Presentamos para Cinechile.cl una versión adaptada de la ponencia “Cine Club Amateur de Chile (1942-1950): retazos de una generación silente”, presentada en el X Encuentro Internacional de Investigación sobre cine chileno y latinoamericano de la Cineteca Nacional de Chile (2021).
La década de 1940 se suele asociar a la puesta en marcha y declive de la empresa semifiscal Chilefilms, un proyecto surgido desde la CORFO al que se le inyectaron cuantiosas sumas para la construcción de estudios, la compra de equipamiento de primer nivel y la contratación de especialistas extranjeros. La producción nacional –largometraje de ficción–, que había logrado cierta continuidad durante los años veinte, decayó de golpe en los años treinta con la irrupción del cine sonoro. En el nuevo escenario, el objetivo era demostrar que en Chile se podían hacer películas de vocación masiva que se insertaran y compitieran en un mercado dominado por otras industrias latinoamericanas (México y Argentina).
Sin embargo, en paralelo a esta apuesta a gran escala, hacia noviembre de 1942, se formó silenciosamente en Santiago una organización que exploraba la practica cinematográfica desde una vertiente bien distinta: la de un cine hecho por aficionados, y sin mayores pretensiones que las de reunirse, aprender y divertirse creando. La agrupación fue bautizada como Cine Club Amateur de Chile (CCACh), con énfasis justamente en ese galicismo, reivindicado más tarde por cineastas como Maya Deren (1965) y Stan Brakhage (2001). Es decir, amateur pensado como el que desarrolla una actividad por placer y no está condicionado necesariamente por una retribución económica.
Este enfoque sintonizaba con un movimiento internacional que comenzó a adquirir fuerza con la progresiva entrada al mercado de los denominados formatos pequeños (16 mm. en 1923 y 8mm en 1933.), y que se articuló en cineclubes tendientes más a la práctica que a la teoría o la apreciación. La Amateur Cinema League, organización con sede en Nueva York fundada en 1926, se dedicaría a estimular de manera permanente este tipo de cine alrededor del mundo mediante su revista Movie Makers y que, de hecho, estableció contacto epistolar con miembros del CCACh. Referencias bibliográficas sobre este club en Chile no hay: ni el artículo “Cinefilia y cineclubismo” de Jacqueline Mouesca (1997), ni en textos más actualizados como Manual de Cineclubismo (2012) o Cineclubismo y educación (2019). Una breve referencia fue publicada en Francia por Roberto Reveco (2015) en su tesis doctoral Une histoire du cinéma chilien 1939-1973. El autor afirma que “El cine amateur, producido en condiciones subóptimas y sin ambición, logró cierto desarrollo, pero apenas se consideró. Sin embargo, tenía cierta organización y productividad (…)”. Finalmente, Reveco sentencia: “El cine aficionado no prosperó, al menos la prensa ya no informaba sobre sus actividades” (184).
Según la revista Ercilla, al momento de su fundación el CCACh logró reunir cerca de 120 socios[1]. Comenzó a sesionar de manera permanente en marzo de 1943, por lo general dos martes al mes a las 19:30, en el salón de conferencias de El Mercurio de Santiago, y a veces en la oficina de cine de la tienda Curphey & Jofré. Las actividades incluían la exhibición de películas en 8 y 16mm. hechas por los socios o films sobre técnica cinematográfica, diálogos sobre el material visionado, la presentación de accesorios para filmar o montar, la edición de un boletín y la organización de concursos anuales abiertos a los aficionados de todo el país[2]. En una época donde no existían espacios formativos permanentes, ni menos académicos, este cine club era la oportunidad para ejercitar la técnica de manera regular, estimular la creación desde la dimensión competitiva, y a la vez recibir retroalimentación de otros socios (que hasta donde hemos podido rastrear eran personas con oficios o profesiones diversas y no vinculadas al cine en tanto actividad de subsistencia).
