
Cuesta dominarse cuando, como en este caso, el cine chileno –que tiene más de treinta años de afines y trajines– nos entrega un trabajo exento de cualidades elementales.
Quiso ser una parodia, y el libretista desnaturalizó los motivos; se pretendió imitar a esa “loquibambia”, toda una genialidad del Hollywood que busca sucesos originales, y faltó la equilibrada y hábil expedición de un director; la dúctil presencia de un elenco; la chispa y la gracia de parlamentos y situaciones que comunican eficacia a las comedias que abordan el género cómico.
Se advierte el traspié desde las primeras escenas, y cuesta explicarse cómo pudo seguir haciéndose un trabajo que costó millones, dado el derroche de vestuarios y decorados –lo único que puede verse, mediante una luminosa fotografía–, sin que la dirección de la empresa productora se hubiese decidido a destruido todo lo ya hecho.
Intérpretes de jerarquía reidera [sic], como la Desideria y el actor argentino Héctor Quintanilla, no puede sacarle partido a sus papeles. Los aplasta el libreto. El clima, de extraña frialdad, los insensibiliza, y nadie, desde el galán Roberto García Ramos, repunta, comunicando simpatía, a los personajes o a las situaciones. Sabemos que la nueva directiva de Chile Films ha dispuesto que esta película no salga al extranjero. Hace bien, porque así salva el decoro de nuestro cine; pero hace mal al entregarla a nuestro público. “La Dama de las Camelias” debió quemarse lisa y llanamente.