Tiempo hacia que en estas páginas no se estampaba el nombre de una nueva producción nacional a la cabeza de un comentario crítico; y es satisfactorio que al romper este forzado silencio pueda decirse que “Flor del Carmen” es una buena película en la cual se han aprovechado con discreción y talento, muchos elementos de la vida campesina. Si añadimos que hay en ella, además, la revelación de un nuevo interprete de categoría, bien podremos repetir, en conclusión, que es la película un apreciable esfuerzo de conjunto y un feliz resultado en todos o casi todos sus detalles.
En lo que toca a argumento no cabe duda que en “Flor del Carmen” se extremó la sencillez, y por omitir episodios y singularidades que acaso no habrían estado de más, la película ha resultado corta. Dentro del argumento, llama la atención la limpieza del dialogo: lenguaje correcto, castizo hasta donde era posible sin deformar la autenticidad de la vida campestre, sin chabacanería, y en algunos instantes muy expresivo y gracioso. Cosa semejante cabe decir de la letra de las canciones, que corresponde en todo a la intención de la película y jamás desentona.
La responsabilidad principal en esta parte toca a la señora Amanda Labarca, que escribió el argumento y dio forma a las escenas, mostrando así que puede ser una colaboradora inestimable para el cine nacional.
La dirección es, en líneas generales, bastante eficaz, anotemos una proeza: toda la cinta transcurre en exteriores, y, a pesar de eso, no hay monotonía; y una falla que debió haberse evitado: la repetición de series de acciones sucesivas. Cuando Flor del Carmen aparece cantando en el porche de su casita, junto al telar en donde teje la manta que habrá de regalar a su enamorado Lorenzo, la cámara siempre la enfoca de frente y a un mismo nivel. La escena, que es muy bella por la música de arpas, lo que es otra cosa, se hace un poco rígida por no haber enfocado diversos ángulos. Lucas y Nicasio conversan en un faldeo junto a la faena, y la cámara los presenta, en forma alternativa, a medida que la voz pasa de uno a otro, dos, tres, cinco, ocho veces (pretendimos contarlas, y nos perdimos…) , con movimiento poco feliz para el objeto que se perseguía. La dirección, empero, merece aplausos por algunas escenas muy bien concebidas y diestramente realizadas, como el encuentro de Flor del Carmen y Lorenzo en lo alto de la loma, que es sin duda, el mejor fragmento de la película, por la armonía de conjunto que se logra con la fotografía, el dialogo y la acción de los personajes. Un buen acierto en suma, de José Bohr, que confirma sus antecedentes de director, entre los cuales debemos admirar la flexibilidad con que se adapta a diversos estilos y afronta compromisos muy diferentes. Hay un abismo entre cierto relegado al olvido y esta cinta de ahora, fresca y grácil, que revela buen pulso y ojo certero.
Los aspectos técnicos, tales como fotografía, sonido, iluminación, decorado y vestuario, están, en general, muy cuidados. Pudo y debió evitarse el polvo que inunda la media luna de rodeo, para que no se perdieran detalles de la faena, y el que levantan los bueyes en el paseo de las carretas cargada de paja; pero, en cambio, la fotografía tiene aciertos plenos, en que se pone de manifiesto la belleza del paisaje. El sonido es también correcto, y se muestra muy feliz en la supresión de la música de fondo y la sustitución de ella, en ciertas escenas, por los ruidos propios del campo: mugidos de vacunos, piar de aves, y hasta los retumbos del viento en los sitios montañosos. La decoración y el vestuario son también acertados, salvo que algunas veces las damas de segundo plano no aparecen peinadas al uso campesino, sino más bien al uso ciudadano.
Tócanos ahora estudiar lo que es más difícil de apreciar en una película: la acción de los intérpretes. ¿Hasta qué punto son ellos la creación del director? ¿Puede saberse, sin haber asistido a la filmación, quien trabaja bien por sus propias fuerzas y quién logra desempeñarse solo porque el director lo acicatea? No queda, pues, sólo conjeturar, juzgando a cada cual conforme su trabajo personal y haciendo, por vía de experimento, abstracción de la labor colegiada en que director e intérpretes entretejen sus esfuerzos.
Un vistazo, ante todo, a las damas. Blanca de Valdivia (Kika), en su papel de Flor del Carmen, une la gracia juvenil a la timidez propia de una niña del campo, que es buena hija hasta el punto de sofocar su rebeldía natural contra un matrimonio de convivencia. No siempre fotografía bien, sin embargo, y la cámara sacrifica no pocas veces su belleza con la implacable acuidad de su lente. El trabajo interpretativo que le corresponde ha sido cumplido con discreción y buen gusto y merece, sin dudas, un caluroso aplauso. Elena Puelma es desenvuelta de suyo y tiene muchos años de teatro, de modo que no es elogio decir de ella que está natural y ajustada a lo que de ella se exigía. Marta Caro, en un papel episódico que pudo ampliarse mucho, cumple también su cometido en excelente forma.
Ofrece en este caso mayor interés la galería masculina, en la cual hay variedades muy señaladas. El trabajo del niño Peyuco es bueno en algunas escenas, como aquélla en que ofrece descalzar a su padre; pero se torna borroso hacia el final de la cinta. El villano Nicasio, quedo encargado a Romilio Romo, con lo cual añadió simpatía a un papel de otro modo pudo parecer extremadamente torvo. Muy en carácter y consciente de su responsabilidad, Romo hace aquí una caracterización notable. Lucas, Jorge Quevedo, campesino bueno, fiel, afligido por desgracia de familia y puesto de golpe en la precisión de resolver un difícil problema, se hace simpático, a pesar de que a veces la dicción parece entrabada y premiosa. El peón cansado, indolente, adormilado, Manolo González, hace una labor encomiable, aun cuando la estrechez del argumento no le conceda una amplitud que habría sido deseable. Y, como para lo último se reserva lo mejor, hemos dejado para lo último a Carlos Mondaca, que encarna la imagen de Lorenzo. Mozo de las casas patronales, enamorado de Flor del Carmen, que debe disputarle a Nicasio, en su papel el más destacado de la cinta. Lo singular es que le añada a él una simpatía particularísima, que está basada tanto en la excelente voz, como en la fisonomía dulce y clara y en la acción medida aunque siempre vivaz. Hay en él toda una revelación para el cine, ya que antes no había trabajado para la cámara, y no cabe duda que en la pantalla podrá conquistar nutridísimos aplausos. Sin exageración, podemos decir que la escena se ilumina cuando él aparece, y no hay gesto alguno que le pueda reprochar el censor más severo.
Si a todo lo que llevamos dicho añadimos que los episodios intercalado, como la intervención de los “Los Cuatro Huasos”, son por lo general, felices, y que la película discurre sin sobresaltos y no deja ninguna impresión amarga, a pesar de qué es un trasunto fiel del campo y de sus tragedias y contrastes, quedará, en suma, caracterizada esta sencilla “Flor del Carmen” como una cinta de mérito. Y este mérito es suficiente para que su nombre pase a la historia del arte cinematográfico chileno en honroso lugar.
Hacemos voto por que el público subraye con su aprobación la muy amplia que nos parece de justicia tributar a esta simpática cinta.