EN 1907 Santiago era una gran aldea, cuyos habitantes solo tenían como entretención las Compañías de Opera del Teatro Municipal y las zarzuelas montadas por el español Pepe Vila en el «Santiago». En sus calles pavimentadas con piedra de huesillo la capital dejaba transcurrir el tiempo en medio de la tranquilidad somnolienta. Pero a pesar de eso era posible advertir la presencia en la vida nacional de esa especie de inquietud perenne que ha caracterizado felizmente al chileno, ¿Algunos ejemplos? En 1866 una carreta tirada por bueyes trasladó a San Antonio el primer submarino fabricado en Sudamérica por una fundición nacional; el primer ferrocarril que existió en Sudamérica corrió en nuestro territorio.
El 20 de marzo de 1895, los hermanos Augusto y Luis Lumière realizaron en los bajos de un local ubicado en el número catorce del bulevar de los Capuchinos, denominado Salón Indien, “La Salida de los Obreros de los Talleres Lumière”. Con este suceso, que pasó desapercibido para los parisienses, nació el cine como espectáculo de masas.
Doce años después, cuando aún el entretenimiento de las figuras animadas estaba lejos de convertirse en un arte que atentara contra la estabilidad del teatro y la ópera, nacía el cine chileno, cuando un transeúnte que pasó el día 13 de noviembre de 1907 por calle Estado vio en la puerta del teatro Variedades, al que también se denominaba Cine Kinora, y que estaba situado en el lugar en que hoy se encuentra la sala Imperio, un aviso que anunciaba: “Hoy estreno de la “vista” nacional sobre la Exposición de Animales de la Quinta Normal”.
Desde esa primera muestra del cine nacional hasta el año 1910 se rodaron una gran cantidad de noticiarios y películas comerciales de las cuales desgraciadamente nada o casi nada se conservar, aparte de los noticiario en que aparecen las “Honras Fúnebres en la Catedral al Presidente Montt”, fallecido al llegar muy mal de salud a Bremen, Alemania, el 16 de agosto de ese triste año del Centenario, que encontró al pueblo chileno llorando a su Presidente muerto en tierras extranjeras.
El cineasta Jorge Délano recuerda haber visto al señor Arturo Larraín Lecaros arriba de una escalerilla filmando este documental, a la salida de la Catedral. Otro noticiario que se filmó ese año con “La Parada Militar en el Parque Cousiño” como tema se debió al esfuerzo de otro hombre precursor de aquella época, el señor Julio Cheveney, que se desempeñaba como vendedor de artículos fotográficos de la “Casa Francesa”. Arturo Larraín formó parte de una sociedad propietaria de una red de teatros y posteriormente se dedicó a la diplomacia representando a Chile en Japón, España y Costa Rica. Murió el 24 de febrero de 1926. Estos dos trabajos fueron incluidos por el técnico Edmundo Urrutia en la película de largo metraje “Recordando”, estrenada en 1962.
Desde 1907 hasta 1915, en que llegó a Chile el técnico italiano Salvador Giambastiani, la historia todavía no escrita del cine chileno sólo registra los nombres de estos dos hombres como los precursores de la naciente e interesante actividad cinematográfica. Giambastiani, convertido en maestro, formó después una falange de técnicos que le dieron vida y que convirtieron a nuestro país en la década del veinte en una especie de Hollywood de la América Latina.
EN LA HUELLA DEL CINE CHILENO
Mario Godoy Quezada es un hombre apa.sionado. Un hombre que ha dedicado gran parte de su vida a investigar la huella casi desconocida del cine chileno, objeto de su pasión. Este hombre, que, según la frase de Pedro Sienna «de todo ha hecho en la farsa», ganó un concurso radial con sus conocimientos del cine nacional. El resumen de sus Investigaciones a través de largos años y búsquedas lo entregaremos en una columna semanal que, creemos, sorprenderá a algunos y agradará a muchos.