Recientemente se han estrenado en Chile tres películas nacionales. El fin del juego, Sonrisas de Chile y Natalia. Aunque como obras de cine no valdría la pena referirse a ellas, e incluso es un acto de excesiva bondad llamarlas “películas”, como hechos cinematográficos generados en el medio chileno conviene mencionarlas por la forma en que afectan –y lesionan– a nuestra cultura.
EL FIN DEL JUEGO, DE Luis Cornejo pretende ser un estudio socio-sentimental sobre el heroísmo de la mujer chilena, que no vacila en tomar el lugar del marido para sostener económicamente el hogar, en los casos en que el cónyuge es un irresponsable. De paso quiere ser también una crítica mordaz contra los aristócratas en general y los venidos a menos en particular.
Las fallas de Cornejo no provienen de la elección del tema y, mucho menos, de su intención. En esto hay que reconocer los méritos del film y su dignidad como trabajo. Lo que malogra el resultado, es la ineficacia de la puesta en escena –apoyada en el folklorismo de la bebida, tan caro a nuestros realizadores– y, fundamentalmente en el desempeño de los actores y en la descripción de ambientes. Todo esto aumentado al cubo por la orientación superficial que se dio a la crítica.
Los novelistas chilenos provenientes de familias de rango ya emporcaron oportunamente a sus antecesores. Algunas de estas obras son notables cuadros de costumbres y nostálgica evocación crítica de una familia en decadencia. De esas que viven sus últimos días debatiéndose en el peso de la noche. Partiendo de estas novelas y de este tipo de familias podrían concebirse obras fílmicas con un decadentismo social al estilo de Visconti, y no un borrador de principiante como el que ofrece Cornejo.
SONRISAS DE CHILE, de José Bohr. Es una admirable mezcla de mal gusto y pésima realización, en la que se incluyen lo que a juicio del director son las sonrisas chilenas. Una mecánica similar tenía Ayúdeme Ud. compadre, de Germán Becker, pero dicho film de valorizada, por lo menos, por el color y las canciones. Aquí las únicas sonrisas auténticas están a cargo del propio director cuando aparece como actor en algunas escenas para reírse a su gusto. Se llega a pensar que se está riendo de su propia película.
NATALIA, de Felipe Irarrázaval, es, definitivamente, la peor película del cine chileno. Por sus ambiciones y porque no corresponde al gasto que significó ni a la campaña publicitaria que precedió a su estreno. El director no se imaginó que copiar a Lelouch importaba una trampa doble. Por un lado le restó originalidad a la idea desarrollada en imágenes, por la otra, su bodrio fílmico permite apreciar la enorme distancia que hay entre el imitador y el modelo.
Es difícil referirse a este film omitiendo las palabras airadas en contra de sus realizadores, sobre todo por el mal que se ha hecho al cine chileno es esta etapa de su consolidación. Lo menos que puede decirse es que da la impresión que los errores son producto de la mala intención, pues uno llega a convencerse que no había necesidad que esta pretenciosa película fuera tan mala. Máxime si se considera que se contó con medios económicos y técnicos más que suficientes en el cine nacional. Además, el director cacareó su experiencia en films publicitarios que no permiten perdonar los defectos numerosísimos de la obra. También dijo que la actriz elegida era maravillosa, pero Inés Oviedo puede ser buena modelo, pero es muy mala actriz, inconsecuencia del equipo realizador que se aumente si se considera que pudo escogerse a cualquier otra niña chilena de aceptable hermosura y mayor gracia escénica.
El único mérito de Natalia es la fotografía en exteriores, que, pese a adolecer del vicio del paisajismo, hace suponer que suprimiendo el argumento, los personajes y las mal elaboradas referencias oníricas, se hubiera logrado un aceptable corto turístico.
EN SUMA: junio, un mes negro para el cine chileno.