Miguel Littin en busca de la realidad
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TIENE fama de antipático y de tratar pésimo a la gente que le ha tocado dirigir. Nadie dudó de su capacidad como director, pero si estuvieron de acuerdo en que no es un personaje sencillo ni fácil de tratar. Incluso alguien llegó a decir que posaba de solitario.

Encontré en Miguel Littin Kukumides (27 años, a veces actor —»muy malo», según palabras textuales—, escritor teatral y casi siempre director de TV en Canal 9) un ser como cualquier otro. Casado con Elizabeth Menz Guzmán —Elly Menz para los espectadores—, tienen dos niños y viven en un burgués bungalow de Ñuñoa.

Decimos burgués porque fue uno de los términos que usó para definirse. «Soy hombre de izquierda —dijo— y sé que vivo como un burgués». Pero no por su gusto, aclaró, sino porque las circunstancias y el medio determinan su forma de vida.

Y fue precisamente un ambiente y circunstancias especiales los que lo llevaron a la idea de hacer cine. No un corto de cinco minutos, como el que produjo hace un tiempo, sino que un largometraje.

LA IDEA Y EL FILM

—¿De dónde nació la idea de filmar la «Vida y obra del Chacal de Nahueltoro«?

—Cuando ocurrió el caso no me enteré. En realidad lo supe un tiempo después por un diario que leí por casualidad y que no me impresionó tanto por lo que decía, sino por el tono en que lo describían. Era demasiado patético. No me refiero a los hechos en sí mismos, sino cómo se expresaba el propio «Chacal» sobre lo que había hecho. Las razones que usaba, su vocabulario. Comencé a investigar, a leer cuanto se publicó sobre el caso; estudié el expediente, entrevisté en el mismo terreno y grabé cientos de conversaciones que sostuve con personas que lo conocieron. Así durante dos años. De ahí saqué el material para el guión, que escribí yo mismo.

—¿Y qué pretende usted con su película?

—A medida que me fui metiendo en el personaje y el medio en que nació y vivió, que conocí los lugares que recorrió y el mundo, si así puede llamarse, donde vivía, sólo entonces pude darme cuenta de la tremenda realidad que se me estaba revelando y que no me podía ser indiferente. Me sentí obligado, no podía quedarme con la inquietud que el tema me había provocado y pensé que a través de mi medio de comunicación —el cine en este caso— tenía que dar a conocer ese submundo. Soy, quiero ser, en síntesis, el vehículo a través del cual ellos se van a dar a conocer, se van a comunicar. Voy a tratar de ser un puente entre ellos y la cultura, la civilización. Que se les dé alguna vez la oportunidad de ver un poco más allá, que dejen de ser un número, casi animales.

UNA HISTORIA VIOLENTA

—¿No cree que el tema que eligió no es precisamente muy edificante? ¿No influiría en cierta forma el saber de antemano que sería un éxito de taquilla, dado lo famoso que fue el caso?

—Jamás. Si es un éxito económico, mejor todavía, Pero mi propósito es otro. Quiero llegar a la mayor cantidad de público, es cierto, pero no como entretención morbosa, sino que para dar testimonio. Para sacar a la gente de su pasividad. Quiero que se sientan afectados como yo me sentí. Y que también reaccionen.

—¿Y no teme que su película sea considerada por la censura como una apología a la violencia?

—No, en ningún caso. El tema es muy violento en sí, pero las escenas violentas no abundan. El asesinato, por ejemplo, sólo aparece en forma de racconto, cuando se debe hacer la reconstitución del crimen. La violencia misma no me inquieta. Al contrario, más me preocupa la pasividad, la indiferencia frente a situaciones como las que se viven en circunstancias y lugares como los del «Chacal», como en las minas, como en tantas partes…

—¿Podría decirse que su película condena la pena de muerte?

—Yo no opino sobre la pena de muerte ni sobre nada. Me limito a exponer en forma objetiva una serie de hechos. Y en eso creo que soy hasta cierto punto un innovador en el cine chileno, pues la película es en la práctica un documental.

—Tengo entendido que Truman Capote, el autor norteamericano, escribió su novela y el guión de la película «A sangre fría» con el mismo sistema de entrevistas y grabaciones que usted empleó…

—Sí, pero cuando apareció la novela yo ya estaba trabajando desde hacia mucho tiempo con este sistema.

—¿No le teme a la crítica?

—Los críticos oficiales no me preocupan en forma especial. Si me gustaría llegar al gran público. Pero conversar con cada uno de ellos. Saber qué les llegó, si me di a entender, cómo me interpretaron, es decir, si se logró establecer comunicación, verdadero propósito y única meta que pretendo alcanzar.

Y, sin embargo, para Miguel Littin, admirador del «Che» y del presidente José Manuel Balmaceda, hay un problema contra el cual nada puede hacer: su obra, el trabajo de todos estos años jamás será apreciado por todos aquellos que fueron los verdaderos protagonistas. Allá, en el interior de Chillán, en San Fabián de Alico, en Nahueltoro, no hay cines en kilómetros a la redonda.

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