Estrenos: Ya no basta con rezar
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Director: Aldo Francia. Intérpretes: Marcelo Romo, Tennyson Ferrada, Leonardo Perucci. Chile. 1972. Mayores y menores.

A través de sus dos largometrajes -éste y Valparaíso, mi amor (1969)- Aldo Francia se ha constituido en un cineasta muy característico de nuestro medio. Su estilo de hacer cine denota una calidad artesanal que -salvo algunos defectos técnicos, como el del color en Ya no basta…– nada tiene que envidiar al buen cine de factura internacional. También se ha distinguido por tratar problemáticas actuales con mucha seriedad, pero sin cargar las tintas en los aspectos ideológicos. Se contenta con mostrar, de manera que sus obras son anécdotas sobre una realidad, más que la realidad exactamente transcrita a la pantalla.

En su última película, el tema elegido es la polémica acerca de los nuevos curas. Pero Francia no coloca su cámara sobre las aristas religiosas del problema, sino que se sitúa en un ambiente -Valparaíso hoy- y, como médico que se traza un diagnóstico del caso observado. El tratamiento clínico quizás venga en su próxima película. Lo que interesaba ahora era constatar el organismo enfermo.

Parte para ello de una premisa: hay distintos tipos de curas y éstos están condicionados por un status socio-político-económico bien definido. Luego hace breves descripciones del modo de vivir y pensar de cada uno de estos sacerdotes y entrega también elementos, a grandes rasgos, del lugar donde les corresponde ejercer su ministerio y las gentes que lo rodean.

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El espectador atento se va dando cuenta de que en todo esto hay una trampita, pues el más simpático, el cura párroco (Tennyson Ferrada), cuyo anecdotario nutre la parte comercial del filme, es, en definitiva, el más falso. Está comprometido con valores que van muriendo y serán sustituidos por la nueva mentalidad.

El cura Jaime (Marcelo Romo), en cambio, vive en continua revisión de su responsabilidad como sacerdote. Esto lo empuja a romper con el mundo conformista y traslada su preocupación hacia los barrios marginales -se va a los cerros de Valparaíso, asciende el Gólgota y clava la cruz de su nueva iglesia-.

Francia no da soluciones. Expone lo que él siente como una realidad que está allí, en los cerros de Valparaíso o en cualquier otro rincón del mundo. Dedica el filme «a mis amigos cristianos, por ser cristianos», y piensa que la Iglesia debe cambiar, adaptarse al cambio que se vive. Su intención no tiene por qué ser nociva. Su filme es una muestra cinematográfica positiva respecto de lo que debe ser una obra seria que busca un público masivo. Por lo mismo -por su halago, a la masa- no se va al fondo del problema. Hay elementos para pensar y otros de mera entretención y hasta folklóricos. Queda también el convencimiento de que el tema era demasiado para envasarlo en cien minutos de celuloide.