Valparaíso, Chile
Santiago, Chile
Dotado de capacidades naturales para la música Lefever desconfiaba de la formación académica, pero reconoció a un solo maestro, el holandés Fré Focke, del que fue alumno privado. Paradójicamente el propio Lefever se transformaría en un destacado académico. Comenzó componiendo bajo la influencia de su maestro, en la línea del serialismo atonalista y de la música concreta, pero luego evolucionaría, en concordancia con la identidad musical de su época, hacia el descubrimiento del folclore, terreno en el que si bien no llegó a sus últimas consecuencias, le permitió componer su primer trabajo para el cine: Largo viaje de Patricio Kaulen. Utilizando como motivo central un melancólico “toquío” para guitarrón usado en la tradición campesina de las ceremonias fúnebres infantiles, Lefever enmarcó el relato emocional de la película, que alcanzaba su ápice en la famosa secuencia del velorio del angelito. Probablemente este fue su trabajo mayor para el cine, dada la identificación estrecha entre tema musical y narración.
Después vendrían dos prestigiosas colaboraciones con Raúl Ruiz: Tres tristes tigres y Nadie dijo nada. Ambas películas le permitieron jugar con temas populares propios de los bares en que se ambientaba la acción. Las mezclas de temas y las citaciones apenas sugeridas se transformarían en parte de su repertorio futuro, caracterizado también por los insólitos arreglos para instrumentos y un cierto impresionismo, producto de su estrategia favorita para crear: la improvisación. En ello se nota también la gran admiración que sentía por la música cinematográfica de Bernard Herrmann. Después trabajó con Caiozzi en A la sombra del sol, con Carlos Flores en Pepe Donoso y con Cristián Sánchez en Los deseos concebidos. En 1980 apareció acompañando al piano una proyección de La general de Buster Keaton, en una experiencia de la que desgraciadamente no quedó grabación alguna, pero que algunos espectadores aun recuerdan como un momento mágico de diálogo entre cine y música. El propio Lefever confesaría que sintió las manos de Keaton junto a las suyas mientras improvisaba ante la pantalla. También trabajó para televisión en la famosa serie “La Quintrala” en la que escarbó en músicas posibles del siglo XVII chileno. Decimos posibles porque de esa época hay escasas partituras y solamente religiosas, pero Lefever confesaría después que se lo había inventado todo, lo que formaba parte de notable facilidad para aludir a épocas y emociones más imaginarias que reales.
Habría que sumar sus partituras para el teatro y la danza y su copiosa obra instrumental y teórica, lo que da una medida de la importancia de su aporte a la creación musical chilena del siglo XX. Un verdadero tesoro que todavía espera ser recuperado para las salas de concierto nacionales. Su hija Eva Lefever es una destacada pintora nacional.