Con lo que fué la primera colonización europea de la pampa argentina, el productor Manuel Peña Rodríguez concibió una empresa fílmica para la cual Chile Films aportó sus estudios y la Corporación de Fomento avaló unos cuantos documentos que abrieron las puertas del crédito bancario. Tras un trabajo de meses, plagado de contratiempos, surgió esta película. Alrededor de ella prendió una expectativa que hablaba de promesas. El resultado nos parece insuficiente, contradictorio.
Si reparamos en el tema, debemos reconocer que tiene un contenido histórico, descriptivo y emocional, inexplicablemente malogrado por un soporífero desarrollo y una realización técnicamente incipiente. Faltaron, sin duda, expedición en la mano motora; soltura en la composición de las escenas; severidad en la elección de los personajes.
Jacob Ben Ami, en un esfuerzo que calificamos de ímprobo, debió aprender nuestro idioma, para afrontar esto que es su primera prueba cinematográfica. Sale del paso, porque sus recursos escénicos son innatos, y no es él único actor que lleva al cine de nuestro tiempo los ademanes del teatro; pero esto no obsta para que suene a cosa ilógica, sin sentido, el hecho de que los demás inmigrantes hablan sin el cerrado acento extranjero, revelando a las claras que son criollos de cepa, y que el astro no es más que un injerto. Después de él, Aida Alberti se empeña por ser la abnegada compañera del hombre a quien no arredran los contratiempos. Luego y por presencia, aunque su papel es episódico, se distingue Fanny Fischer. Los demás quedan en el montón; o no encajan en el papel que se les ha elegido, como es el caso de Ignacio de Soroa, o no alcanzan el reconocimiento de sus aptitudes –caso de Silvana Roth y Enrique Chaico–, por culpa del libreto o del director. Al fin de cuentas, “Esperanza” es un documental de la ciudad de este nombre, demasiado largo… En consecuencia, perderán su tiempos los que en ella pretendan encontrar algún motivo chileno.