«El Chacal de Nahueltoro», comentario de cine por Luis Alberto Mansilla
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José del Carmen Valenzuela ocupó la atención de los cronistas policiales que narraron minuciosamente sus crímenes y le bautizaron como “El Chacal de Nahueltoro”. Se trataba de un gañan analfabeto y miserable que en un rapto de furia había asesinado con un palo a una campesina viuda y a sus pequeños hijos. El juez le preguntó: ¿Y por qué mataste a los niños? Y él respondió: “Para que no sufrieran los pobrecitos”.

Durante tres años que permaneció en la Cárcel de Chillán José del Carmen o “El Canaca” empezó recién a adquirir una condición humana. Aprendió a leer y a trabajar en oficios artesanales. Lo fusilaron. Murió serenamente. Cuando fue ejecutado – con todo el sadismo y el aparato legalista acostumbrado – mucha gente se preguntó quiénes eran los chacales verdaderos. Y para cualquier persona reflexiva estuvo claro que el “Chacal” no era el miserable campesino de Nahueltoro, sino la sociedad que hizo posible su condición subhumana y la justicia de clase que se enseñó con él con su papeleo y aparato y que le aplicó “la pena máxima” con toda la barbarie acostumbrada.

Miguel Littin no se propuso embellecer la historia. Concibió su película como un reportaje donde todo lo que ocurre en sus secuencias es auténtico. La filmación se realizó en los lugares mismos en que ocurrieron los hechos, el relato es la misma narración textual de su vida que “El Canaca” le hizo a los periodistas. Pero toda esa autenticidad no fue puesta al servicio de un naturalismo de alas cortas. Inevitablemente la película de Littin se convierte en un lúcido enjuiciamiento de la miseria y la explotación de los campesinos chilenos; en un descarnado alegato en contra de la justicia clasista: en una síntesis del subdesarrollo y el drama de la inmensa mayoría del pueblo.

José del Carmen Valenzuela creció solitario y abandonado. No conoció otra cosa que la miseria. Era golpeado en todas partes. Era un lumpen agrario, errante, harapiento, sin desarrollo de ninguna de sus facultades humanas, casi sin descernimiento por los golpes de la miseria. Era, en síntesis, una víctima del latifundio, la imagen de un estado de cosas contra las que hay que combatir sin descanso; que hay que cambiar sin demora. El mismo no se explicó cómo y para qué asesinó a la viuda y a sus pequeños hijos. Estaba borracho, su condición subhumana podía convertirle en una bestia en cualquier momento.

Paradojalmente sólo en la cárcel “El Canaca” hizo su aprendizaje primario de hombre. Y empezó  darse cuenta de las cosas. Así lo reconoce él mismo en su lenguaje, con sus ideas, recogidas con singular dramatismo y fidelidad en este film.

La falta de malabarismos formales no convirtió el film en un relato lineal ni melodramático. Los “racontos” están resueltos con originalidad y ritmo cinematográfico. Impresionan las escenas del fusilamiento y los preparativos para liquidar a un hombre que era más una víctima que un victimario. Se insinúa la promiscuidad de las cárceles y la grotesca burocracia de la justicia.

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Littin no se entretuvo con preciosismos más o menos o con imitaciones de los realizadores y el cine de moda. Utilizó todo lo que era aconsejable para acentuar el contenido de su película pero tampoco cayó en los panfletos fáciles que lo resuelven todo con una cuantas sentencias liricas. No hay discursos en “El Chacal de Nahueltoro”. Y ese es uno de sus méritos importantes.

El film fue realizado con escasos recursos. Se demuestra una vez más que no es necesario un gran presupuesto para realizar un buena película. Algunos defectos de montaje o de sonido son disculpables. No alcanzan a despojar de fuerza a la película.

Tal vez toda la altura que adquiere el film no habría sido posible sin el trabajo extraordinario de Nelson Villagra. Su “Chacal” es de un impresionante realismo: de un relieve dramático sin precedente en el cine chileno. Villagra anima al personaje con una profunda penetración de su interioridad, de su personalidad total que está expresada hasta en los menores ademanes y en la que se puede reconocer el laconismo, el fatalismo, la dimensión humana, integra de muchos campesinos chilenos.

La música de Sergio Ortega ayuda eficazmente a la acción. Y la actuación de Shenda Román, Luis Alarcón, Héctor Noguera demuestra que poseemos actores de primera clase para el cine.

En síntesis: “El Chacal de Nahueltoro” es una de las mejores películas del cine nacional. Y señala al cine latinoamericano un camino que debe recorrer para terminar con su subdesarrollo artístico e ideológico.

MUY BUENA