Entrevista a José Luis Sepúlveda
Autor del artículo: Andrés Nazarala / Fotos: Bruno Acuña / Medio: Filmonauta
Publicación original
Título: Entrevista a José Luis Sepúlveda
Fuente del artículo: Filmonauta, número 3, diciembre 2009
Descripción: El responsable de la sorprendente obra El Pejesapo (2007) y co-director, junto a su pareja Carolina Adriazola de la aún no estrenada Mitómana, revisa sus películas, dispara contra el medio y muestra, en terreno, las acciones que está llevando a cabo para que se conozcan los problemas de algunos ciudadanos.
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Mitómana (2009)

El año pasado, mientras todos seguían haciendo planes exitistas o abrazando chovinismos en beneficio de la consolidación de una industria cinematográfica capaz de dar frutos, El Pejesapo (2007) se coló por las rendijas del cine nacional y explotó como una molotov. Película misteriosa, áspera y de un bajo presupuesto más que evidente, la ópera prima de un tal José Luis Sepúlveda formó, en apariencia, parte de la camada de producciones en digital que encontró espacio en el Centro Arte Alameda o en el Festival Cine B.

Sólo en apariencia, ya que Sepúlveda retiró su película de la programación del certamen en el 2007 –por considerarlo una ventana de promoción de los trabajos de la Escuela de Cine de Chile- y desde entonces, ha mantenido un bajo perfil que tiene intrigado a varios, en especial, al puñado de críticos que, contra todo pronóstico, consideramos que El Pejesapo (2007) fue una de las mejores películas chilenas estrenadas el año pasado.

“Es la raja que se valore porque cuesta hacer este tipo de cine”, opina el cineasta. “Todos tienen una línea estructurada, pareciera que estuvieran haciendo la misma cosa. El montaje de las películas pareciera que la hiciera el mismo montajista, la dirección de foto es casi siempre del mismo tipo. En Chile hay un rollo con la elite”, dispara, descargando las balas de un cine de guerrilla radical hacia un sistema fílmico que se ha vuelto cada vez más cerrado y homogéneo.

Con un prepuesto de 250 mil pesos, El Pejesapo (2007) muestra las andanzas de Daniel S.S. (Héctor Silva), personaje desadaptado que, luego de un fallido intento de suicidio, busca una nueva oportunidad en la vida en medio de un Santiago inhóspito. La mezcla de situaciones de ficción (una escena de asesinato) con otras de carácter documental (la visita de Luisa Durán a la fábrica donde trabaja el protagonista) nos sugiere cuestionamientos sobre la verdadera naturaleza de una obra cargada de mística; una película granosa que ofrece algo que pocas veces el cine criollo entrega: coherencia entre forma y fondo.

“La imagen sucia responde a la falta de presupuesto pero también fue planeada como opción estética. El equipo técnico fue de cinco personas y para iluminar ocupamos de todo lo que había en la casa: lámparas, ampolletas,…. Jugamos un rato, no me complico mucho por cosas técnicas. La idea es alejarse de una estética burguesa y cuica”.

Reflejo del anticuerpo del sistema frente a una película como ésta se vio hace dos años en el Festival de Cine de Valdivia, cuando participó en el Work in Progress. La explicación que le dieron a Sepúlveda fue que su largometraje no es del nivel técnico que exige el certamen. “La verdad es que el jurado llegó a la mitad de la película”, aclara el realizador, pero reconoce que su relación con el evento sureño ha mejorado, como lo prueba la exhibición de su nueva cinta Mitómana en la edición de este año.

-Esa estética cruda, deslavada y frontal es muy adecuada para el mundo que retratas. ¿Qué te pasa con la aproximación a la marginalidad del gran grueso del cine chileno?

Creo que no podí ir a comer un pastel a avenida Apoquindo y después venir a hacer una escena de pasta base…

-¿Consideras que la distancia de los realizadores con ese mundo es muy grande?

Depende del caso, pero creo que hay un aprovechamiento instrumental político. A la gente le gusta la morbosidad. Yo vivo en la población. Cuando chico vivía en la Villa Francia. Tengo amigos que están metidos en la pasta. Hay una mirada más horizontal.

“La ficción es un gastadero de plata gigante”

La segunda parte de la entrevista se desarrolla en una calle de La Pintana, locación de Mitómana -la película que Sepúlveda acaba de realizar junto a su pareja, Carolina Adriazola– y también del FECISO, festival organizado por la dupla, que se lleva a cabo entre el 2 y el 6 de diciembre.

“Ahí mataron a un cabro chico cuando filmábamos la película”, cuenta el director, apuntando hacia un rincón donde unos niños juegan a la pelota. A pocos metros se extiende una extensa muralla transparente que marca el límite de una carretera que aún no ha sido inaugurada y que arrasó con parte de la población cuando fue construida.

“Mi próxima película se va a llamar Invasión y tratará el tema de cómo la gente se va compartimentando, se va encerrando como si estuviera enrejada. Es un asunto social fuerte, especialmente desde el punto de las familias”, adelanta.

Pero antes está el proceso de difusión de Mitómana, cinta que tiene como protagonista a una actriz que busca encarnar a un personaje. Nuevamente, la mentira y la verdad se fusionan en un ejercicio experimental que resulta fiel a la cosmovisión de sus creadores. Para el rodaje, la actriz Paola LattusTony Manero (2008), Ilusiones Ópticas (2009)- se instaló en la casa de Sepúlveda y Adriazola durante un mes y junto a los realizadores, recorrió este extraño territorio, atrapado entre la pobreza y los monstruos del progreso sin conciencia. La experiencia fue rara, distinta y finalmente satisfactoria para un par de cineastas poco habituados a los métodos profesionales de la intérprete protagónica.