Ahora bien, el cineclubismo universitario chileno, que se masificó desde la segunda mitad de los años cincuenta, nunca demostró simpatía por la denominación amateur. Solo el Cine Club de Viña del Mar, fundado en 1962, usó algunos años y sin culpa el concepto de “cine aficionado” a partir de sus festivales. Y tal como se retrata en el documental Chile en 8mm (2013, Manzo), el anhelo por saltar de los pequeños formatos al 35mm. generó un quiebre entre dos facciones del club viñamarino. Así es que cuando lo amateur no se ha propuesto desde la descalificación, se acaba asociando a un momento de inmadurez, la antesala de un estadio superior. Lo anterior nos permite adentrarnos en cómo funcionaba y qué proponía el CCACh a partir de sus concursos anuales.
El primero recibió 25 películas de cortometraje y la exhibición de las dos obras ganadoras se hizo en septiembre de 1943. Los premios consistían en estatuillas y diplomas, la exhibición permanente en las sesiones del club y se dispuso la venta de copias de esos filmes a los socios. La prensa invitada al evento planteó su evaluación en forma de exhorto: “Es muy probable que dentro de poco tengamos que obligar a todos estos aficionados a que se dediquen por completo al cine, para que nuestra industria pueda seguir un camino de franco progreso” [3]. No deja de ser inquietante que el presidente del jurado haya sido el veterano cineasta Armando Rojas Castro, gerente técnico de Chilefilms que renunció a la empresa a fines de mismo año en medio de una serie de tensiones internas. En el libro Chilefilms, el Hollywood criollo, se analiza el intenso debate que se sostuvo en aquel entonces respecto qué tipo de cine se debía hacer a nivel profesional: un cine de temas locales de base criollista o uno con aire urbano y pretensiones cosmopolitas. Mientras tanto, el CCACh seguía su camino.
En la categoría 8mm. ganó Tierra dorada (40 min.), del entonces estudiante de arquitectura Elio Roncagliolo Bavestrello, y en 16mm. Muerte piadosa, del odontólogo y profesor Roberto Contreras Stark. Ambas eran obras de ficción y sin sonido. Y si bien la película de este último no se ha podido encontrar y se desconoce la duración, en Ecran se publicó una descripción: “La trama gira en torno a un doctor que se ve obligado a proporcionarle una muerte piadosa a su propio hijo que sufre de cáncer de garganta” (N°664, 12 Dic. 1943). Es decir, eutanasia, un tema inédito en el cine local. Podría considerarse a su director, Roberto Contreras, como una especie de amateur- veterano, pues había trabajado en el Instituto de Cinematografía Educativa (fundado en 1929) como jefe del departamento de micro-cinematografía. Con los años se especializó en radiología, convirtiéndose en el primer presidente de la Sociedad Radiológica (1940). Contreras parece un paradigma del cineasta aficionado de la época, pues se desenvuelve con soltura entre distintos campos; un día desarrolla técnicas mejoradas para obtener fotografías clínicas y al otro se sumerge en el cine narrativo desde temas tabúes. Por ahora se desconoce si hizo más películas para el CCACh.
Tierra dorada se ha podido conservar. La cinta, fue filmada en las inmediaciones de San Rafael (región del Maule) e interpretada por parientes y vecinos del director, Elio Roncagliolo, un hijo menor de migrantes italianos. Su madre le había regalado una cámara Keystone en 1939 y durante los siguientes años filmó una serie de breves “noticiarios” –así los llamaba él–, como la conmemoración de los 100 años de la Universidad de Chile, que incluye una breve animación donde caricaturiza al presidente radical Juan Antonio Ríos.
