Sumamente grato para nosotros es dar cuenta del triunfo amoroso conseguido por la nueva película chilena en su estreno de ayer en los teatros de la empresa Valenzuela Basterrica y Cía.
Mucho antes de empezar las exhibiciones las localidades fueron agotadas y se hizo necesaria la intervención de la policía para despejar el foyer de gente que luchaba por entrar de cualquier manera.
Pero lo extraordinario fue el rito de la boletería no lo fue menos triunfo artístico. La gente estaba entusiasmada y fueron numerosas las ocasiones en que la cinta fue aplaudida. El final fue una frenética ovación.
La reclame no ha sido exagerada al anunciar que esta obra es la mejor película chilena y la más chilena de ellas. Francamente no hay reproche que hacerle. El argumento es apasionante y humano, la interpretación es correcta y la fotografía nítida y pareja. No hay anacronismo ni impropiedades. Los paisajes, bellísimos, han sido escogidos con clara visión de artista.
Si grande fue el triunfo conseguido por Nicanor de la Sotta con “Golondrina”, mucho mayor será el que seguirá obteniendo con “Pueblo chico”.
El éxito no está limitado solamente a nuestra tierra, sino que lo repetirá en todo el mundo convirtiéndose la película en un fiel exponente de nuestro progreso en materia de arte cinematográfico.
La característica más notable, el mérito más digno de comentario, fuera de los atributos generales que debe tener una película, es su chilenidad. Hay en ella algo de nativismo de los cuentos de Mariano Latorre, un nativismo sano y verdadero que no llega nunca hasta la chabacanería. Quien vea “Pueblo chico, infierno grande”, conocerá el alma de nuestra tierra, mezcla de bravura y de sentimiento.
La intriga dramática tiene algo de “El gran galeoto”. Es un drama basado en los trágicos resultados del pelambre, vicio que en los pueblos chicos casi constituye una ocupación femenina. Una honesta joven es puesta en la picota del escándalo porque su familia ha recogido en su casa a dos amigos y protegidos y porque el marido no se preocupa de ella por pasarse en juergas en malas compañías.
Haydée Recabarren, Ernestina Estay, Nicanor de la Sotta, Plácido Martín, Hernán Corona, Adolfo Urzúa Rosas, y otros artistas cuyos nombres se nos escapan, están correctísimos en sus roles. Por su parte, los formidables “guatones” Paco Ramiro (El comandante), Chao (el Alcalde), Evaristo Lillo (el Pájaro), y Armando Martínez (el cantinero), hacen sendas creaciones cómicas de sus papeles.
Esteban Artuffo, merece el más franco aplauso por su trabajo fotográfico. No hay pero que sacarle a su fotografía. No solamente es nítida, sino que ha hecho “florituras” con iras y encuadres e intercalaciones de preciosos paisajes.
Nicanor de la Sotta, se ha revelado una personalidad del arte cinematográfico en su triple trabajo de autor, director y protagonista.
“Pueblo chico, infierno grande”, se repetirá hoy en vermouth y noche en los teatros Esmeralda, O´Higgins y Brasil con el mismo hermoso acompañamiento orquestal que ayer.
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Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.