Imagen Latente. Una versión parcial, una visión personal
Autor del artículo: Alberto Fuguet, René Naranjo / Medio: Enfoque
Publicación original
Título: Imagen Latente. Una versión parcial, una visión personal
Fuente del artículo: Revista Enfoque, nº10, noviembre de 1988.
Descripción: El 16 de julio pasado, un vocero del Ministerio de Educación anunció el rechazo en segunda instancia del Consejo de Calificación Cinematográfica, por tres votos contra uno, de la apelación presentada por el cineasta Pablo Perelman en favor de su película Imagen latente.
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El 16 de julio pasado, un vocero del Ministerio de Educación anunció el rechazo en segunda instancia del Consejo de Calificación Cinematográfica, por tres votos contra uno, de la apelación presentada por el cineasta Pablo Perelman en favor de su película Imagen latente. De este modo, el público chileno se quedó sin la oportunidad de ver lo que, a juicio de los redactores de Enfoque, constituye uno de los mejores largometrajes nacionales que se han filmado dentro de Chile durante los últimos quince años.

La razón que argumentó el Consejo para rechazar el filme de Perelman, que actualmente se exhibe en Buenos Aires, fue que la cinta “constituye una versión parcial e interesada de la realidad, que no contribuye al concepto de la reconciliación y promueve la vigencia de la teoría de la lucha de clases”.

El arbitrario rechazo causó, como es obvio, una agitada polémica, motivando una serie de declaraciones de artistas y gente ligada al espectáculo, la que culminó en una protesta del gremio frente a la Biblioteca Nacional, lugar donde funciona el Consejo.

El 30 de junio, en tanto, el Colegio de Periodistas de Chile emitió una declaración donde señaló que, “coherente con su posición irrevocable de luchar por la libertad de expresión”, resolvió por unanimidad retirar a sus tres representantes ante el Consejo de Calificación Cinematográfica.

“Pensábamos que la participación del Colegio en ese Consejo –agregó la declaración- podía constituir un aporte esencial en la defensa de la libertad de expresión. Sin embargo, los últimos hechos ratifican que nuestra presencia en ese organismo fue estéril”.

La película de Perelman, que obtuvo este año el primer premio en el Festival de Salsomaggiero (Italia), el Premio de la Crítica en La Habana (Cuba) y fue presentada en los festivales de Montreal y Berlín, fue seleccionada, además, para inaugurar el Museo de la Imagen en Londres a comienzos del mes de septiembre.

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La realidad y la ficción

En Imagen latente, Pablo Perelman revisa los acontecimientos sociales y políticos que tuvieron lugar a mediados de 1983, desde una perspectiva muy personal, ya que asume el personaje de Pedro (Bastián Bodenhoffer) como un evidente alter ego. Pedro es un fotógrafo que trabaja en publicidad sin mucho éxito y que, tal como el director, tiene a un hermano desaparecido. Mezclando desde un principio lo documental y lo ficticio, Perelman hace que Pedro observe películas en super 8 de su propia infancia, en las que se ve a su verdadero hermano jugando de niño. Esta visión subjetiva y autobiográfica francamente asumida le confiere a Imagen latente un status confesional pocas veces visto en nuestro cine, que el director maneja sin excesos.

Lo mejor del filme está proporcionado por la habilidad narrativa de Perelman, producto de sus largos años de oficio como montajista. Con soltura y buen sentido de la oportunidad, el director introduce falsos raccords sonoros y visuales, al tiempo que aprovecha las posibilidades de manipulación del espacio arquitectónico y el paisaje urbano que le ofrece la edición. De este modo, Perelman obtiene significados más amplios y muy “cinematográficos” que no precisan en absoluto de palabras, como la secuencia del acto en el teatro que, por la manera en que está filmada, recuera las escenas de tortura y reproduce en el protagonista la misma sensación de asfixiante angustia que sintieron los torturados que hablan con él.

Lo más débil de la película se halla, en contrapartida, precisamente en la inclusión de diálogos, que sólo en contadas ocasiones aportan algo más de lo que ya la imagen ha expresado (tal cual, ocurre, por ejemplo, cuando Pedro fotografía la villa Grimaldi; allí sobra todas las exclamaciones y comentarios del personaje) y en la dirección de actores, mal sempiterno de nuestra cinematografía y que esta vez, a excepción de Schlomit Baytelman, Gloria Munchmeyer, Elena Muñoz y algunos momentos de Bodenhoffer, tampoco alcanza a superar un discreto nivel. Aquí lo más valioso es la intención de Perelman de dar a cada personaje una existencia real, alejada de los arquetipos que los mismos actores han interpretado en teleseries e incluso en otras películas chilena recientes (recuérdese el insoportable y gutural pensionista que Bodenhoffer encarnaba en Sussi).

La escena en que Pedro instala en un estudio un pack fotográfico para un jabón y el cliente lo rechaza, constituye una interesante alusión intertextual al trabajo publicitario que acapara en la actualidad los mejores esfuerzos de los cineastas nacionales y en el cual él mismo ha debido desenvolverse durante largo tiempo. Perelman deja en claro en ese momento que su película “se trata de otra cosa”, que no es un encargo o el registro de una situación artificial, sino que se trata de la trasposición verdadera de una vivencia. Y es eso, justamente, lo que al final se revela, quedando patente en cada espectador.

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