineasta ha alcanzado ya la plena madurez, lo que la lleva a privilegiar en su trabajo el cine de ficción. No sin dificultades, porque no son pocos los críticos a los que les cuesta aceptar su condición de cineasta-mujer. No falta el cronista francés –de un país famoso por su misoginia—que sostenga con maligna ironía que Mi boda contigo “es la mejor película de Raúl Ruiz”. En 1990 se estrena Amelia Lopes O’Neil, el único largometraje que ha filmado en Chile, aunque el elenco y el equipo técnico están principalmente conformados por europeos. Ella es una sátira buñueliana a la relación matrimonial, El desconocido de Estrasburgo le tuerce la nariz, como suele ser su estilo, al género policial, y Rosa la china recrea el mundo cotidiano de La Habana de los años 50, y la pasión popular, común a todos los pueblos latinoamericanos de esos años, por las radionovelas, como trasfondo de una historia de amor similar como melodrama al que se vive en la novela radial. En mayor o menor medida, en todos los largometrajes de Valeria Sarmiento hay un juego que permite al menos una doble lectura de sus historias: la que ofrece de un modo directo conforme al género en que se inscriben, y la de su contracara, en que el sesgo irónico aparece desmontándolo, permitiendo una mirada desmixtificadora. Valeria vive en la actualidad en Francia.

(Jacqueline Mouesca, extraído del "Diccionario del Cine Iberoamericano"; SGAE, 2011)