Pablo Perelman es un tipo que hace películas, pero que no se las pasa. No quiere crear falsas expectativas con su Archipiélago y tiene claro que su segundo filme (el anterior fue Imagen latente) está hecho para un destinatario mucho más específico que el de otras películas nacionales.
Por eso, él mismo se preocupó de editar la sinopsis que TVN, profusamente, ha comenzado a exhibir desde ayer.
-Como tiene imágenes que dan para sugerir que se trata de una película de acción y no lo es, me preocupé de que la sinopsis quedara super justa, no prometiendo lo que no es.
-¿Y qué es?
-Es una película poética, volada, metafísica y un poquito exigente. Y yo sé que las películas a las que está acostumbrado el público no son así. En todo caso, no estoy tampoco en contra de un cine más masivo.
-¿Se requiere valentía para lanzar un filme cuya narración rompe lo convencional, lo masivo?
-Después de lo que pasó con Imagen latente, sobre todo fuera, donde tuvo una trayectoria menos política, me di cuenta que nadie espera que nuestro cine sea comercial y masivo. Todo lo contrario. Interesa lo que pueda tener de nuevo, de propuesta. Después de que TVN se interesó en el proyecto, cuando éste estaba en etapas muy iniciales, sentí que, en el fondo, me dieron permiso para hacer lo que quería y lo que es más importante, lo que me interesaba hacer. Así es que me tiré con todo al río. Y hasta hoy estoy peleando con él. No es el tipo de película que tú digas, me quedó bien o me quedó mal. Para mí, el primero, es polémica.
-¿No cree que el público se desconcertará con su filme?
-Encuentro bien fundamental decir que esta película no es EL cine chileno; no es EL-FILME-CHILENO-DEL-AÑO, aunque por los problemas de producción así lo parezca. Nadie puede pretender que éste -u otro- sea el único cine que se hace aquí. Tengo la esperanza y la pretensión de desarrollar experiencias distintas en el diálogo cine chileno-público. Una primera experiencia en ese sentido es La frontera a la cual respondió un público masivo, con el tipo de exigencias que el público pone y que el cine chileno empieza a satisfacer. Pero, estoy convencido de que hay un público que quiere dialogar más a fondo. La frontera masificó un fenómeno que ya se había producido con Caluga o menta de Justiniano e Imagen latente.
Tiene la esperanza de que con Archipiélago se ahonde ese diálogo del que habla, entre el espectador nacional y el cine hecho en casa.
-Estamos en un proceso de crearle una imagen distinta al cine chileno con relación al público. En términos masivos, no quedar reducidos a la mera entretención. Es cierto que la mayor parte de la gente no va al cine, se queda en la casa, ve tevé, arrienda videos. Por eso hay que crear la idea de que el cine de sala es un arte mayor, junto al teatro, la ópera. Entre esas artes mayores el cine podría ser la más masiva, no sólo por el precio, sino por una capacidad de profundidad que la tevé no tiene.
-El cine como cine arte…
-No, creo que tampoco funciona la clasificación de cine arte, porque tiene algo como pretencioso. Hay que ir un poco más lejos. Hablar de cine a secas, pero de un cine con mucha capacidad de contenido y, fundamentalmente, expresivo. Dar al espectador una experiencia fuerte, inédita. Un cine que no tiene nada que ver con la actitud de la gente que dice ver películas para evadirse, para olvidarse. Ese es el público decapitado. En una sala, igual uno usa la cabeza, porque el cine es invasor, te mete en su aire. Claro que hay películas que hacen salir más exitados que otras, es lo que yo llamo películas-masaje. Pero, desde la comedia hasta el drama puede haber otro tipo de cine. Y yo quisiera hacer de esas otras películas, por supuesto.
-Pese a tener tratamientos y narrativas radicalmente distintas ¿no cree que, debido a cierta similitud de los actores, el paisaje y la problemática, parte del público pueda ver en Archipiélago una Frontera surrealista?
-No sé. Nunca se me planteó que hubiera algo en común. Por lo demás, La frontera es surrealista.
-Al escribir el guión, ¿tenía en mente el cuento La noche boca arriba, de Julio Cortázar, donde la narración ubica al protagonista en un incesante paso entre ser un joven herido después de un accidente y un indio de una tribu que escapa de la Guerra Florida?
-No. Y es absurdo, porque es un cuento que me encanta. También me pasó una cosa por el estilo en los talleres del Sundance Institute (el de Robert Redford para apoyar al cine latinoamericano). Me invitaron y estuve trabajando el guión con gente de la industria, entre ellos Richard Pierce, el guionista de Scorsese. Todos coincidían en que mi guión era similar a un cuento de Ambrose Pierce, especie de Alberto Blest Gana norteamericano. Ese el relato de lo que imagina, piensa y ve un soldado desde el minuto en que lo cuelgan de un puente, hasta que la cuerda queda tensa y muere. El se inventa todo lo que no pasa. Yo no tenía idea de que existía. Y tampoco recordé, hasta que me lo hicieron notar, el cuento de Cortázar que había leído hacía mucho tiempo.
-La «puesta en vivo», por así decirlo, de la tribu de indios a partir de las investigaciones antropológicas, ¿fue un trabajo de equipo entre usted y Juan Carlos Castillo?
-Lo hicimos bien juntos. Pero no son los chonos, que a mí siempre me han dado curiosidad, porque es como si se hubieran desvanecido. Estos son los selknam, los fueguinos, de los cuales pese a haberse extinguido, gracias a los trabajos del padre Gusinde y otra gente, quedan muchos testimonios. Tampoco pretendo conocerlos al dedillo… El trabajo concreto es de Juan Carlos, quien lo realizó con un equipo de maquillaje, de vestuario, de utilería, de construcción de escenarios.
-En términos de actuación, fuera del personaje del arquitecto (Héctor Noguera) los demás actúan por presencia…
-No hay construcción de personajes. Los actores están para llenar la fantasía del personaje y para construir su universo visual, porque esta es una película que pasa en la mente del arquitecto. No se les puede pedir método y, también por eso, se hacía difícil del trabajo con ellos. Varios son de grupos poblacionales, como Alicia Fuentes que es de La Carreta y otros que son de una murga de La Pincoya. Cada uno de ellos es varios a la vez, porque son personajes de la vida real del arquitecto que éste ubica en otras circunstancias, poniendo en su boca sus contenidos. Para él no hay sorpresas. Y lo único que avanza es la muerte, a la que él se niega; pero a la cual, al final, se entrega.