Los Testigos. Para la antología del cine chileno
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Hacer la historia del largometraje chileno moderno, es tarea ideal para los investigadores flojos. Porque, descartando el seudocine, integrado por un lote de mercaderías de celuloide de cuyos dueños no hay que acordarse, sólo permanecen en la retina “Caliche sangriento”, “Lunes 1°, domingo 7”, “Tres tristes tigres”, “Valparaíso, mi amor” y “El chacal de Naueltoro”.

Y las excusas de este servidor si queda alguno que se le escapa.

Por eso, hay que estar muy atentos cuando un nuevo film y un nuevo cineasta se acercan a grupo tan selecto. Ellos se incorporan de inmediato a la historia y hay que obrar en consecuencia.

Pues bien, digámoslo de partida, en contra de las normas críticas según las cuales la conclusión debe ir al final (cosa en la cual hasta la lógica está de acuerdo)…: el suceso infrecuente se ha producido. “Los Testigos”, dirigido por Charles Elsseser, es un film que muy modestamente, muy calladamente, se matricula en la primera fila del cine nacional.

VERDADERA LABOR DE EQUIPO

Hay una cosa que de partida llama la atención en este film nacional: la dificultad de hablar exclusivamente en función director.

Si bien está claro que toda película es el fruto de una labor colectiva; que todo el mundo lo sabe; que son muy pocos lo genios que pueden decir “este film es mío”, también está claro que eso no va más allá de una declaración de principios.

En la práctica, por comodidad o por lo que sea, tanto los palos como los elogios llueven sobre el puro director.

En “Los Testigos”, sería injusto que sucediera. Es tan evidente acá que la armonía del conjunto es producto de una labor de equipo, que la crítica no podría soslayarlo.

La unidad de motivo y de tratamiento, la ambientación musical, la sobriedad de los intérpretes, la funcionalidad de la fotografía y la calidad de la infraestructura técnica (con decir que se entiende hasta lo que hablan los personajes), revelan que en esta oportunidad se ha ido más lejos de lo acostumbrado. Y, paradojalmente, revela un magnífico estilo de dirección.

Charles Elsseser, al saber coordinar todos los esfuerzos, al abandonar la preocupación obsesiva por “el sello personal” tan grato a los padrones críticos, ha conseguido verdaderamente revelarse como un director.

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PARA SUPERAR LA REALIDAD

Porque, fuera de Elsseser, está la excelente base literaria del cuento de Guillermo Sáez Pardo y el trabajo de éste como guionista. Así, de unas cuantas carillas medulares pero insuficientes, el film saca todo un universo. Toda una comunidad de seres marginales, extraídos de la realidad y seleccionados en función de un plan estético.

Del mismo modo es palpable la presencia de la música de Sergio Ortega, la fotografía de Héctor Ríos y la inteligencia de los intérpretes, que supieron comprender que no hacían falta divos sino intermediarios sensibles y opacos de pobladores reales. Con una miseria real y nada brillante.

Con elementos tan unitarios, no hacía falta explicar mucho ni ceder a la tentación de intelectualizarlo todo.

El desgarramiento vital de aquellos pobladores, retratados en un instante que oscila entre su pobreza, su afán de acceder al orden establecido mediante los “títulos legales” y su experiencia secular sobre la justicia de clases, surge de cada imagen. De cada fotograma.

Como las mejores películas “sociales”, el film platea una denuncia sin necesidad de rotularla. Pero, coetáneamente, plantea una solidaridad auténtica con los humillados y ofendidos. Solidaridad que surge al margen del sentimentalismo y muy lejos del paternalismo.

En “Los Testigos” existe ideología. Pero no esa ideología de exportación que se exhibe con fines utilitarios, sino aquella que cumple el más alto propósito de exponer una lacra para empujar el proceso que hará que la lacra desaparezca.

Por eso, resultaría un poco ocioso clasificar el film o clavarlo en insectarios de referencias eruditas. Decir, por ejemplo, que es una actualización del neorrealismo italiano no agregaría nada.

Nacido en nuestro medio, en una realidad dolorosa pero realidad al fin de cuentas, “Los Testigos” se convierte en uno de los capítulos más chilenos del cine nacional.