Julio Comienza en Julio, de Silvio Caiozzi
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

Hay películas que deben cargar con el peso de la historia sin habérselo propuesto concientemente, aunque no es posible pensar en una ingenuidad en este caso, tratándose del único largometraje realizado en un país que sufría una sequía productiva impuesta por las circunstancias del momento: los difíciles años setenta.

Este afamado filme de Silvio Caiozzi carga además con la responsabilidad adicional de haber sido declarado «el mejor filme chileno» en una encuesta pública realizada hace algunos años. Es probable que no lo sea, ni tampoco el más popular, pero es muy significativo que los temas que aborda se adhieran con tanta precisión al momento en que fue filmado que casi hizo necesario que la acción se desarrollara en el pasado y en el campo, espacio mítico nacional por excelencia.

La historia del crecimiento de un adolescente y la violenta toma de conciencia de su lugar en el mundo, parecieran la alegoría de un Chile sometido a una dictadura que obligatoriamente impusiera una maduración acelerada, mediante coerciones y despotismo nada ilustrados. Afortunadamente Caoizzi, con la humildad del buen artesano, no se engolosina con esta lectura y se limita a ilustrar cuidadosamente la anécdota, enfatizando los aspectos formales al punto peligroso del esteticismo.

Dotado de gusto fotográfico, natural en quien se formó profesionalmente en esa disciplina y la ejerció en la publicidad, y de perspicacia en la dirección de actores, Caiozzi posee también una minuciosa mirada escenográfica, que en una película de época como esta es una virtud indispensable. Si a eso añadimos la prudente obediencia al guión tenemos todas las razones de un prestigio bien ganado. A pesar de las ramificaciones de la historia y de la abundancia de personajes, el relato se sostiene gracias a las sobrias actuaciones protagónicas y a la cuidadosa ambientación de una casa patronal de comienzos del siglo XX. En las escenas de conjunto, que no son pocas, el pulso narrativo se suele acelerar y la cámara comienza a jugar más de la cuenta, dejando a los personajes secundarios esbozados a brochazos gruesos, pero sin que esto haga perder el rumbo de la historia.

fjulio5.jpeg

Pero el tiempo no pasa en vano, a pesar de la válida permanencia de todo el conjunto. Por aquí y por allá el cineasta parece desconfiar de sus personajes y su mundo, e interviene para explicitar lo que debía sólo sugerir, problema de generosa presencia en nuestro cine e índice de un proceso de maduración paulatina. Al imponerse la esmerada forma sobre las vivencias auténticas del relato, éste no nos convoca a hacerlo parte de nuestro fuero íntimo, impidiendo así la profundidad que el ambicioso tema exigía. La escena final recurre al énfasis de montaje para conmovernos con algo que el guión no pareció preparar con suficiente rigor. Signos quizás de la precariedad de la época en que la película se filmó. O tal vez la expresión de una búsqueda identitaria aun incompleta.

De hecho tres elementos principales explican que Julio comienza en Julio siga ocupando un lugar de privilegio en nuestro imaginario cultural.

A saber: la ambientación en el mundo campesino. Hoy seremos todo lo urbanos y tecnológicos que queramos, pero sabemos perfectamente que nuestro origen como nación viene de una larga tradición agraria y de sus rigores, misterios y rituales. No es la única película que ha ocupado tal escenario, pero lo ha hecho mejor que las demás y en el oportuno momento en que la vida urbana tenía mucho de pesadilla cotidiana.

Segundo: el motivo del padre ausente. El gran señor y rajadiablos de literaria matriz afonda su origen en un ordenamiento social tan odiado como funcional a la política de un país surgido más de las disciplinas masculinas que de las abundancias naturales. Después de todo el país se lo han construido a pulso un montón de huachos desobedientes o de ordenados hijos de sus privilegios. Nada muy espontáneo ni muy emocionalmente satisfactorio. Don Julio, el dictador y Ricardo Lagos son parte de nuestra tradición.

Esto nos lleva al tercer elemento: el sexual. Julito al enamorarse de la prostituta corre el riesgo de poner en jaque el orden distanciado entre las cosas y las emociones. Sólo aprovechándose de lo heredable es que podrá obtener satisfacción plena, no enamorándose del objeto de sus deseos. Así podemos reconocer el ordenamiento familiar de la nación, como el de una castración emocional, pero funcional en términos políticos y económicos. Desgraciadamente es el tema menos explorado en la película, en parte por la actriz que interpreta a la prostituta, carente del componente mestizo que la habrían hecho más real y que nos habrían recordado que como país fuimos concebidos detrás de la puerta oficial de todas las instituciones occidentales. Los personajes femeninos de la película al carecer de la fuerza y el relieve necesarios no ponen en verdadero peligro nada del mundo de los Julios y reduce el relato a una mera escaramuza adolescente, perfectamente cerrada sobre sí misma.

Pero hay que reconocer que la cercanía a los grandes temas fundamentales de nuestra identidad y de nuestras circunstancias políticas fue una brillante intuición que pocas veces el cine chileno ha tenido, que puede ser la razón misma de su importancia histórica y de la elección que el público ha hecho de ella.