Es preciso hablar claro
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El estreno de “El lecho nupcial” es un teatro como el Victoria, cuyos habitués son en su totalidad gente culta, de nuestra más alta clase social, era una ocasión para que ese público –que por tradición desconfía de todo lo nacional- apreciara los esfuerzos y el progreso a que esta industria y este arte han llegado en Chile.

Desgraciadamente, el comentario que mereció esta cinta era o la carcajada franca o la frase de indignación.

“No veré nunca más una película nacional”, decía la mayoría de la gente.

En defensa de los que estamos vinculados desde hace tantos años al progreso de esta industria, de los que le hemos consagrado todo esfuerzo y concedido todo capital; en legítima defensa de la cinematografía chilena a la cual hieren de manera tan injusta estos zarpazos del oportunismo, vengo a dejar mi más enérgica protesta y en declarar que ese colmo de ignorancia o falta de técnica no se debe a ningún camaramán ni técnico chileno, sino a un industrial chileno, a quien la reclame de la empresa ha pretendido presentar como un maestro en el ramo, que ha venido a enseñar a los chilenos.

La película, por su concepción misma, por sus intérpretes, por su visible falta de experiencia en la dirección, nunca habría sido excelente; pero, presentada a través de esa fotografía ridícula, inservible fuera de toda ponderación, la cinta resulta un adefesio que no vale la pena analizar.

Desgraciadamente, estas derrotas definitivas de los oportunistas cinematográficos repercuten en la labor honrada y empeñosa de todos nosotros, y por eso cada fracaso de esta naturaleza nos reclama nuevos y grandes esfuerzos para contrarrestar la desconfianza pública, de los que han sido atraídos por una propaganda… que no quiero calificar.

No tengo embozo en declarar que, desde 1910 –cuando se filmó en Chile por primera vez- hasta la fecha, nunca se ha hecho una fotografía más mala.