
El púdico equilibrio entre el melodrama y el documental ha permitido a Aldo Francia realizar una película cuyos rotundos postulados no tienen precedentes en el cine. Ajena tanto la efusión panfletaria como al análisis evasivo, “Valparaíso, mi amor” da expresión fílmica al sentimiento fatalista de ciertos sectores de la población presentando a seis personajes sometidos a los repentinos rigores de una experiencia que en cualquier cerro porteño es casi cotidiana.
Culpable de robo de animales, padre de cuatro hijos y de uno en gestación, el protagonista, un obrero cesante de modales pacíficos, va a parar a la cárcel. De allí parte todo. En adelante, la película se limita a asistir a la dispersión de los cuatro menores, a los esfuerzos de una mujer por mantenerlos, y a un súbito proceso de maduración en todos los personajes que los va colocando en un mundo oculto y prohibido que hasta ese instante desconocían, pero que no pueden sino aceptar como una forma de seguir procurándose los medios de una anónima subsistencia.
El Melodrama
Bien mirada las cosas, en este esquema existía una veta melodramática de proyecciones insospechadas y acaso descomunales. Otras circunstancias más abrumadoras todavía (el embarazo de María, la muerte de Marcelo, la cesantía de Mario, etc) configuraban lisa y llanamente un melodrama en principio irreversible. Sin embargo la dirección de la cinta se negó a él y trató de contenerlo por todos los medios a su alcance, echando mano de preferencia a una cámara inquieta que no permite la acumulación de situaciones graves y a un acompañamiento musical a cargo de Gustavo Becerra que siempre está aplacando las implicancias trágicas del relato.
Que este –como cualquier otro- es un enfoque respetable, no cabe la menor duda. Que no era el registro que más convenía a la obra, sin embargo, es algo que Aldo Francia aún no ha logrado refutar completamente. Si bien su película quiso superar el caso particular (típico del melodrama) para remontarse a un testimonio de vigencia colectiva, hay varias situaciones en la idea argumental que rehusan esta orientación de ribetes sociológicos reclamando –por el contrario– una conducción más apacible y más atenta a la carga emocional de cada protagonista.
No es que como cineasta Francia sea insensible o desconfíe del melodrama. Quienes conocen su trayectoria podrán despejar una y otra sospecha. La verdad es que en “Valparaíso…” quiso dejar en libertad de acción su vocación documentalista que tiempo atrás ejercitó exitosamente en tres o cuatro cortometrajes.
El documental
Por esta cuerda, con su primer largometraje obtiene resultados parecidos sino superiores. Hay en la obra algo más que una fidelidad fotográfica a la ciudad de Valparaíso. En sus imágenes está la poesía amarga de sus calles, de sus habitantes, de sus bares grises y de sus maleantes resignados; están también las referencias a una bohemia modesta de licores baratos y boleros plañideros y, por último, sobre todo esto, esta el tremendo desamparo y la infinita fatalidad de unos personajes manejados con frialdad y escasa ternura.
Un equipo en el que priman actores no profesionales se hizo cargo de la interpretación de éstos, con mejores resultados a los que eran de esperar. El rictus amargo de Sara Astica en un papel que la actriz sirve con devoción y la impasible, pero a la vez dolorida resignación que Hugo Cárcamo, en sus breves apariciones, entrega al protagonista, constituyen a no dudarlo los aportes más convincentes del grupo de actores a la película. No obstante es a los niños a quienes la cámara entrega sus mejores atenciones. Frente a ella los cuatro se mueven con ejemplar desenvoltura entre un grupo de personajes secundarios bien delineados y mejor interpretados. Entre estos destaca Claudia Paz (la dama del cementerio), Carmen Mora (la visitadora), Oscar Stuardo y Orlando W. Muñoz (los periodistas).
Con algunos vacíos técnicos, que sólo los muy puntillistas podrán reparar, dadas las pobres condiciones de la industria cinematográfica nacional, “Valparaíso, mi amor” es la primera obra de cinéfilo consumado del que pueden esperarse palabras mayores. Según lo anunciado, su próxima película será también de corte social, aunque no tan descriptiva. Está consciente que un verdadero realizador sólo se consagra una vez que sabe organizar el lenguaje narrativo, que en aras del testimonio social, esta vez sacrificó en gran parte. INTERESANTE.