Aunque este film fué realizado en Buenos Aires, no se le puede negar su contextura netamente chilena, sobre todo cuando contribuye a ella una artista de honda raigambre popular criolla, como lo es Ana González, la simpática Desideria. Unese a esto que quienes cristalizaron este esfuerzo son elementos formados en el país, deseosos de darle a nuestra industria el impulso que ya exige una larga etapa de aprendizajes.
El argumento pertenece a Enrique Rodríguez Johnson, ya conocido por el público a raíz de su igual intervención en «Un hombre de la calle«, una de las cintas nacionales de mayor éxito en los últimos años. Esta vez corrige los pequeños errores deslizados en su trabajo anterior y da forma a un asunto que tiene «garra» desde que comienza hasta que termina. Es sabroso, ameno y sabe aprovechar los recursos interpretativos de cada uno de los actores, lo que se evidencia en forma clara, puesto que el libreto fué hecho a la medida del reparto. Hay ilación, sentido de las proporciones y perfecto conocimiento de los gustos del público chileno.
José Bohr realza la labor del argumentista, imprimiendo a esta primera producción del sello CHILEARGEN un ritmo veloz, nervioso, con aprovechamiento exacto de las escenas y con una habilidad directriz que lo destaca y lo ubica en los primeros lugares del cine liviano, de ese que se realiza con la sola mira de divertir al público. En 26 días consiguió lo que muchos tardan en encontrar en penosos lapsos de trabajo. La Desideria constituía para él un elemento llamado a depararle gratísismas satisfacciones, ya que esta actriz cómica posee todos los recursos para conquistar sitios de honor en la cinematografía de habla castellana. Sin embargo, existía un peligro, que José Bohr supo salvar con acierto: la inexperiencia cinematográfica de Ana González. Pudo caer en lo teatral, en lo efectista, pero todo eso fué evitado con inteligencia que es también una característica de esta protagonista del género cómico.
Y así vemos una Desideria simpática, desenvuelta, jocosa en todo momento. Es para nosotros una de las satisfacciones más agradables, porque confirmamos, una vez más, que hay entre los artistas chilenos valores que sólo esperan una oportunidad para mostrar el volumen de sus capacidades.
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Patricio Kaulen, uno de los socios del nuevo sello, actuó como ayudante del director, aportando, con sus valiosos conocimientos técnicos adquiridos, tras una larga permanencia en los sets de filmación. Se nos ocurre que la próxima película que dirija este joven cinematografista será algo más que un intento de hacer cine por rutina, muy común en otros. «Nada más que amor«, su primera experiencia, ya dejó insinuada su capacidad.
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Enrique Vico realiza un trabajo acertado, relevante a veces, Mabel Urriola tiene altas y bajas; pero el total de su labor es discreto. Sara Barrie llena su cometido y se hace simpática en algunas escenas humorísticas. Alberto Closas justifica su inclusión en el reparto, demostrando, de nuevo, que es uno de los galanes más eficientes de nuestra pantalla. Toño Andrew, bien. De repente se nos antoja teatral; pero su papel empareja a ratos con los otros, en discreción. Max Citelli acusa una bien aprovechada experiencia teatral y cinematográfica y salva su parte.
Merece un elogio especial el cameraman Ricardo Younis, aventajado alumno del iluminador húngaro Adolfo Schlazy, quien tiene en este film el 50 por ciento de participación en los aplausos que de seguro recibirá desde todo el país. He hecho un trabajo digno de los mejores camarógrafos del momento cinematográfico sudamericano, lo que le confiere una colocación inmediata en la avanzada de la industria nacional.
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La música es pegajosa, vibrante y está bien ajustada en el desarrollo de la cinta. El sonido es disparejo al principio, regularizándose después, hasta hacerse nítido y limpio. EN RESUMEN, «P’al otro lao» -film realizado en Argentina por elementos chilenos- es antecedente magnífico de lo que podremos hacer acá más tarde y una realidad que nosotros señalamos con verdadero contentamiento.