Imagen latente. Chile, 1986-87. Producción: Freddy Rammsy. Director y guión: Pablo Perelman. Fotografía: Beltrán García. Música: Jaime de Aguirre. Reparto: Bastíián Bodenhöfer, María Izquierdo, Gonzalo Robles, Gloria Munchmeyer. 92 minutos. Mayores de 21 años.
La aureola que fue creada en torno a Imagen latente desde su prohibición por el régimen militar, culminando en la farisaica defensa que algunos iniciaron ¡cuando estaba por asumir el nuevo gobierno!, puede ser un clima perturbador a la hora de apreciar esta película, convertida de hecho en una obra-símbolo de cosas diversas y confusas: la censura, los derechos humanos, los detenidos-desaparecidos, la resistencia clandestina… Desde luego, puede ser tomada como una película militante, o puramente testimonial, o eminentemente política; algún público sentirá que debe tomar distancia a priori; algún otro se sentirá obligado a aplaudirla también a priori.
Y lo cierto es que no merece ninguno de esos tratos.
Perelman filmó aquí una historia que le es propia: en el clima intenso de las protestas del 83, Pedro (Bastián Bodenhöfer), fotógrafo publicitario, retoma los recuerdos de su hermano detenido-desaparecido, y se va viendo empujado a buscarlo nuevamente, en un intento del que no es ajeno el MIR, que busca que él mismo se reconecte al trabajo clandestino.
El periplo de Pedro se convierte poco a poco en una búsqueda de su propia identidad, porque el incierto destino del hermano tiene que ver con el suyo: después de todo, es un sobreviviente. No quiere saber solamente su paradero, sino también reconstituir su trayectoria, su sufrimiento, algunas emociones: de recoger testimonios con algo de distancia pasa pronto a fotografiar Villa Grimaldi, intentar acostarse con una mujer que amó a su hermano (Schlomit Baytelman), involucrarse con el contacto del partido (Gonzalo Robles), sufrir visceralmente con el relato de una testigo (Gloria Munchmeyer). La imposible apropiación de una identidad perdida en el vértigo político se constituye así en el tema dominante de Imagen latente.
Es muy difícil que otra película indague con tanta profundidad en las relaciones entre moral, política y supervivencia. En el clima opresivo y clandestino en que se envuelve, Pedro es azotado por la contradicción entre este descenso al infierno y la fuerza de su propia familia. La mirada de Perelman es demasiado descarnada como para dejarse atrapar en un discurso ideológico. En lo que tal vez sea la secuencia más dura de esta película, el cineasta muestra a un dirigente (Ignacio Agüero) que diserta sobre las condiciones de «ascenso de la lucha de masas» ante un auditorio de familiares de detenidos-desaparecidos; mientras tanto, una mujer cuyo marido está también en esa condición relata con una tenue sonrisa los pormenores de la intentona armada de su cónyuge, hasta que su nuevo conviviente se acerca para reprochar a Pedro la tardanza en buscar a su hermano. La asordinada crueldad de estas relaciones es registrada por Perelman con un implacable sentido del montaje: raras veces ha sido más ácida la observación acerca de la relación entre consigna y hechos.
Para añadir méritos a una obra ya excepcional, hay también actuaciones descollantes: Agüero, Robles, María Izquierdo; pero sobre todo, Schlomit Baytelman, en el mejor desempeño que haya tenido en cine, y Gloria Munchmeyer, cuyo testimonio vacilante, lleno de miedo y vados, filmado en extensos primeros planos, crea uno de los momentos inolvidables de Imagen latente.
Es doblemente notable que Perelman haya obtenido una reflexión como la de esta película sintiéndose personalmente involucrado; tal vez ello explique en parte la pulcritud y el aire honrado, sincero, que respiran sus imágenes.
Si Imagen latente ha de convertirse en símbolo, ojalá no lo sea de una opción estrecha o contingente; sí debería serlo de un cine con vocación moral, que busca la verdad entre los dolores y que aspira a restituírsela sin coartadas a su sociedad.