Ilusiones ópticas
Autor del artículo: Pablo Marín / Medio: La Tercera
Publicación original
Título: Ilusiones ópticas
Fuente del artículo: Diario La Tercera, 10 de noviembre de 2009. Cedido por su autor
Descripción: Un retablo de humor cercano al absurdo es cocinado con leña valdiviana -e ingenuidad aparente- por un debutante con desarrollado sentido de la observación.
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Ilusiones ópticas parte borrosa. Asoma, tras los créditos, la imagen completamente flou de un sector de Valdivia: lo visto se ve a través de los ojos de Juan (Iván Alvarez de Araya), masajista ciego a quien una operación permitió devolverle este sentido.

Como el masajista, el director de esta cinta parece pasarse la película enfocando, como se hacía con las teles cuando se cambiaban los canales a mano. Y en ese trabajo hace hallazgos notables con lo que asoma de la historia de Juan, que ahora puede ver y no le gusta lo que ve. También con lo que le pasa a Manuela Gajardo (Paola Lattus), secretaria con problemas de autoestima que trabaja en un consorcio de salud donde le ofrecen descuento para hacerse una operación plástica; y a su hermano, a quien casi todos llaman Guajardo, guardia de seguridad en un mall que se ve atraído por una ladrona (Valentina Vargas), esposa de un ejecutivo del señalado consorcio (Alvaro Rudolphy).

Tienta tender un puente entre las dimensiones antropológica y sarcástica de Ilusiones ópticas y las desarrolladas por Raúl Ruiz desde los inicios hasta Diálogo de exiliados (1974). Pero la analogía, fuera de inquietante y de servirle sólo al entendido, empieza recién a dibujar la multitud de capas que conviven en esta película casi ingenua, desencantada, prueba incontestable de que complejizar y sobreguionizar no son la misma cosa.

Si a veces parece pasear al borde del cinismo, la cinta ofrece por otro lado un set interminable de buenas razones para tenerla presente. Las actuaciones de Valentina Vargas y Paola Lattus son sólo dos.

Ahora, si los intérpretes funcionan, es porque la película despliega una inhabitual capacidad escrutadora. Se detiene a mirar los mundos de cada quien, ultramodernos o tradicionales. Igual con las paradojas y absurdos de todos los días, con las dinámicas de un patio cerrado de comercio y las de un consorcio que, con publicidad, descuentos y regalos ,tapa hoyos y apaga incendios. Por esta vía lo que pasa, que es harto, se conecta con estados de ánimo que llegan a conmover por su urgente ocurrencia: Juan tratando de hacer entender al ejecutivo lo que significa la oscuridad, Cohen y Lattus intimando al ritmo de Sólo un sueño, clásico ochentero valdiviano. Minuciosa, inédita y engañosamente seductora, Ilusiones ópticas se esmera en no mostrar la hilacha al tejer las hebras del relato. También en persistir en la voluntad de sumergirse profundo -y con un dejo de tristeza- en un espacio físico y humano. Qué mejor.

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