La frontera fue coproducida por Televisión Española y filmada en la lluvia y bajo el influjo de una frase de Buñuel: “Las películas no quieren decir nada”.
Larraín ha estado filmando durante tres días de cada semana en los últimos diez años. “La cámara es mi instrumento de trabajo diario. He hecho comerciales de todo. Minas con caballos en la playa que tiene que parecer Miami. Historias de acción. Cosas por el mar, en el aire, con aviones…”.
Lo cual le permite concentrarse en “escribir con la cámara”, como diría García Márquez. “Y eso se lo agradezco a la publicidad. Haber superado la pasión por el juguete cinematográfico”.
34 años, jeans, rulos, sonrisa de cabro chico. Fue alumno de la última promoción de la Escuela de Artes de la Comunicación que se cerró en 1978. Apasionado de Coronación y de El lugar sin límites, de Donoso, Ricardo Larraín cree en el paso gradual de la zona de la realidad a la zona de la ficción. “En la película, todo lo que pasaba antes del río, de alguna manera cuenta el estado real de las cosas: el país, la bandera, los detectives, el auto. Pasado el río, las cosas empiezan a adquirir otro tono. Se te va colando lentamente ese otro lado…”.
“El punto inicial fue que decidí filmar todos los días el sentido de las acciones. No las acciones, que se cuentan solas. Un tipo abre la puerta y dice hola, qué tal, y se sienta, eso dice el guión. ¿Pero qué sentido tiene para él la escena? Hay que utilizar la cámara, el color, la luz, el ritmo, el sonido, todo, para que se trasluzca ese sentido. Para filmar como la parte de adentro. Lo que no se ve”.
Cuando estaba trabajando en el guión con Jorge Goldemberg de repente llegó a toda una conclusión: “¡Este es el Macondo frío! Eso era: ese buzo, ese viejo que se va todas las tardes a España, esa machi en citroneta, son de la misma especie de ángel caído en el patio”. Ricardo Larraín, tiene una “raya” con Carlos Castaneda y el zen. Por eso llegó a pensar –cuando ya todo estaba hecho- que Ramiro Orellana (Patricio Contreras), el profesor relegado en Puerto Saavedra, en el fondo es iniciado por shamanes que desaparecen y lo dejan solo…
En la película ha una escena donde un grupo de hombres bailan solos. A los 16 años, recorrió el sur con Eduardo Peralta: hacían teatro en comunidades araucanas muy apartadas. “Después de la obra, un día se acerca un tipo a Eduardo y le dice perdón, ¿usted sabe un corrido? ¡Claro! Y el tipo se acerca a mí y me saca a bailar… Simplemente nos pusimos a bailar”. Otra vez vio la misma escena “entre camioneros super rudos, unos gallos grandes”. Lo que importa ahí, dice, “es el rito de la soledad masculina”.
Para filmar esa escena hubo que meter una grúa por una puerta inverosímil y cortar una barra y trabajar horas. “El asunto era cómo llegar a un plano general sin cortar. Hacer la toma”.
Después de algunas proyecciones privadas donde se derramaron hartos lagrimones, Larraín llegó a pensar que algún proceso químico maravilloso había hecho encajar en la lata misma aquellas transiciones duras que advertía en la película. Porque al final se había producido toda una sintonía, incluyendo el hecho de haber terminado de filmar el día de la entrega del Informe Rettig, justo “cuando Aylwin pidió perdón…”.
Ahora, recién iniciado en la fama, espera “no ser tan visible que no pueda ver”. “¿Te das cuenta de que cuando esta película se estrene vas a quedar como en pelota en pleno Campos Elíseos?”, le preguntaron en París, cuando fue a editarla.