El imperdonable Chacal
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Al terminar una de las numerosas proyecciones privadas que antecedieron al estreno de “El Chacal de Nahueltoro”, a medida que los invitados se desplazaban fuera de la sala, medio arrastrándose, medio afirmándose contra las paredes como si les hubiesen golpeado, -porque las tomas finales no sólo son “efectistas” sino también “efectivas” y dejan muy a mal traer- un periodista presente, con esa capacidad para la “síntesis ambiental” que se desarrolla confeccionando títulos noticiosos, lapidó a Littin, director de la película:

-Te felicito. Littin, le dijo, pero esta cuestión va a haber mucha gente que no te la perdonará nunca.

Ya no se la están perdonando.

Bastó que la “cuestión” debutara en seis salas para que se sintiera el choque. El Contenido de REALIDAD que “El Chacal” acarrea, sacó de equilibrio a la afición. ¿Se imagina lo que significa esta película para la gente acostumbrada a asistir cada sábado a los “cines-de-sauna” donde los masajean con fotografías en colores y aroma de final feliz, los duchan con música y paisajes y los fumigan con lugares, situaciones y oportunidades que jamás verán fuera de los “cines-de-sauna”?

¿Se imagina lo que significa para ellos que les tengan bloqueados SEIS “saunas” con material frío como la verdad, barbudo como el Chacal, hinchado de preguntas e implicacioes?

-NO ES una película grata – dicen las señoras. Y habrá que responderles que es una lástima que la vida del “Chacal” no se pareciera más a la de los personajes de Fres Astaire que todo lo arreglaban bailando. Es una pena, además, que cuando el “Chacal” mató a la Rosa no estuviera Francis Lai tocando “Un Hombre y una Mujer” en el trasfondo.

El Chacal” partió como documental dramatizado. Miguel Littin, que ha sido actor, director de televisión y autor de teatro, planeó un esqueleto argumental que podría haber calzado con un “programa especial” del Canal 9. De esos programas-encuesta que se trasmiten en horario adulto. No se ejercita la gente en vano dentro de un medio: Littin después de dirigir mucho material televisivo, captó una forma de comunicación con el público, observó un interés y una necesidad.

La realización fue otra cosa: la actuación de Nelson Villagra y Shenda Román, y el afiatamiento que el equipo Littin fue logrando, hicieron crecer la película. Hemos terminado con uno de los films más maduros de nuestro cine chileno.

Semejante acción es lo que asusta a mucha gente. En la “tele” habrían aceptado esta película, porque la “caja idiota” es, por último, íntima y uno la ve entredormido, con compañía y en pantuflas. Ir al cine es un acto público… y el espectador chileno al verse en la pantalla aún reacciona con el pudor de una muchacha que se ve por primera vez desnuda ante un espejo y se descubre formas de mujer. Así como esa niña descubre que ya no es lo que estaba acostumbrada a ver… nuestro cine, tampoco lo es, tras “El Chacal”.

Una de las consecuencias típicas del estupor es el acto impensado. Criticar “El Chacal” dentro de sí mismo, no se puede. No se puede decir que haya fallado la actuación, ni la técnica, ni siquiera la intención, porque no hay panfletarismo. No se puede decir que “se engañó”, porque no hay exageración en la película. Tampoco se puede decir que “no tiene sabor real”, porque cada vez que aparece Nelson Villagra la proyección se suspende y queda la pura verdad.

¿Qué se ha hecho, entonces? Se ha tratado de mirarla, “a través de un espejo oscuro”, desde el acantilado del tiempo, despreciando el momento y la oportunidad (como si esta película no perteneciera voluntariamente al momento actual) y se le ha criticado “no entregar suficientes antecedentes sobre las razones que impulsaron al “Chacal” a matar como lo hizo”. O sea, se ha criticado uno de los mayores méritos de la película: su imparcialidad, su justeza, su negación rotunda a transformar un hecho real en “una historia fabricada”, a someter las fotografías del “Chacal”, que son lo único que de él nos queda, a un estudio freudiano antojadizo, a una “reconstrucción sacada de la cabeza del argumentista”.

Curiosas reacciones. Lo que pasa es que nuestra gente no está acostumbrada a ver la realidad sin procesar, sin filtros narrativos o esquemas estructurales. Otro sector (patético, o quizás tierno) ha organizado una romería a la tumba del “Chacal”. ¿Pensarían iniciar una canonización a nivel popular en honor de “este chileno que salió en las películas” y salió tan bien? Es el desbande, el asombro. Lo que ha hecho Littin es imperdonable.