Esta sección se ha fijado dos propósitos bien determinados, fáciles de descubrir para quien haya seguido pacientemente los comentarios por un vasto período. En primer término, se pretende comentar las películas que signifiquen, dentro del mes respectivo, un aporte cultural evidente para el espectador cinematográfico. En segundo lugar, se trata de destacar en la crónica los valores artísticos y de humanidad que sirvan para establecer una relación viva entre la obra analizada y la etapa histórica que el país presencia. En consecuencia, por regla general, las referencias fílmicas han sido amables, destinadas más a ubicar los méritos de una película que sus defectos. Sin embargo, y por desgracia, esta tónica de los artículos ha debido abandonarse con frecuencia al estudiar un filme chileno. Ello sucede, porque ante la producción nacional otra es la responsabilidad: debemos referirnos a cualquier película, por deficiente que ella sea, como compromiso cultural trascendente y definitivo con lo autóctono.
Valga el preámbulo como excusa por las expresiones que obligadamente se emitirán respecto de Prohibido pisar las nubes.
Naum Kramarenco es, en muchos sentidos, un pionero del cine nacional. No por su edad, sino por su empuje, su tosudez, su conocimiento de la técnica del cine y su heroico laborar. Autodidacta, sabe de los recovecos del quehacer fílmico y de la angustia diaria que significa emprender una producción en Chile. No se amilana fácilmente y en cuanto a lo financiero reconoce que ello es problemático, pero en definitiva se suple con trabajo de hormiga y con la habilidad para barajar los costos y hacerlos coincidir con las disponibilidades monetarias. Lo que sí preocupa a Kramarenco, es la traducción en imágenes del contenido de sus ideas. Desea realizar un cine que sirva al hombre de espejo y liberación. Un cine que capte el momento nacional y lo proyecte con significado permanente hacía el futuro. Un cine de resonancia universal. En esta línea ha realizado sus films Tres miradas a la calle (1957), Deja que los perros ladren (1961), Regreso del silencio (1966) y Prohibido pisar las nubes (1970).
Afirmar lo anterior no significa reconocer que el director chileno haya logrado su anhelo en los films mencionados. Por el contrario, sus intenciones manifestadas claramente en sus monólogos (es un conversador incansable) quedan frustradas en la traducción en imágenes. Consideremos Regreso del silencio, por ejemplo, sin duda alguna su film más logrado. Crea allí una atmósfera ideal para una obra de suspenso. Hay una búsqueda acertada de los móviles íntimos que determinan las conductas y los tipos psicológicos de sus personajes. La sobria actuación del grupo Duvauchelle, se desborda sólo en ocasiones hacia los excesos teatrales, sin embargo, ellos mismos contribuyen, por paradoja con esta última tendencia, a fijar las notas dramáticas de la cinta. Es, en suma, un thriller a la chilena que cuenta con no pocos elementos rescatables. Pero…¿y el resultado? Un film pretensioso, apegado a los tics más decadentes de Hitchcock y con situaciones tan obvias y mal resueltas como el más apetecido radioteatro.
En Prohibido pisar las nubes la historia ya no es de suspenso. Es una socio-ficción, aderezada con pretendido surrealismo. Se critican las estructuras económicas y sociales por intermedio de la exhibición de un personaje patético y limitado, Froilán Pérez (el mismo Jesús Ortega, alías Oberón), quien de simple obrero es ascendido a vigilante permanente de la máquina electrónica que organiza la producción de la industria. El recurso imaginativo de la obra se ubica a partir de la ociosidad del protagonista, quien nunca tuvo tiempo para pensar, pero de pie junto al cerebro electrónico, hora tras hora, día tras día, aprovechará para echar a vagar su pensamiento. Vive en la mente las aspiraciones que jamás podrá realizar y combate así las frustraciones que lo limitan. Anhela, primoridialmente, obtener dinero y encontrar el amor. Su debilidad de carácter, complejos y amarguras se originan en la opaca vida hogareña, presidida por un padre lisiado, y su excesiva timidez lo hace blanco de las burlas de sus compañeros y de la explotación del patrón (Enrique Heine), semejante a los ogros de los cuentos de hadas.
Las dos vertientes argumentales, lo real y lo imaginario, se mezclan, dando lugar a episodios oníricos intercalados en la línea central. Salvo la escenografía, ambas instancias no están suficientemente diferenciadas. En algunos episodios, como en el hundimiento del barquichuelo y el de la jaula, la iluminación realiza un efectivo aporte expresionista, pero sólo llega a esto. Si se estudia por partes el film, se advertirá que indudablemnete ellas son mejores que el todo. En las visiones oníricas- aunque muy lejos de un surrealismo positivo- hay cierta composición que podría calificarse de comienzo- de- un- hallazgo en la puesta en escena (secuencia del mago Larraín en el banco), pero, en definitiva, las buenas intenciones naufragan igual que la barquita y la película sólo es un relato lineal. Por lo mismo, no se advierten los puntos culminantes al final de las secuencias y la historia se mantiene sin progreso desde el comienzo hasta el fin, lo que, como contrapartida, deja sin motivaciones la angustia del personaje central.
En referencia a las partes del film, podría anotarse que la de mejor realización es el sueño que Froilán Pérez tiene, acuciado por la imposibilidad de orinar. Ello se visualiza con el barquichuelo que se hunde, y del que el protagonista saca agua presurosamente con un tarro; como sus esfuerzos resultan infructuosos, acude a la autoridad para ser ayudado; es tramitado en forma kafkiana, y al regresar a la playa la barca ya se ha hundido. Este trozo tiene una impresión poética de evidente fuerza, y hasta podría lograr una distinción en un concurso de cine aficionado.
Por lo anotado, fácil es darse cuenta que Prohibido pisar las nubes, no constituye un aporte al cine nacional. Debe insistirse, nuevamente, que es criticable que se dilapiden medios y esfuerzos en la realización de este tipo de películas. Una industria incipiente como la nuestra no puede farrearse en cada producción la oportunidad de hacer algo meritorio, sobre todo si se tiene en cuenta que el grupo de Cine Experimental de la Universidad de Chile, con escasos medios, está realizando un cine de testimonio auténticamente nacional, y de la calidad, que ha merecido recientemente un premio internacional en Leipzig- Alemania Oriental.
Por otra parte, respecto al film que nos ocupa, ni siquiera puede citarse la tan manida disculpa de nuestros cineastas comerciales, cuando alegan que se trata de un éxito de público, pues las salas se mantuvieron desiertas durante los pocos días que duró la película en cartelera. Lo sentimos sinceramente por Kramarenco, por lo que afirmábamos al principio; por su intención y su dedicación al cine no merece este resultado. Pero él es el mayor culpable, no sólo por ser el autor de la película, sino que porque de su empuje y blá blá siempre se espera algo más de él. ¿Será su destino, como hemos dicho tantas veces, transformarse en productor y facilitar la oportunidad de expresarse, a su vez, a un auténtico autor cinematográfico?.