El año cinematográfico chileno se inició antenoche con la presentación del “Flor del Carmen”, de Patria Films, en el Teatro Santa Lucía, dirigida por José Bohr, a base de un libreto de Amanda Labarca.
No se puede establecer comparación con las películas chilenas que la han precedido, sino entre ésta y las dos anteriores del mismo director: “Pal otro lao” y “El relegado de Pichintún”. Comparando así, el progreso es evidente, pues “Flor del Carmen” tiene a su favor los magníficos escenarios naturales, sus espléndidas fotografías, su buen sonido general, sus enfoques felices, pero adolece de lso mismo defectos que las dos películas nombradas: humilde calidad de su guión y deficiente acción de los intérpretes.
Ni siquiera se puede hablar de ella como película de argumento: hay que considerarla, más bien, como acertados cuadros de costumbres campesinas, sabrosos, movidos y que han sido hilvanados entre sí, con un diálogo y una acción que poseen cierta unidad, pero que no logran interesar.
La señora Labarca no ha debido torturarse mucho para idear la trama: Flor del Carmen, hija del capataz de un fundo, está enamorada de un apuesto peón: su padre se opone a este matrimonio y, en cambio, cede a las amenazas de un campesino rico y cínico que le prestó dinero, estando en apuros. Lo impone a su hija, se fija la fecha del casamiento pero dos días antes hay un accidente en el río que pone en peligro la vida del hijo menos del capataz. El peón rechazado lo salva y en premio al padre accede a darle la mano de Flor del Carmen. El novio rico y cínico, descubierto en sus manejos y puesto en ridículo por su cobardía, es castigado por una pedrea general y huye. La pareja feliz se besa y…todos contentos. La armazón de la película no puede ser más ingenua ni más repetida en toda clase de cuentos y novelitas cursis.
Con tan pobre base el diálogo languidece y el interés se esfuma. Sólo logran concentrarlo pinturas circunstanciales de ambiente que organiza con tino el director y filma la cámara. Cuadritos de costumbres que vale la pena mencionar: el arco de animales del comienzo de la cinta, fotográfica y técnicamente impecable: la escena de las carretas; escenas del rodeo; las de la riña; las del río y algunos primeros planos del capataz que hace Jorge Quevedo, el único actor verdadero de la película, de Elena Puelma, dando de comer a las aves y de Blanca de Valdivia en su canción. Cine fraccionado que merecía figurar con honor en un “corto” de propaganda turística.
El cine chileno está mucho más avanzado que todo eso; hay películas del cine mudo.-cuando aún el cine argentino no nacía, ni el mejicano tampoco-que poseen más clidad de obra de arte, más consistencia.
“Flor del Carmen”, sin embargo, en este comienzo de temporada, tiene una importancia que es preciso no desconocer ahora que contamos con unos estudios como los de la Chile Films, listos para realizar una labor seria: la lección-que esa nueva firma debe aprovechar-de que es imposible conseguir una buena realización sin un buen libreto, sin un buen material humando, vale decir intérpretes y directores, a pesar de que se cuente con los mejores elementos técnicos.
Una observación final: es una falta de respecto al público y a los invitados, cortar una película para hacerle la propaganda a una estrella de cine que llega a la sala: más cuando han asistido a la presentación representantes del Gobierno que no han ido precisamente a participar en un homenaje a una artista, sino a ver si el cine nacional ha progresado.
EL TRASPUNTE INDISCRETO.