“Romance de medio siglo”: el argumento
Autor del artículo: El Mercurio / Medio: El Mercurio
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Título: “Romance de medio siglo”: el argumento
Fuente del artículo: El Mercurio, jueves 12 de octubre, 1944.
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El argumento

Por dispuestos que nos encontremos a estimular todos los esfuerzos de la cinematografía nacional, tenemos que reconocer que los argumentistas de “Romance de medio siglo”, no estuvieron felices al afrontar el tema. Ante un asunto muy amplio, por la cantidad de épocas que abarca o por el gran número de personajes que figuran en sus episodios, el autor experimentado sabe que se encuentra frente al peligro de que su obra pierda la unidad o la intensidad. Es lo que ha ocurrido en este caso. “Romance de medio siglo” se disgrega en una multitud de detalles flojamente atados; los autores saltan superficialmente por escenas que debieron ser vigorosas; la necesidad de hacer caber numerosísimos episodios, les impidió dar vigor a los personales. Nos encontramos ante una abrumadora sucesión de figuras que surgen, dicen algunas palabras y desaparecen. Y hay situaciones tan falsas que comprometen gravemente la calidad de la obra. Después del terremoto, las agonías simultáneas de Daniel Belmar y del esposo, quisieron ser una escena altamente dramática, y tocaron el ridículo. La heroína, abrazándose por turno con su esposo y con su enamorado romántico, llorando equitativamente sobre las dos camillas, es una escena de gran efecto para un sainete.

La muerte de la abuela y el nacimiento del niño, precisamente a las doce de la noche, cuando se marcha el siglo XIX y llega el siglo XX, es una de esas asombrosas coincidencias de los más pavorosos folletines. Son recursos excesivamente desprestigiados, efectos pueriles que repugnan al espectador menos exigente.

Tratar de enhebrar cuatro idilios sucesivos en una sola película, es hazaña bastante peligrosa y fue emprendida con lamentable ligereza.

Hay algunas felices notas de ambiente y algunos muebles bien elegidos, pero estos pequeños aciertos naufragan en la confusión general. En todo momento los autores se ven perdidos y abrumados por la amplitud del argumento.

A cada instante la obra pierde cohesión, el interés decae, la intriga se confunde. Falta gracia. Cuatro ademanes de Orlando Castillo no pueden animar la crepuscular atmósfera que penosamente envuelve toda la película.

En resumen, el argumento y la forma de tratarlo han sido el obstáculo con el cual se han estrellado los esfuerzos de los productores de esta película. La violencia de la revolución de 1891 y la catástrofe del terremoto de 1906 quedan reducidas a dos microscópicas escenas, a dos lamentablemente comprimidos. Naturalmente nadie exigirá que en “Romance de medio siglo” se le de todo el drama de la caída de Balmaceda, pero tampoco se satisface con un apresurado cuadro de revista, con una escena que no es más completa que la que ofrecía un noticiario.

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