“MORIR UN POCO” es una primera película en que abundan las huellas de la inexperiencia. Hay falta de madurez en su concepción y factura. No obstante, en directa y honesta y, gracias a su sinceridad, logra un impacto.
Álvaro Covacevich quiso mostrar la situación del hombre medio urbano de América latina frente a un ambiente que le es hostil y ajeno. En el trabajo y en el descanso está frente a dos mundos: el propio, cargado de pobreza y sordidez; el de los otros, lleno de cosas hermosas para él redadas, que es indiferente frente a su destino.
El mecanismo básico es el contraste. Las miasmas condiciones de vida de una población marginal y los espléndidos mausoleos dedicados a los muertos en el cementerio; el veraneo en las playas elegantes y aquél al alcance de los pobres. Así, hay un énfasis constante en una sociedad donde existen mundos totalmente diferenciados, cuyas condiciones marcan aun físicamente a sus habitantes.
Esto se muestra mediante un monólogo interior ( de continuidad relativa) del protagonista (Luis Oliva) a través de cuyos ojos se ven los diferentes ambientes. Inicialmente la película duraba aproximadamente 85 minutos. Predominaba la reiteración de los temas básicos; más un empleo desmedido. Sin embargo, esa misma reiteración, al dejar de ser un defecto, contribuiría, como mecanismo acumulativo, a crear un efecto agobiador. Reducida ahora a aproximadamente una hora, “Morir un Poco” va más directamente al grano de su contenido, pero perdió parte de su crescendo anterior. También se filmó un nuevo strip-tease (reemplazando la morena inicial por una rubia). Tales cambios reflejan una autocrítica del realizador.
La película no se define entre un documental sobre los contrastes sociales y un film que se vale de ellos para mostrar en una forma que combina realismo con símbolo la vida y actitud del protagonista. Cabe la duda de si éste más que » un hom“re cualquiera”, no tiene mucho de proyección del propio Covacevich, imaginándose él dentro de esas condiciones de vida. Hay una pasividad demasiado sostenida, una falta de reacción demasiado resignada y constante, para aceptar al protagonista como “hombre medio”.
Un detalle sintomático es el que, cuando al final se produce el estallido, tiene lugar en uno de los parques diseñados por Covacevich (su profesión es la de paisajista). Y la muchacha que aparece en la playa con su perro, instantes del cambio a color, la esposa del realizador. Estos detalles podrían indicar que, junto a la sensibilidad de Covacevich frente al problema social, también hay un indirecto sentido de culpa.
En “Morir un Poco” no hay un lenguaje cinematográfico elaborado. Uno de sus mayores defectos es que, en la compaginación, no se le dio un ritmo más definido. Compárese, por ejemplo, la película misma con su lograda sinopsis, montada por un profesional. La fotografía de Oscar Gómes tiene el gran mérito de haber logrado imágenes de escenas como las de playa o las de baile en “La Rueda”, con la cámara como observador no percibido por la multitud. No hay gente que esté pendiente de la filmación, y que a toda costa trate de aparecer en la imagen. La cámara se convierte en testigo. Tales resultados seguramente se deben a la larga experiencia de él en el noticiario Emeico. Sin embargo, el trabajo de cámara es más débil en otro sentifo: no supo dar una dimensión más allá del realismo a las imágenes. No supo reforzar los conceptos generales del film allende lo inmediado de determinada toma.
No hay un solo instante de diálogo. La música, del mismo Covacevich, tiene aciertos.
Sería fácil enumerar defectos técnicos, pero no sería justo. La película los traspasa. A pesar de las limitaciones, se transmite la visión personal de su realizador. “Morir un Poco” no es hiso porque Covacevich quería hacer una película a toda costa, sino porqye sentía la necesidad de exageraralgo para lo cual el cine le parecía el mecanismo más idóneo. El oficio vendrá con películas posteriores. Por ahora basta que haya hecho un film honrado y sincero sobre una realidad de paso, fenómeno que bien vale la pena recalcar. Es de aficionado, en el sentido de que aún no hay dominio del oficio, pero permite esperar los próximos trabajos de Covacevich con indudable interés.