Después de vencer múltiples inconvenientes de toda índole con ejemplar tenacidad, condición de carácter poco común en los hombres que luchan en nuestros medios artísticos, por fin Carlos Huidobro ha podido estrenar su “Bar Antofagasta”, película nacional con argumento de Gloria Moreno, guión de esta escritora y el propio Huidobro y con Purita Souza, Andrés Silva Humeres, Guillermo Yánquez, Esther Soré, Romilio Romo y José Vizcaya Claro como intérpretes principales.
“Bar Antofagasta” es la segunda producción que nos da a conocer Carlos Huidobro. La primera, “Dos Corazones y una tonada”, estrenada hace tres años, aunque no fue un film totalmente logrado, demostró en este director encomiables condiciones por el equilibrio con que supo mantener todos los valores netamente cinematográficos de dicha película. Recordamos que “Dos corazones y una tonada” si bien no tenía grandes efectos de cámara y de interpretación dramática, tampoco caía en recursos baratos y lugares comunes de mal gusto. Se mantenía en un plano muy discreto.
“Bar Antofagasta”, en relación con su obra anterior, significa un sensible avance en la carrera de Carlos Huidobro. Desde luego su argumento es mucho más cinematográfico, sus tipos mejor delineados, su diálogo de mejor calidad literaria y sus intérpretes actúan con muchísimo mayor aplomo y desenvoltura. Pero aún estamos distantes de una película ampliamente lograda que satisfaga los anhelos que alimentamos, crítica y público, con respecto a nuestra producción cinematográfica.
¿Qué le falta a la última producción de Huidobro para haber sido un triunfo inobjetable? En primer lugar, a nuestro juicio, una mayor densidad de ambiente y más carácter en los tipos. El uno y los otros aparecen en ellas un tanto inventador, artificiales. No hay detalles observados directamente de la realidad que convenzan y sensación de cosa vivida a los lugares y a la acción. En otras palabras el color local, está débilmente dado y los personajes tienen poco relieve psicológico,-nos referimos especialmente a los hombres de mar que figuran en el film-porque hablan un lenguaje correcto; pero demasiado convencional. Los “vaporinos” tienen ju jerga especial llena de giros y modismos característicos, de los que apenas uno que otro aparece en el diálogo. El desarrollo mismo de la película es un tanto fragmentario debido a que la trama se divide, podríamos decir, en tres acciones que se desenvuelven paralelamente a lo a largo de ella. Debido tal vez a esta misma triplicidad dramática tiene “Bar Antofagasta” ciertas transiciones muy bruscas cuyos efectos contraproducentes ante el espectador. En el celuloide, como en el teatro, ciertos efectos y situaciones necesitan ser preparados con malicia para que lleguen eficazmente al público.
Frente a estos defectos “Bar Antofagasta” ostenta plausibles aciertos en lo que se refiere al ritmo con que ha sido llevada; el interés se mantienen vivo durante todas sus escenas que en general están bien cortadas; la fotografía es nítida, tiene numerosos enfoques muy bien encontrados; los escenarios naturales muestran algunos bellos panoramas y perspectivas del Puerto. Pero lo que da mayor significación a esta película nacional y la salva de la mediocridad aplastante en que hasta ahora ha estado sumida la mayor parte de nuestra producción, es el soplo de espiritualidad que la recorre de principio a fin y el sentido artístico, sin concesiones a lo que se ha dado en llamar el gusto de las galerías y que muchas veces está en las plateas, con que ha sido realizada.
Otro aspecto fundamental que defiende “Bar Antofagasta” es el trabajo de los intérpretes del que nos ocuparemos en otro artículo
Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.