EL PROXIMO 15 de noviembre debe estrenarse Tres tristes tigres, la quinta producción nacional que se exhibe en el presente año. Su director, Raúl Ruiz, no es, sin embargo, un novato en la realización cinematográfica. Es autor, anteriormente, de un mediometraje titulado La maleta y del largometraje El tango del viudo, basado en algunos aspectos del poema de Pablo Neruda.
Ruiz, que tiene estudios cinematográficos en Argentina, Estados Unidos y México, enfrentó su producción con muy escasos medios y debió filmar en muy poco tiempo todo el desarrollo argumental de su película (algo más de tres semanas). Como otros realizadores actuales, no se basó en un guión perfectamente estratificado, sino que muchas de las situaciones fueron improvisadas poco antes de filmarse. Buena parte del diálogo fue escrita por el mismo Ruiz una o dos horas antes de filmar una secuencia determinada.
Este método de trabajo expresa Ruiz, no es por un simple azar o por dejar las cosas para último momento. Es el método que más se aviene con su personalidad, con su forma de entender el cine.
Ruiz intentó, en todo momento, de transmitir su forma de trabajo y su experiencia al equipo cinematográfico, que lo acompañó, tanto técnicos como actores.
LOS AVATARES DE UNA FILMACION
“Hubo días en que filmamos hasta 18 horas seguidas. Algunas secuencias salieron con facilidad, pero otras tuvimos que hacerlas varias veces hasta alcanzar el éxito buscado. No fue, en ningún caso, una labor fácil”, confiesa Ruiz.
En Tres tristes tigres, que transcurre en ambientes muy chilenos se bebe bastante. Durante las semanas de filmación también hubo trago en abundancia, dice Ruiz. “No quise limitar el trabajo realista de los actores y de los técnicos. Muchos realizadores estiman que en el estudio o en los lugares de filmación no debe haber una gota de alcohol. Sin embargo, mi experiencia a este respecto es bastantes significativa, pues no tuve el más mínimo tropiezo, ni nadie jamás se extralimitó. Se trataba de dar un clima una atmósfera que atraviesa todo el filme”, dice socarronamente.
Los diálogos de la película tratan –y lo consiguen casi plenamente- de traducir la forma habitual del lenguaje cotidiano chileno, en donde no están ausentes las malas palabras ni las expresiones tradicionalmente considerados soeces, pero que brotan de la boca de todos.
“He tratado de reflejar en mi película una especie de violencia subyacente que hay en la vida chilena. Esto no sólo se expresa en las palabras sino que en las diarias situaciones en que todos nos vemos enfrentados. La violencia, contenida o no, o a punto de aflorar, marca un poco el desarrollo del acontecer nacional”, afirma.
Ruiz, con estas afirmaciones, y el contenido de su film parece dudar de que en “Chile no pasa nada”.
DERIVACIONES
Como se sabe, el film de Ruiz está basado en la obra homónima de Alejandro Sieveking y que fue representado por la Compañía El Cabildo el pasado año en el Teatro Talía. Son precisamente los principales actores de ese grupo teatral los que encarnan a los personajes protagónicos del film. Pero no se crea el film de Ruiz es una transposición más o menos literal de la obra de teatro. Por el contrario, sólo se ha conservador la estructura de algunos personajes; todo el resto del film –que aparece dedicado al Club Colo Colo y a don Joaquín Edwards Bello- pertenece a la creación del propio Ruiz. De otra manera no habría podido adoptar el método de trabajo que deja librados un poco a los actores a su espontaneidad, a su grado de improvisación ante la cámara.
El film, en consecuencia, es sólo una derivación de la obra teatral, un simple pretexto, pero en ningún instante una “adaptación” a la que son tan proclives los directores de cine que tienen muy poco que expresar a través de las imágenes.
Ruiz, que en este instante inició la filmación de otra película (El tuerto) que es totalmente experimental, muestra algunas dudas sobre si su film logrará ser integralmente comprendido por el público, pues, pese a ser muy accesible, mantiene algunas situaciones claves o, mejor dicho, posiciones que reflejan la nacionalidad a un nivel de exploración sicológica.
El realizador, que sólo tiene 27 años, cree haber encontrado una forma segura de expresión, un método de trabajo que le permitirá en el futuro entregar un cine de plena vigencia artística y, a la vez, sea un cálido reflejo de la vida nacional. En Tres tristes tigres sin duda que ya lo ha conseguido en gran parte. Se trata de un joven cine chileno que emerge con decisión y pujanza, valiéndose de auténtico formas vitales para alcanzar sus objetivos.