Esta ciudad que tiene mujeres soñadoras en un medio andaluzado, con patios y viviendas encaladas, como dijo el gran escritor español García Sánchez, ya tiene una película. Siempre se ha dicho y acaba de decirlo ayer no más, el poeta Salvador Reyes, que La Serena, viviendo aún con los resabios de su pasado colonial, vive al margen del progreso. Quizás así sea.
Pero el cinematógrafo, que junto con la radio y el jazzband, muestran la faz de este siglo inquieto, ya ha tenido su manifestación en La Serena y manifestación que no deja de ser elocuente: “La Señal de la Cruz” preocupa a grandes y a chicos, a ricos y a pobres.
Se comenta, se habla de ella en todos los tonos; se alude a sus protagonistas, y se llega a la conclusión de que La Serena tiene una película.
Hecha en esta ciudad y en sus contornos pintorescos, con elementos serenenses, que despegados de toda pretensión artística, han querido nada más que contribuir a la iniciativa de Alberto Santana y Plácido Martín, que han debido vencer muchos obstáculos y pasar por sobre envidias mal disimuladas.
Porque debemos ser sinceros, que es digno de todo aplauso, ese esfuerzo, ese tesón de los Directores de “La Señal de la Cruz”. Romper tantos prejuicios, hablar, rogar, convencer, hasta obtener un triunfo.
Porque indudablemente éste es un triunfo, y un triunfo que debe constituir todo un estímulo a la vez.
Estas notas teatrales escritas dentro de la mayor sinceridad, no van encaminadas a producir engañosos o halagos vanidosos: hablamos con absoluta franqueza y convencidos de que dentro del arte como en toda otra manifestación de la vida, los méritos deben ser reales, absolutos, verdaderos.
El argumento de “La Señal de la Cruz” no constituye un gran valor literario o artístico; ese ambiente cowboyesco que campea en sus escenas, ya es muy conocido y la trama argumentada no es en ningún caso, una novedad cinematográfica y es claro, analizadas las circunstancias de su filmación, no hay derecho a exigir primicias de arte en la escena muda.
No es necesario analizar con detención la labor interpretativa de los que en ella toman parte. Estaría demás, muy sabido es que aparte de Plácido Martín y Santana, los demás elementos, ya lo dijimos, han ido sin ninguna pretensión y si debemos tributar nuestros aplausos, por la absoluta naturalidad que han puesto en la acción y desarrollo de la película. Nos referimos a las señoritas, Inés Varela, Jenoveva Cereceda, Ercilia Aguirre y Carmela Velásquez. Esta última muy en ambiente campesino en la fiesta, durante la cual baila cueca.
Salvatierra Peralta, Allende, Munizaga y Hill en sus roles se merecen amables comentarios y elogios. Desempeñan una labor, dentro de toda naturalidad, en forma tal, que no precipitan su labor artística, a la exageración, Pizarro y Cachupín, con mucho relieve, muy acertados.
No cerraremos esta crónica, sin referirnos antes a la señorita Varela, cuyo rostro, reúne esas condiciones requeridas que complementan la acción interpretativa y muestra el alma, el temperamento de la intérprete.
Cuando los hijos de esta tierra, que se hallan ausentes, concurran a las Salas de Biógrafos, a ver esta película, sentirán esa suave nostalgia, llena de recuerdos y cariño, por aquellos sitios que hemos conocido tan de cerca.