CONTROL DE ESTRENOS: “Cita con el destino”
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Con el loable intento de acercarse a la literatura chilena y de alejarse de los fáciles caminos de la astracanada, “Cita con el Destino” es una película de sana inspiración que no carece de relieves artísticos. Está basada en tres cuentos o chascarros que se deben a la fértil inventiva de Joaquín Díaz Garcés, más conocido en el mundo de las letras por su seudónimo Angel Pino. En los tres se pone de relieve la influencia que tienen sobre los destinos humanos las fuerzas incoercibles del azar y de la suerte. Un organillero vagabundo va distribuyendo por la módica suma de cuarenta centavos un anticipo del futuro, y constituye el nexo de los tres episodios.

Argumento: Desde el punto de vista del interés humano, el más intenso de todos es el relato que da fin a la película. Un labriego que ya tiene tres hijos recibe del emisario de la suerte, el pajarito que lleva en una jaula el organillero, el extraño anuncio de que tendrá tres hijos más. Nacen, efectivamente, de su matrimonio dos hijitas, y la tercera le cae como si dijéramos del cielo, en circunstancias cómicas y sentimentales a la vez. En el primer episodio un bandido burla al pesquisa que por casualidad ha topado con él y lo arrastra a la cárcel. En el segundo un incendio oportuno pone fin al descalabro económico de un comerciante y resuelve el problema sentimental de su hija.

Son bellos momentos de la literatura chilena. La levedad de los toques, la profunda observación de la naturaleza humana y la malicia se combinan ágilmente en estas páginas de Angel Pino. Pero el aprovechamiento que de ellas se ha hecho es más teatral que cinematográfico, acaso con la excepción del tercer episodio. Hay exceso de diálogos, relativa inmovilidad de los escenarios y relato de cosas que pudieron mejor sugerirse o presentarse a la vista del espectador. Gloria Moreno, autora del guión, no ha sabido sobreponerse a la inclinación natural de su temperamento y ha revestido toda la obra de un matiz adecuado más a las tablas que al cine.

Dirección: Miguel Frank, el joven director de “Cita con el Destino”, da un paso adelante en su carrera, y aunque se le ve embarazado por la falta de medios técnicos y particularmente de escenarios, logra una realización simpática y no es un obstáculo para que resalten los recursos emotivos producidos con eficacia y en forma discreta. No hay sorpresas de cámara ni virtuosismos de dirección: toda la película se encuadra dentro de cierta templanza de buen gusto. Si algo pudiéramos reprochar a la dirección de Miguel Frank, ese algo acaso la lealtad excesiva con que se siguió un guión poco cinematográfico. En suma: Miguel Frank no sólo supera algunas de las limitaciones de su labor anterior, sino que hace concebir nuevas esperanzas basadas en su seriedad para el trabajo y en su innegable conocimiento de los resortes emotivos de la escena, muy bien patentizados en el episodio final.

Interpretación: Debido a la forma peculiar de la cinta, dividida en episodios, tienen oportunidad de lucimiento en “Cita con el Destino” muchos más intérpretes que los que habitualmente figuran en una película de cortas dimensiones.

En el primer episodio se destaca visiblemente Alejandro Lira, timador elegante, hombre de chispa, desenfadado, cínico y notablemente simpático. Su trabajo es acucioso, y aunque no es profundo, eclipsa sin duda al de los demás intérpretes de esta parte. Jorge Quevedo, en efecto, ha estado mejor en ocasiones anteriores, y todo su papel aparece borroso. Anita del Valle, una cara nueva en el cine nacional, fotografía en forma un tanto caricaturesca, con lo cual se sale del marco que le era concedido. Habrá que esperar una nueva cinta suya para apreciar si posee condiciones reales para la interpretación.

La actuación de los intérpretes desciende visiblemente en el segundo episodio. Es posible que el director, tímido para manejar a actores fogueados, los dejara actuar un poco por su cuenta. El hecho es que Sallorenzo torna demasiado en caricatura su papel, Caicedo no convence en ningún momento, y Orrequia, el más ducho de los tres en los bocadillos, sobrepasa el relieve que se la había asignado y reclama para sí la atención del espectador. Ester López trabaja empeñosamente y consigue cierta relativa prominencia en medio de la pobreza del elenco. La pareja joven -compuesta por América Viel y Roberto Montes- no tiene ocasión especial de lucimiento.

En el tercer episodio mejora notablemente la calidad de los intérpretes. Débil y desdibujada aparece Kika, y es de justicia consignar que algo de la debilidad de su actuación se debe a las condiciones especiales en que la presenta el argumento. Subiendo en la línea del interés encontramos a Blanca Sáez, que despierta el interés del espectador. El mejor intérprete del episodio y de la película entera es, sin duda, Carlos Mondaca, huaso joven, robusto, con algo del fatalismo resignado del medio campesino dentro del cual se mueve y que vacila indefinidamente ante las responsabilidad a que pretende enfrentarlo a su madre. Ha sido uno de los aciertos de la dirección finalizar la película con el episodio más tierno y el que más hondamente refleja las inquietudes de las almas débiles que se sienten presa indefensa del destino. Mondaca debe haberlo sentido así también, porque su actuación no es sólo la más eficaz dentro del conjunto, sino también la más suelta y natural de todas.

En abono de los intérpretes de esta película cabe decir que la forma de composición de episodios agregados es la más ingrata para el actor, ya que le impide, por regla general, entregarse a un trabajo absorbente de connaturalización del personaje estudiado.

Técnica: Los momentos felices que tiene la fotografía no forman parte de la cinta como tal, sino que son notas de ambiente dispersas y aducidas con relativa oportunidad: plaza de pueblo, paisajes campesinos, una locomotora en marcha, etc. Ha faltado una mano diestra que supiera emparejar las diferencias inevitables de coloración y de perspectiva que se producen cuando la cámara pasa de la fotografía exterior a la del estudio. El sonido es en general claro y está bien graduado, salvo algunos parlamentos un poco chillones del segundo episodio, en el cual también se ven largas tomas fuera de foco. El maquillaje es menos que regular y se ensañó particularmente en las facciones de Anita del Valle y en los mostachos de Rolando Caicedo.

En resumen: Una película que ha sido concebida y realizada sin pretensiones. Su principal mérito está en su sencillez, en la emoción con que los personajes llegan hasta el espectador, en la intención de haber presentado nuestro pueblo y nuestras costumbres, en la gracia sutil de muchas escenas. No es una cinta destacada, pero sí resultará agradable para todos los públicos.