Tierra dorada es un relato campero, con dosis de comedia y aventura, sobre un administrador de un fundo y sus secuaces que raptan al dueño de la propiedad para quedarse con la cosecha y venderla. Mientras concreta el delito, el sujeto recibe la sorpresiva visita de sus vecinos, una familia integrada por una viuda y sus hijas. El tipo corteja a una de ellas, generándose un triángulo amoroso con otro hombre –el héroe– que también la desea. Es un relato que sintoniza con Árbol viejo (1943, Navarro) o Flor del Carmen (1944, Bohr), cintas profesionales y estrenadas en salas comerciales, pero donde se advierte el uso excesivo de la oralidad. Por eso, más allá del ambiente criollo, los recursos que afloran en Tierra dorada son otros: la diversidad de escala de planos y ángulos, un montaje que expresa dinamismo, la utilización de subtítulos en momentos claves e incluso un tratamiento que evoca la expresividad del mejor periodo silente. Pero más allá del dominio técnico y la solvencia narrativa, en Tierra dorada se revela lo que Julieta Keldjian denomina la “dimensión performática del cine”, esa donde “un film es afectado y afecta el contexto en el que se produce y se proyecta” (2015: 18). Pues tanto en sus memorias como en un inédito documental autorreferente el mismo Elio relata que concibió la película, en primera instancia, como un pretexto para poder acercarse a Emma Maldonado, una joven que conoció en vacaciones pero que siempre estaba flanqueada por tíos celosos. Con Tierra dorada aunó voluntades en torno a la realización, generando un ejercicio colectivo y lúdico, donde se estrecharon lazos; designó a Emma como protagonista, terminó la película, luego ganó el concurso, y dos años después incluso se casó con ella y formó una familia. Eso sí, la relación de Elio con el CCACh se disolvió, pero con el cine continuó y se fue incorporando a su nueva vida: filmó a sus hijas en distintas etapas de crecimiento, sus viajes por Chile y múltiples actividades íntimas hasta su vejez.
En la segunda mitad de los 40 el CCACh continúa su dinámica de concursos y exhibiciones, aunque se advierte en las películas un tema recurrente: el viaje, con títulos como Tríptico de Chile, Volando a Nueva York, Andacollo, Viaje por Europa, Estampas sureñas y Copahue, entre otras. La ligereza del equipamiento técnico permitió, además de ficciones, que los aficionados filmaran sus paseos o vacaciones, evocando a los antiguos “travelogues”, pero en versión subjetiva, distendida y urbana, casi road movie.
En el concurso de 1947 resulta con el segundo lugar Un viaje a Argentina (14 min.), de Julio Pelissier, que se ha podido conservar. Este cortometraje documental es la crónica de una travesía por tierra del director junto con amigos o parientes, y que comienza en el paso cordillerano, sigue por Mendoza y acaba en Buenos Aires. La película de Pelissier es ante todo un ejercicio de observación inquieta, donde intercala su intencional presencia y la de sus acompañantes en cámara, con planos animales de un zoológico y deportistas que participan en un campeonato de atletismo. Mark Neumann (2014) también advierte la dimensión performática de las filmaciones amateur de viajes y propone que: “Filmar tales escenas es un ritual en el que realizan un cruce de fronteras hacia un nuevo paisaje donde les esperan nuevas experiencias. Estos rituales no solo marcar el tiempo y la distancia recorrida, también son instancias en las que la familia impone su presencia en un espacio público anónimo”.
Julio Pelissier también poseía experiencia, pues en 1942 había explorado el cine de género con El gánster chileno o un rapto audaz, con locaciones en Ñuñoa y La Reina, donde participan su familia y amigos. Y también había enviado un corto al concurso de 1943, El crimen del póker, filmado en Maitencillo, que incluye la secuencia inicial de créditos animados. Según recuerda Ivette, su hija menor, Julio poseía estudios en construcción civil y microbiología, aunque su actividad central fue ser jefe de personal en la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones. Su padre le contó que en algún momento un señor norteamericano se lo quiso llevar a EEUU -no recuerda si como actor o director-, pero su madre no lo dejó. A Julio le encantaban las películas de John Wayne, y filmó tanto en 8 como el súper 8mm., incluyendo registros hogareños. Guardaba sus bobinas y equipamiento en una caja fuerte. Los últimos rastros de este club datan de 1950-51, cuando la revista Movie Makers[4] anuncia la fusión del Club Fotográfico con el Cine Club Amateur, dando pie al Foto Cine Club de Chile[5]. Mientras Chilefilms se tambaleaba, el CCACh generaba un circuito con ambiciones sustentables estimulando la práctica constante, la concursabilidad y el intercambio de conocimiento. Se adelantó más de una década a organismos homólogos chilenos y sintonizó con una tradición cineclubista norteamericana que estaba en pleno auge. Y si bien en los registros nunca aparecieron expresiones como “cinefilia” o “cine-arte”, la práctica del CCACh funcionó bajo un esquema concordante con el espíritu de esas palabras: un cine hecho desde el goce y el deseo, desarrollado desde el rigor técnico, sin restricciones u obligaciones que impidieran la experimentación y, a la vez, brindando para la posteridad documentos de valor histórico y social aún por investigar. Es más que probable que su asumido sello de amateur, su nula ambición económica, su orfandad político-académica y la fusión institucional que disolvió su marca identitaria, hayan acentuado su desaparición de la historia oficial.
