“La historia de María Vidal” es un film liviano y promisorio
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Sé que hay mucha gente que no tiene confianza en René Olivares, aunque lo hayan visto erguirse heroico después de cada una de sus caídas. Realizó una película aceptable cuando nada sabía de cine (“Barrio azul”) y dos mediocres, o menos que mediocres, en posesión de una experiencia esforzadamente conseguida (“Mr. Wallance llegó a las cinco” y “El último día de invierno”). Pero era necesario perdonarle estos fracasos. Frank Capra dio una receta a los directores: “Hacer muchas películas malas, pero con algunos aciertos; y una buena al fin”. ¿Tomar al pie de la letra el consejo? Tonto de capirote lo han convertido en una oración para salvar sus almas, ya perdidas “per sécula”.

Pero hablábamos de René Olivares y justo es reconocerle que está en camino de conseguir lo que busca, eso tan difícil de hallar; el perfecto equilibrio entre la voluntad y la ejecución. Porque por ahí andan grandes proyectos que al llevarse a la práctica, se empequeñecen hasta casi desaparecer. Y este joven director, algo loco como deben ser los auténticos valores, va desmalezando su ruta, castigando sus impulsos y levantado la cabeza que todavía no logran cortar sus improvisados enemigos.

MARIA VIDAL

Un día cayó en sus manos un tema que cada maestro pensó más de una vez, que era cinematográfico: el problema del educador joven, saturado de nuevas fórmulas, que lucha por hacer de la enseñanza algo más grato en esta ingrata vida. Y entonces surgió María Vidal, linda maestrita perseguida por los vicios de la ciudad. Recién egresada, la destinan a “Los Retamos” para reemplazar a una de esas viejas profesoras que todavía entran la letra con sangre. María Vidal remoza todo eso. Le da calor humano. Se convierte en apóstol de una causa noble. Pero –aquí esta el pero y el nudo del film– sordos odios, intereses creados, mol’cie, etc, se le enfrentan hasta morderle la moral y conducirla al suicidio. ¿Por qué al suicidio? Debió luchar hasta vencer.

El argumento flaquea, se dobla, gravita entre lo sensiblero y lo dramaticón. Sin embargo, hay muchos toques dignos de calificarse entre los más acertados que ha producido la cinematografía chilena. En ellos estriba y descansa el suspenso que aferra al espectador – hasta el último cuadro. La mano del director es visible en el sacrificio que obliga un argumento que no daba más que para arruinar el provenir de cualquier director. Pero René Olivares se salva y se agranda. En la misma dimensión que se achica en ciertos pasajes que no son de su cuerda: las de borrachera con harto trago y hartos borrachos. (¿Por qué las películas chilenas se empeñan en atacar la campaña antialcohólica que comanda Aníbal Jara?). Los borrachos son a veces simpáticos al natural – el mismo Olivares lo es en la intimidad de estas alegres y envenenadas noches de Santiago – pero en el cine apestan y difaman gratuitamente a la patria.

Con todos sus perdonables defectos y sus grandes condiciones “La historia de María Vidal” queda. Deja algo. Certifica un esfuerzo. Envía un recado. Y eso, quien sabe, es atributo sólo de las buenas películas.

Marión Louis (horrible seudónimo) es una muchacha bonita, a quien la cámara trata con ternura casi maternal. Su figura comunica algo. Pero cuando habla todo se derrumba. No sabe decir. Carece de matices en la voz. Es fría. Cumple, empero, cuando camina, cuando ríe, cuando mira. El papel le quedó grande. Esa es la verdad. Junto a ella encontramos una sorpresa. Un hombre nuevo, pese a que ha hecho varias películas: Rubén Darío Guevara. ¡Qué bien está! A su buena figura une ahora una habilidad interpretativa que, estoy seguro, muy pocos pensaron adquiriría. Es un actor por donde se le mire.

Y un actor de cine como los que nos estaban haciendo falta para los papeles que le calzan. “La historia de María Vidal”, tiene un firme apoyo en él. Y nosotros nos alegramos deveras. El resto del elenco es sobrio Jorge Quevedo, a quien vemos de nuevo apostado tras una botella de vino, destaca sus títulos ganados en largos años de tatro y cine. Jorge Sallorenzo resulta gracioso como siempre. Arturo Gozalves, ajustado y sereno. Responsabiliza un rol ingrato y lo defiende con corrección. Y hé aquí otro relieve magnífico: Lucho Barra. ¿Por qué no había filmado antes? Su capacidad interpretativa, su gracia espontánea y fresca, el dominio de los gestos, todo lo muestra como la más decisiva revelación del film que comentamos. Conchita Buzón tiene una parte exigua. Y la actriz está presente. Chela Hidalgo, en su papel de Anita, es una promesa que debe considerarse para el futuro. Al lado de Lucho Barra define una capacidad protagónica de excelente factura. Armando Gghlino, también autor del argumento actúa con discreción y a veces tiene sus aciertos. José Periá: equilibrado, medido, convincente.

El resto no necesitaba rendir más de lo que rindió.

Excelente la fotografía de Martorell. Acertado el sonido de Rodríguez. Bueno el “racconto” que escribió Carlos Vattier y que leyó, con su eficacia característica, Cucho Orellana.

En suma: “La historia de María Vidal” puede verse sin sentir deseos de asesinar a nadie.

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