¿TENEMOS CINE CHILENO?
Cada empresa de películas, al lanzar alguna producción nos asegura algo así como “que esta vez si . . . Sólo ahora la cinematografía nacional ha llegado a la altura de la extranjera, etc.”
Veamos si responde a estas promesas la última película chilena, dirigida y confeccionada por el empresario señor Carlos F. Borcosque. Esta [sic] film, titulada “Traición”, preocupó, durante meses al público de cines e hizo esperar el más halagüeño triunfo. En efecto, el estreno llena el Splendid de todo el mundo elegante. Se inicia la proyección con los mejores auspicios. Los primeros cuadros de presentación y las lecturas mismas, muestras que la utilería de la empresa es la más moderna, pues las fotografías están bien, muy bien; los paisajes y los exteriores de mansiones son hermosos y están enfocados con ciencia. Los actores se van presentando, y resulta que los hombres están correctos: Infante es un tipo de película americana, algo superficial, seguramente, pero su papel mismo lo requiere así. Infante llegó a cuanto puede aspirar un actor de su género; es, desde esta cinta, una personalidad definitiva.
Luego, el actor Vicentini se muestra en el rol de “joven bien”. Aquí parecen un poco fuera de lugar ciertos detalles de su vestuario, pues en Santiago tenemos un tipo preciso de “joven bien” y es de sobria y correcta elegancia. El trabajo de Vicentini, salvados ciertos detalles de discreción, es también el de un definitivo actor de acción norteamericano; reúne las condiciones del actor deportistas. Estos dos actores son un triunfo contundente de la cinematografía chilena.
Hay una figura secundaria, que la empresa ha dejado en la penumbra y que sin embargo es toda una revelación: el actor Rondanelli; su trabajo logró impresionar tan bien como los casos análogos en las buenas películas extranjeras. Estos tres actores muestras que el director ha ejercido su acción en la plenitud de su temperamento: el señor Borcosque es un gran director para películas de acción violenta. Pero . . .
Vino después todo lo otro, lo que viene en realidad significando casi todo entre nosotros: la demostración de lo improvisado, de falta de vibración artística: la presentación de las actrices y de los interiores.
Aparece Ruth Sinaí, anunciada como “la señora decorativa del hogar enriquecido, preocupada de sus manos y de sus toilletes”. Está con su manicure. No se sabe por qué resortes de enfocamientos [sic] llega a producirse una ampliación excesiva que da ese leve paso que, se sostiene hay de lo sublime a lo ridículo. Estamos otra vez ante lo “nacional”. La actriz novicia necesita una dirección técnica sabia, pues el de la cinematografía es un mundo en el que cambian los colores; las luces se desvalorizan y el maquillaje tiene leyes completamente imprevistas. Ruth Sinaí vió que para su papel necesitaba imprimirse un aspecto artificial, se maquilló sin ningún conocimiento ni guía técnico y aparece atrozmente pintada. Se sabia que era rusa, bella y original, y en la pantalla se muestra una máscara polinésica embadurnada de tintes. ¿Es que no hubo ensayos, experiencias? Después, Ruth Sinaí ha explicado por la prensa que no los hubo, como tampoco repeticiones. Una enormidad, que acaso tenga su disculpa en la falta de capitales; pero contra esta razón sentimental hay la otra de que en Arte “jamás se debe hacer lo que se puede, sino como se debe”. Las toilletes aparecen recargadas. Hay escenas que estando mal, se alargan inútilmente, lo que indica que no se ha seleccionado nada, aprovechando hasta el último metro. Pero, aparte de estos traspiés absurdos, Ruth Sinaí ha significado toda una revelación: la de una verdadera y enorme trágica; pero, para su desgracia, las torpezas y falta de ensayos de una industria nueva, una dirección incompetente para conducir problemas femeninos, la han encerrado a ella en una tragedia: el público asistía a la de un gran espíritu, de un temperamento admirable, que se va elevando por encima de todos sus compañeros, que lleva en sí posibilidades que sin esa malla de ridículo con que la aprisiona una dirección incapaz, la habrían elevado a alturas realmente extraordinarias. Porque la actriz, el actor, ponen la vibración, el yo, pero el director ordena hasta el movimiento de los dedos.
Los actores y el director “han visto los efectos de la pintura y trajes, cuando la cinta estaba hecha”. Para ser director artístico de mujeres, se necesita ante todo, ser artista de cerebro; luego, mundo, es decir, hombre analítico y vivido, y, por último, poseer espíritu emotivo.
En estas tres cualidades esenciales, van comprendidas la distinción, el buen gusto y tantas cosas. El director artístico de “Traición”, ha afrontado una labor superior a sus fuerzas, y es por esto que si bien su producción es un verdadero salto en presentaciones y esfuerzos, es, por desgracia, un fracaso más en el arte cinematográfico.
Para reforzar más estas razones, está la labor de Ivonne D’Albert. En la presentación sugiere gran promesas, pero durante el desarrollo cae en la incoloridad y poco a poco se deshace. Resiste porque no deterioró en belleza, porque su maquillage [sic] debió ser discreto.
Prueban, por último, la falta de esas tres condiciones elementales en la dirección, dos labores más, como argumentos opuestos: la del señor Cumplido y de la señorita Brieba.
El primero, que tenía acción dramática, está exagerado, fuera de medida y en cambio, la niña, en un rol en el que no hay el arte de la complicación, está muy bien.
Otro capítulo aparte es el de los interiores. Junto a muebles de valor apreciable, se han colocado detalles mezquinos, olvidando que la verdadera elegancia reside muy importantemente en los detalles.
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Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.