“La telenovela errante”: El absurdo popular
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Raúl Ruiz es indudablemente el más prolífico, respetado y estudiado de los cineastas chilenos. Con más de 120 películas realizadas en diversos lugares del mundo, obras de teatro, libros, poemas y más, su inabarcable trabajo sigue dando frutos aún siete años después de su muerte. La historia de esta película que se estrenó mundialmente el año pasado en el prestigioso festival de Locarno da cuenta de varias características propias del cine de Ruiz.
A principios de los noventa, Raúl Ruiz y su compañera y principal colaboradora Valeria Sarmiento –realizadora que además posee una estupenda producción propia- viajan a Chile por algunos días. Durante una semana reúnen a amigos actores y técnicos para filmar escenas de esta película. Nombres ampliamente conocidos por su trabajo en televisión como Luis Alarcón, Patricia Rivadeneira, Francisco Reyes, Roberto Poblete, Maricarmen Arrigorriaga y Liliana García, junto con otros menos conocidos, pero de un talento impresionante como Mario Lorca, Marcial Edwards, Javier Maldonado y Carlos Matamala, van desarrollando esta serie de escenas en el ambiente efervescente del reencuentro y la esperanza que teñía esos años. Más de dos décadas -y gracias a una donación que se hace a la Cineteca Nacional de Chile sumado a unos rollos de film que se encuentran en la Universidad de Duke, en Estados Unidos- Valeria Sarmiento retoma este proyecto con la ayuda de la productora Poetastros, formada por Chamila Rodriguez y Galut Alarcón, rescatando el material encontrado y dándole la forma que podemos ver hoy en salas. Ese ejercicio de confianza en el azar y el tiempo es algo que también es fundamental en el cine de Ruiz.
“¿En qué telenovela vives tú?” es la frase promocional de la película y expresa lo que podríamos intentar calificar como el hilo conductor de esta serie de escenas. Personajes de teleseries que se observan unos a otros, que se visitan y que dialogan conscientes de lo artificial de su realidad, alucinados con su propia imagen y la de los otros. La atracción que la televisión tenía –y aún tiene- con el público chileno, la obsesión por los rostros que aparecen en pantalla y sus, la mayoría de las veces, insignificantes historias es algo que Ruiz capta de manera brillante en este largometraje en donde la pantalla es al mismo tiempo espejo, ventana y fuga. En esta película, y en muchas otras, el director trabaja constantemente con los reflejos, evidenciando la construcción del discurso audiovisual, creando un loop de imágenes que se alimentan unas a otras. 
La fascinación con “lo chileno” es algo que también cruza la cinematografía de este cineasta. Ya sea en sus proyectos filmados en Chile o aquellos realizados en el extranjero, Ruiz siempre encontró una manera de exponer las particularidades de nuestra idiosincrasia. Nuestra relación con el lenguaje y la manera en que hablamos y no decimos, la oblicuidad de nuestras conversaciones y la dispersión constante de ideas es algo que aparece permanentemente en sus personajes.
Un elemento más y que hace de esta película una experiencia divertida y accesible es que evidencia el gusto de Ruiz por lo popular. Al mismo tiempo que es un director de una cultura inabarcable y una sofisticación impresionante tanto en la forma como en el fondo, Ruiz encontraba divertimento en lo popular, en lo cotidiano, en los vericuetos de nuestro habitar mundano. Ya sea que vengamos del mundo cinéfilo o intelectual o seamos sujetos alimentados por otros referentes, La telenovela errante nos invita a habitarla desde nuestra experiencia como televidentes, curiosos y ligeros. Su humor absurdo y la naturalidad de sus actuaciones se abren para cualquier espectador que esté dispuesto a dejarse llevar en este viaje de espejos en donde podemos ver que los tiempos cambian y que nosotros seguimos bastante parecidos a lo que éramos.