 “Fue cuático porque ella pertenece al academicismo del teatro”, confiesa el director. “Le quitamos el computador y todo para concentrarnos 100% en lo que queríamos hacer. Nosotros veníamos filmando con gente de la calle y con más experiencia de vida, porque la Paola es joven todavía. Pero fue interesante el trabajo; duro y complicado eso sí”, agrega la co-directora.

-¿Cómo se dio la mezcla de elementos de ficción con realidad documental esta vez?

JLS: Nuevamente ocupamos la calle como escenografía y fuimos viendo cómo se daban las relaciones. La idea es ir probando conceptos, ideas. El proceso fue más intenso que con El Pejesapo (2007). Fue complejo plantear un personaje que vaya tomando otras personalidades, hablar de la actuación, del cine chileno, no es tan fácil.

-¿Cuesta mucho que personas que no tienen experiencia en la actuación acepten aparecer en las películas?

JLS: Hemos tenido suerte en eso. Pero creo que la misma gente quiere expresar y uno tiene la posibilidad de  darles ese privilegio.

CA: Siempre es más interesante trabajar con no-actores, aunque es más difícil por el compromiso. Hay gente que un día aparece y otro no. La relación humana es fundamental en este trabajo, llegar a la gente, motivarla.

¿De qué manera trabajaron a dos manos?

CA: Es algo que fluyó naturalmente. El guión lo trabajamos por secuencias, teníamos un supuesto pero nunca nos cerramos frente a lo que podría pasar.

JLS: Hacemos los guiones como si fueran poesía. Nos gusta más eso, porque el sistema tradicional se asocia más a un método oligárquico, vertical, donde colocamos un foco acá, la gente pasa por acá, colocamos una cruz aquí… Eso no tiene ni un brillo,  es un guión propio de “los malos están aquí y ustedes ahora están acá y esto es un infierno”. Las cosas no son así.

CA: Para nosotros es importante no establecer juicios previos. Lo que nos interesa es escuchar.

Luego de un largo proceso de filmación (CA: “fue súper intermitente. No teníamos cámara, debíamos conseguirnos una”), Mitómana se pre-estrenó en el pasado Festival Internacional de Cine Valdivia, aunque se trató de un primer corte. Después sería el turno de una exhibición en el Festival de Cine Emergente de Con Con, pero a la dupla le falló el disco duro. Ahora, hace una semana, Sepúlveda y Adriazola concluyeron finalmente el montaje para el gran estreno en el festival que organizan. La proyección fue sobre un telón ubicado en el mismo perímetro donde filmaron.

El evento que se realiza desde el 2007 –denominado en extenso: Festival de Cine Social, Antisocial y Hermafrodita- incluyó también películas de jóvenes de la comuna además de producciones de Argentina, Colombia, Costa Rica, México y España. Como actividad complementaria se abrió un foro social en el que los habitantes de La Pintana pudieron dar a conocer sus inquietudes.

“Acá nunca llega la prensa y ellos siempre han estado con la gente para que se conozcan sus problemas sociales”, cuenta la dirigenta Fernanda Marcos. “No tenemos apoyo del gobierno, ni del municipio. Ellos tratan de ocultar lo que nos pasa.  Los periodistas tienen miedo de venir y es importante que se conozcan todos los dramas sociales, de drogadicción y de un montón de cosas más. El festival presta apoyo para esto se pueda ver”. “Está hecho para que se hable de este tipo de problemáticas, por eso no tenemos películas del cine Hoyts. Nos interesan los temas importantes y reconocibles y que la gente pueda hablar de ellos”, acota Sepúlveda.

-¿Ha sido muy difícil levantar un espacio como este?

JLS: Es difícil porque estas poblaciones quedan al desmedro político de las municipalidades. No se toma a la gente en serio. Se aprovechan y van en plan de apartamiento más que de escuchar. Estas mismas ventanas de exhibición proveen nuevas posibilidades de mirada, que es lo que nosotros estamos buscando. También queremos que haya nuevos creadores, que no siempre sean los mismos.

CA: Este año ha llegado una cantidad de películas, por la posibilidad que da el digital de hacer algo con una cámara. Es súper interesante; algo que no se daba años atrás. Hay mucha gente interesada en participar específicamente en este festival porque es el único de este tipo.

-¿Creen que el cine está finalmente acercándose a las personas?

JLS: Siempre ha sido de elite, pero al igual que la música puede acercarse más a la gente. La música de hecho ya lo logró.

El evento, para el que se arrendó una gran casa en Puente Alto capaz de albergar a todos los invitados, forma parte de un objetivo único que inquieta a José Luis Sepúlveda y Carola Adriazola: difundir, a través de películas o mediante foros, la vida de aquellas personas que suelen ser satanizadas por los medios, olvidadas por las autoridades políticas y golpeadas por las alas metálicas del progreso.

“Lo bueno del cine es su poder de convocatoria”, explica Sepúlveda, como si su tarea fílmica no fuera más que un medio para llevar a cabo un plan mayor; político, pero distanciado de cualquier acción partidista; artística, aunque desvinculado del glamour barato del medio; humano, pese a su desligamiento de discursos manipuladores. Esto no es más que acción consecuente, urgente, vital, honesta.

  “Nos interesa abordar problemas reales. Por eso para nosotros es importante que las películas tengan un carácter documental. La ficción es un gastadero de plata gigante, melodrama de cuicos como el Matías Bize. Es el cine que no me interesa, no me identifica”, remata Sepúlveda. Fuerte y claro.

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