Crítica de Cine. «Hombres del Sur»
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

Hay que alabar y sin reparo el esfuerzo que suponen los señores Horacio Castro y Juan Pérez Berrocal, la filmación de «Hombres del Sur«. Luchando con el derrotismo del ambiente, con la falta de adecuados medios técnicos y sabiendo de antemano que aquí por desgracia no hay para lo nuestro, para lo auténticamente nacional, la comprensión justa, la benevolencia debida, se lanzaron no obstante en una aventurada empresa que después de muchos meses de ardua tarea, llegó a su término, consiguiendo en la amplia sala del Teatro Baquedano, un éxito de taquilla sin precedentes.

Se ha conseguido una película dispareja en sus valores. No puede hablarse sino de una producción modesta. Pero se ha hecho cine chileno; se ha roto el silencio de muchos años y se han venido a descubrir valores artísticos de primer orden que en futuro no lejano, pueden actuar en cintas magníficas.

A semejanza del mejicano Orol, Juan Pérez Berrocal ha escrito el argumento del film, lo ha dirigido y es su principal intérprete. Justo es reconocer que ha puesto en todo ello fervor entusiasmo, perseverancia. Su acción se ha deslucido a causa de esta triple actividad. La película es una mezcla de cualidades y defectos. Pero será recordada siempre como un noble esfuerzo en pro del renacimiento de la cinematografía nacional.

El argumento es sobradamente trágico, pero perfectamente pasible. Es un «caso» que muchas veces presenciaron nuestros campos. Se ha exagerado, es cierto, la nota dramática. Hay recargo de episodios y huelgan algunos personajes. El cura, por ejemplo.

Luisa Aguirrebeña y Helia Grandón que animan las principales figuras femeninas, efectúan una plausible labor de conjunto. Hay en ellas disposición, temperamento. Una, harto expresiva, es sentimental sin esfuerzo y en aquella desoladora escena de su propio suicidio, alcanza plenamente la nota emotiva; la otra, tan aplaudida en los programas de radio, bella, de una silueta atrayente por demás, concede a sus parlamentos intención y brío. Desde el primer momento, y para siempre, se conquista al auditorio.

Pero los laureles son para Blanca Arce, que pese a lo episódico de su papel, «se roba» la película. Cuánta naturalidad en esta artista, sin pretensiones de ninguna especie; qué calor humano en su papel y cuánta ingenua y fresca gracia en sus dichos, acaso reñidos con una gramática estricta, pero plenos y desbordantes del alma popular. No hay en el cine mejicano intérprete de su tipo que se le aproxime siquiera.

Del elemento masculino, Pérez Berrocal sigue las aguas de la escuela dramática de alta tensión que tiene también un gran público y, sin esfuerzo, sostiene la nota amarga y enfática que culmina con su propia muerte. Pérez Berrocal es un actor profundamente sincero. Rubén Darío Guevara, a pesar de lo ingrato de su papel, se revela como un galán meritorio: bien plantado, viste con natural elegancia, no exagera su fraseo. Quizás le falta más firmeza. En una palabra, lo aguarda un claro porvenir. Ese Verdejo a alta escuela que ofrece Abelardo Riquelme, está bien, pero muy bien. Riquelme es un cómico magnífico. Conviene destacar al dúo Gutiérrez-Padilla que interpretó la música de Aguirre Pinto. De cargo de René Berthelón corrió la dirección técnica.

No hay que omitir tampoco el aspecto campesino del film. Ese sabor de la tierra, de la tierra nuestra que viene a reavivar afectos tal vez dormidos. Allí la cueca triunfa en la jubilosa fiesta de su baile. El público la recibe con prolongado aplauso.

Como decíamos al comienzo de este artículo, donde, sin olvidar que somos críticos, recordamos también nuestra nacionalidad chilena, hay en estos «Hombres del Sur«, un honrado intento que justo es aplaudir. Sus promotores trizaron el hielo de la apatía y el derrotismo ambiente y se han expuesto a la dura voz de muchas críticas que nosotros respetamos como todo ajeno pensamiento, pero que no compartimos.