Hace algunos años, cuando el libro salió a la luz pública, escribí algo acerca de “La Chica del Crillón”, de Joaquín Edwards Bello. Me complace extraordinariamente hacer este recuerdo ahora que me atrevo a opinar yo también de la cinta que sobre el tema de ese libro ha realizado Jorge Délano (Coke). La obra no me es desconocida, y al verla transportada al cine puedo asegurar que se han respetado los caracteres fundamentales, en cuyo contacto entra al lector. Inclusive me atrevería a decir que se han mejorado algunos aspectos psicológicos del asunto, lo que en nada significa que no los haya tratado también Edwards Bello con la maestría que le es peculiar. En su versión cinesca, la obra aparece más equilibrada: no es sólo el relato de la vida de una mujer, a la cual no sonríe la fortuna en la forma que esperó por años, sino en otra muy distinta, y pasa a ser la historia de un grupo humano. Es un fragmento de la vida de Santiago, reflejado en el lienzo con toda la fidelidad concedida al cine, y si por eso carece de algunas escenas de las libertades que se puede tornar la literatura, abunda en cambio en hallazgos expresivos, que nos señalan las posibilidades que tiene el cine como nuevo lenguaje, para el arte.
Desde este punto de vista, así como desde muchos otros, la cinta que se acaba de estrenar es el triunfo definitivo de Jorge Delano, a quién podemos ya saludar como el director de cine por antonomasia. Nunca antes el arte cinematográfico chileno había contado con un hombre más adecuado a la función de dirigir películas. Es artista delicado y sutil, y, por eso, sabe hacer hablar a las cosas, como ocurre en muchas escenas, que sería prolijo citar. Es humorista, y como tal, el público ríe de buen grado ante sus trucos de escenógrafo consumado. Sabe ver, en fin, con la pupila adiestrada del dibujante y del fotógrafo, y su película es armoniosa en todos los detalles, elegante y bien proporcionada.
Al imponer el guión de “La Chica” las modificaciones a que me he referido más arriba. Délano ha tenido un acierto particularmente feliz, porque no ha hecho participar en los grupos de persona que trasciende la vida personal de Teresa Iturbizábal. La cinta ha profundizado en aspectos humanos, que el novelista intuyó, sin duda, pero no pudo aprovechar más ampliamente, debido a que le arrastró la prisa al componer su fábula. Y con eso, Délano ha dado además a las escenas de la obra un encadenamiento que constituye, sin duda, una de las mejores excelencias de la obral, tanto más de aplaudir cuando que hasta ahora las cinta de producción nacional habían carecido de pesa y de otras virtudes.
Soy de los que creen que en el cine, como en otras cosas, debe cederse el paso a las naciones que han organizado la industria y el arte sobre bases ya universales. Vale decir, que lo deseable sería que fue practicado sólo en Estados Unidos, ya que este país es el que ha encontrado ls mejores fórmulas para hacerlo un arte viable y encantador. Pero ocurre que en los últimos tiempos este país ha caído en la tentación de hacer películas especialmente destinadas al público de lengua española del continente. El resultado ha sido a veces deplorable, y en tales condiciiones se justifica la existencia de una industria cinematográfica en cada nación hispanoamericana culta, que no quiera ver arrastradas sus costumbres, su mentalidad, su dignidad misma, en los tortuosos caminos que por ahora frecuenta esta parte pretendidamente americanizante de la producción de Estados Unidos.
Dentro de esta apreciación de las cosas, cabe a Chile el honor de contar con un director de primer orden, capaz de sobra de organizar nuestro cine en forma estable y seria: Jorge Délano. Podrían reprochársele cierto preciosismo, que le hace buscar ahinco efectos de cámara y de corte, que individualmente no están mal, pero que en conjunto tienen el inconveniente de hacer meditar demasiado al público. Podemos controlarnos pensando que son cosas de ricos estos derroches de ingenio y de creación a que, por cierto, no nos tienen acostumbrados otros directores. En todo caso, la pasta de director que hay en Délano es insustituible y debe ser aprovechada al máximum, sí se quiere dar al cine chileno una personalidad que sólo adquiere en sus manos.
RAUL SILVA CASTRO.
Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.