Se ha dicho muchísimo: nuestro cine no está del todo mal en lo artístico. ¡Pero la técnica! Y junto a ella, los elementos fluctuantes entre el arte y los medios de representarlo.
Los ejecutores de “Encrucijada” parecen haberse dicho:
-Bien; hagamos ahora, una película que no se resiente por falta de técnica; cuidemos los detalles y fijémonos bastante en la fotografía.
Los buenos propósitos son la primera garantía para obtener buenos fines. El resto queda librado a las aptitudes, a la constancia y a los recursos materiales de que se dispone.
En este caso, los recursos han sido tan precarios, como abundantes los propósitos.
Mentiríamos, sin embargo, al decir que “Encrucijada” no responde al proyecto específico formulado por sus realizadores. Sólo que esta vez se les ha pasado la mano en sus deseos de producir una cinta técnicamente perfecta. Se han preocupado del cuerpo de la obra, descuidando el tema, o sea, su alma.
Ahí radica el desequilibrio.
Los anteriores argumentos del cine nacional, exceptuando los cómicos, han sido presuntuosos, con aspiraciones algo exageradas. Las disponibilidades técnicas no eran suficientes para servir sus designios.
Se ve clara la intención de los argumentistas de “Encrucijada”: un tema simple, que no exija excesivo cuidado material, capaz de moverse con holgura en un fondo fotográfico bien dispuesto y hábilmente captado.
Sin embargo, es éste uno de los casos en que las cosas simples degradan en simplezas. El arte es cuestión de matices leves, perceptibles a los auténticos creadores. Quedarse un poco más acá de la línea suele ser tan grave como transpasarla. Hay un secreto en la medida, en la justeza, ciencia que carece de normas: no se aprende, sino que se aprehende.
Dejemos el sonido, el encuadre, el tiempo, el ritmo. No son los pecados mortales de “Encrucijada”. Baste anotar que superan a cuanto se ha hecho en Chile desde el génesis cinematográfico hasta nuestros días.
Celebremos, en igual forma, ese taimado “lío de Guayaquil”, que constituye el suspenso discreto y eficaz de la cinta.
Pero luis, el marinero, no nos convence con su tipo, dulzón. Su psicología no corresponde a la gente de mar. Es varonil, claro está, pero debería, además, ser vigoroso, terco aún con la mujer amada y con unos puños inquietos, siempre listos para golpear las mesas de las tabernas y la mandíbula de los barnianes.
Acaso el destino de Closas no sea el de representar marineros. Estamos seguros de que su talento no ha sido aún bien aprovechado. Si se le dirige bien puede rendir muchísimo. (Esto no es una profecía.)
La actuación de Gerardo Grez nos sugiere lo contrario: pensamos que dió todo lo que podía y ya no cabe esperar más de él.
Ana, la protagonista, se ve enferma de tristeza. Recuerda, lejanamente, a los tipos de Dostoyevsky. De vez en cuando, dice frases como ésta: “Cuando estoy cortando flores, o en el mar, o arriba de los cerros, me dan ganas de ser distinta”.
El conflicto se entrevé sólo por las palabras de la muchacha. El ambiente en que ella vive no lo justifica. Y nada hay en el argumento que explique su origen.
María Teresa Squella confirma los buenos conceptos conquistadospor ella en otras oportunidades, si bien habrá próximas ocasiones para que haga valer su indiscutible capacidad y su temperamento.
Castro Oliveira es un ejemplo para otros de condiciones más efectivas, pero menos constantes. Es preciso reconocerle a Castro su tesón, infructuoso a veces, casi siempre. Parece que ni en el teatro ni en el cine ha logrado encontrarse a sí mismo. Debe seguir buscándose. Su parte en “Encrucijada” es breve, pero tan desconsoladora, que uno casi se alegra de que lo maten pronto.
Un impulso de generosa frescura alienta en esta película: en ella están patentes todos los defectos, pero también todas las cualidades de la juventud.
Es una disposición inmejorable.
Significa tiempo disponible, entusiasmo, calor de alma, espíritu no endurecido por la suficiencia, sino abierto a las observaciones desinteresadas.
Pueden así, los autores de este film, hacer rendir sus buenas partidas, a tal punto, que de los defectos no quede casi ninguno.
Será ése el premio al valor de los que afrontaron esta “encrucijada” para la gente joven.