[1] “25 películas han filmado los amateurs”, Ercilla Nº 440 , 6 octubre 1943, p.28.
[2] Ver “Se proyectará película instructiva sobre cine de aficionados: el fotómetro y su uso”, en “Cine Club se reúne hoy”, El Mercurio, Santiago, 4 julio 1944; y “Demostración de tituladora recién adquirida para el uso de los socios”, en “Cine Club se reúne hoy”, El Mercurio, Santiago, 1 jun 1943.
[3] “Cine Amateur”, Ecran Nº 664, 12 octubre 1943. Pág. 25.
[4] Ver Movie Makers, Noviembre, 1951, págs. 374,375.
[5] Complementando lo anterior, la denominación con la que es conocido hoy este club fue producto de una modificación realizada por los mismos, tal como lo confirma esta fuente local: “CLUB FOTOGRÁFICO DE CHILE. Cítase a Junta General extraordinaria de socios, que tendrá lugar el tres de julio de 1950, a las 19 horas en el local social, calle Huérfanos N° 1223 (…) La reunión tendrá por objeto principal pronunciarse sobre la modificación de los estatutos en el sentido de extender las finalidades del Club a la cinematografía, reemplazar el nombre de la institución por el de ‘Foto Cine Club de Chile’ (…). Véase La Nación, 24 junio 1950, p. 22.
Lista de peliculas asociadas al CCACh identificadas a la fecha:
1942 | El gangster chileno o un rapto audaz | 8mm | Julio Pelissier Fehrmann |
1943 | Tierra Dorada | 8mm | Elio Roncagliolo |
1943 | Muerte piadosa | 16mm | Roberto Contreras Stark |
1943 | El crimen del póker | ? | Julio Pelissier Fehrmann |
1943 | Aquí no ha sucedido nada | ? | ? |
1943 | Capricho de amor | ? | ? |
1943 | Sueño de amor | ? | ? |
1943 | Chile hermoso | 8mm | ? |
1943 | Esquiando en Lagunillas | ? | ? |
1943 | La guerra en el desierto | ? | ? |
1943 | Selecto | 8mm | Elio Roncagliolo |
1945 | Un viaje a Nueva York en 1940, la ciudad y la feria mundial | 16mm | A. Mathiesen |
1945 | Papy necesita un descanso | 8mm | ? |
1945 | Portillo | 8mm | ? |
1945 | Polonesa militar | 8mm | ? |
1945 | Citrus | 8mm | S. Arentzen |
1946 | La Comida | ? | ? |
1946 | Tolhuaca | ? | ? |
1947 | Páginas perdidas | 8mm | Carlos Bolton y Alfredo Reyes |
1947 | Un viaje a Argentina | 8mm | Julio Pellissier Fehrmann |
1948 | Florida | ? | Max Fuhrmann |
1948 | La Copia Feliz del Edén | ? | Jorge Meyer |
1948 | Tríptico de Chile | ? | Carlos Fuereisen |
1948 | Hojas de álbum | ? | Max Fuhrmann |
1948 | Volando a Nueva York | ? | Enrique Gundermann R. |
1949 | Andacollo | ? | Eberhard Petzold |
1950 | Viaje por Europa | ? | Dr. Pedro Peña y Lillo |
1950 | Una tarde tranquila | ? | Enrique Gundermann R. |
1950 | Estampas sureñas y Copahue | ? | Eberhard Petzold |
Bibliografía:
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