Ocaso: Experiencia penosa e ingenua
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Film de HERNAN TAKEDA con Gabriel Alfaro, Oriana Espinoza, Crípulo Gándara. Producción: Costa Sur Ltds (Concepción) Chile, 1968 Distribución: Disa.

Cines San Martín y Cinelandia.

Mayores de 18 años.

Experiencia penosa e ingenua

Un film chileno más. Indudablemente que sí y también una triste lección. Más que reproche, merece piedad, y en el buen sentido del término. Pero además, es indispensable aprender la lección, o sea, detectar las causas y circunstancias que generaron el film. Porque, antes que nada, es un film amateur, queriendo significar con el término la falta de responsabilidad provocada por la ceguera conceptual y técnica. Y es también un cine amateur, porque las circunstancias y características del film responden a un fenómeno muy claro y de contornos muy nítidos. El amateur experimenta una fascinación con el instrumentos: descubre la cámara y sus “secretos”; logra una pasable fotografía, o lo que él entiende por tal; ve cine; oye: descubre la moviola y el montaje; lee algún libro de técnica, o varios; termina por convencerse que es cineasta. Llegado el momento no sabe qué filmar. Busca, y encuentra (o escribe) un argumento. Ya tiene el pretexto para poner en práctica sus descubrimientos. Pero lo falta la conciencia fundamental: ignora que está ante un lenguaje y, en el mejor de los casos, confunde lenguaje con tres o cuatro reglas de continuidad (gramática). No falta la buena voluntad: por el contrario, sobre igual que el espíritu de sacrificio.

Lo dicho se desprende del film de Takeda (de quien conocimos algunos reportajes. –pésimos– en el Primer Festival de Cine Amateur, en Viña del Mar, Verano de 1963). La historia que narra, al margen de melodramática y truculenta, es absurda. No hay progresión, sólo secuencias puestas allí para llenar tiempo. No hay personajes propiamente tales. El “realismo” se confunde con la truculencia; en suma, la realidad circundante no es observada, ni mucho menos valorada. Imposible entonces, entregarla en términos de un lenguaje. Surge, en cambio, una suerte de seudo-simbología –el protagonista, que al morir herido pinta con su sangre un juguete– que se le supone el valor de “metáfora”.

Sin embargo, el cine como instrumento posee nobleza: es fiel a quien le intuye sus claves: así resulta convincente la breve escena en el interior de la mina; cierto realismo en los interiores, cierta naturalidad que se transforma en verdad al desaparecer las pretensiones; así, la presencia del payador pone la única nota auténtica de un aceptable folklorismo. El resto, es la repetición de una concepción “criollista”, mal resuelta y carente de toda elaboración.

Técnicamente, el film responde a leyes semejantes. El nivel fotográfico –poco importa el “papel sobre el que se escribe” o la “caligrafía” si lo escrito vale por si mismo– es la consecuencia de la falta de una verdadera dirección de fotografía: no hay control de los valores tonales. (Al margen de que sea una ampliación de 16 mm. a 35 mm. procedimiento por lo general riesgoso y poco eficaz).

Pero, ante “Ocaso” más que apuntar sus defectos, importa apuntar conclusiones. Y, más que ello – por aquello de que el film más mueve a la piedad que al reproche – dar un consejo, no sólo a Takeda, sino a muchos que pueden incurrir en la misma aventura: está bien el amor, la pasión, el esfuerzo, y el sacrificio, incluso el económico. Pero, dichos tesoros –que Takeda y su equipo indudablemente poseen, y que significan un capital mucho más efectivo que una buena cuenta bancaria– debieran invertirse en una búsqueda experimental más humilde, más adecuada a los medios disponibles, y orientada conceptualmente, es decir, consecuente con la realidad del fenómeno cinematográfico y con las circunstancias.  Porque, por último, hay en Takeda honestidad, y también, una dosis de coraje: no ha temido presentarse ante el público ni competir comercialmente con otros. Es lamentable, entonces, que no haya presentado un fruto mejor, más acorde con su espíritu y empeño.