Idénticamente igual
Autor del artículo: Héctor Soto Gandarillas / Medio: Enfoque
Publicación original
Título: Idénticamente igual
Fuente del artículo: Revista Enfoque, nº4, verano-otoño, Santiago, 1985
Descripción: Texto escrito por Héctor Soto, extraído de la desaparecida Revista Enfoque, nº4, Santiago, 1985.
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Tal como un juego de espejos que reflejan y devuelven las imágenes, la última película de Carlos Flores va desde las evidencias a la ficción y desde la ficción al mito. El tráfico de verdades, mentiras y utopías corre en ambos sentidos y establece una dinámica de entregas y devoluciones rectificadas que, en último término, incide en un problema de identidad, entre varios otros. Obra sobre todo de carácter documental, Idénticamente igual es una suerte de reportaje a la figura de Fenelón Guajardo, un chileno elevado fugazmente a la popularidad por su cultivado y voluntarioso parecido con el actor norteamericano Charles Bronson. Esa semejanza le abrió al personaje las puertas de algunos programas de la televisión chilena –siempre dispuesta a capturar los datos más crudos de la realidad nacional- y le permitió protagonizar un spot publicitario engastado, hasta donde es posible hacerlo en Chile, en la mitología de los “duros” del cine de esta época.

La base del trabajo de Flores son diversas entrevistas con Guajardo. Sus palabras son un persistente intento por demostrar que el parecido con Bronson no sólo es físico sino también conductual. Conductual no por cierto en relación a la biografía del actor sino de cara al estereotipo de audacia, violencia y coraje que ha encarnado en sus películas. De alguna manera esta versión criolla de Charles Bronson se propone dejar en claro que si bien sus apariencias son tributarias del modelo que vive en Hollywood, su dureza y aplomo son no sólo anteriores a él sino que incluso superiores, en la medida en que sus aventuras y correrías han tenido por escenario la vida propia. El Bronson local no ha tenido, al menos en la versión que él entrega, un guionista que como ángel de la guarda haya velado por su integridad con la diligencia que ha velado por el otro en la pantalla. Por la inversa ha debido batírselas por sí mismo en trances legendarios y riesgosos en los cuales, además de salvar la vida, entregó a cada cual su merecido.

Reflexión sobre un caso de identidad confiscada por el mito hasta extremos del patetismo, tal vez el rasgo más atractivo de la película de Flores radica en su juego de ambigüedades y duplicidades. ¿Hasta qué punto Fenelón está poseído por el mito? ¿Hasta qué punto él cree ser el poseedor? ¿En qué medida Guajardo creyó estar fortaleciendo su imagen al filmar esta película? ¿Hasta dónde es consciente de sus imposturas? ¿Dónde comienza el embaucador? ¿Dónde termina la conciencia de un ser completamente enajenado a un cuerpo y un alma que han dejado de ser suyos?

Estas preguntas pueden admitir muchas respuestas desde el punto de vista de los mitos culturales, de la patología social de la esquizofrenia o del viejo arte del fraude. Sea sin embargo cual sea el enfoque que se prefiera, es una gracia que la película ofrezca elementos de juicio para todos ellos, sin matricularse con ninguno. Con toda la miseria que pueda contener, el caso Fenelón Guajardo se hubiera visto notoriamente empobrecido bajo un análisis reduccionista.

Esta relativa “neutralidad” ante el fenómeno del Bronson chileno permite dejar de manifiesto que el trabajo de Flores, más que interesarse en su caso específico, persigue en el fondo ajustar cuentas con ciertos rasgos del carácter chileno, rasgos que están presenten en Fenelón Guajardo pero que sin duda se proyectan mucho más allá de él. De existir, esta intención bien podría estar perjudicada por la locuacidad del protagonista, por su verba fabuladora y mitómana, en lo que contribuye a sobresingularizar su cuadro mental y sociológico. De hecho, lo que realmente importa al filme no es tanto el contenido de sus anécdotas e historias sino el tono, la gestualidad y las pausas con que las narra. Es probable en este sentido que algunos minutos menos de entrevista hubiesen clarificado el sentido del filme.

La última parte de Idénticamente igual propone un ejercicio de indudable interés: Fenelón Guajardo pone en escena y en imágenes una eventual riña en el bar de un pueblo del norte, momento que probablemente coincide con su hora más gloriosa. El pasaje constituye un documento fílmico valioso para estudiar la imaginación de una conciencia bárbara no interferida -¿o interferida demasiado?- por escrúpulos culturales. La escena resulta evidentemente un tanto opaca porque el cine, además de imaginación, también es una forma de expresión y también es una técnica. Una forma de expresión que supone alguna idea que transmitir. Una técnica que hay que dominar. Eso no lo sabe Fenelón, pero a lo mejor lo sospecha.

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