Vacaciones en Familia: Guardando las apariencias
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Una película sobre el chileno ejercicio de aparentar. Una familia bien, venida a menos decide esconderse en su casa durante todo el verano, mientras informan a su familia y vecinos que estarán de vacaciones en una playa brasileña. Los absurdos extremos a los que se puede llegar en nombre del mantener las apariencias son el sostén de este segundo largometraje del realizador Ricardo Carrasco.

Ha pasado más de una década entre la anterior película de ficción de Carrasco y esta. En ambas se levanta, en tono de comedia, una crítica visión de las características idiosincráticas nacionales. Mientras en Negocio Redondo (2001) aparecía esa manera al mismo tiempo inocente y ambiciosa de salir de la pobreza por medio de “un gran golpe”, en Vacaciones en Familia la mira se pone sobre la obsesión de cierta clase social de mantener un nivel de vida, o por lo menos un simulacro de él, ante el resto de su comunidad.

La película cuenta con un elenco de buenos actores. La familia protagonista es interpretada por Maria Izquierdo, Julio Milostich, Alicia Rodríguez y un joven y muy fotogénico Felipe Herrera; mientras que Sergio Hernández, Maricarmen Arrigorriaga, Gabriela Medina, Juan Pablo Miranda y Marcial Edwars aparecen en roles secundarios. Casi todos ellos, gente con trayectoria y talento, que muestran oficio en el ejercicio nada simple de armar una película en donde todo el peso está en el trabajo actoral. Acá no hay una apuesta especialmente cuidada en lo formal -de hecho en este sentido lo más interesante, aunque no especialmente original, son las pesadillas del padre de familia- en la película el lenguaje audiovisual es simple y directo, casi televisivo. El énfasis está puesto en los personajes, sus diálogos y sus relaciones.

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La propuesta de la cinta es espejear sobre ciertas manías de la sociedad chilena mediante el humor, y aunque hay un par de escenas graciosas, la mayor parte de la cinta se mueve eficientemente pero sin mucho brillo. Ese compromiso profundo que tenía el director por los personajes de Negocio Redondo, que hacía que el espectador se encariñara con ellos más allá de sus defectos, transformándola –en mi opinión- en una de las películas chilenas más entrañables de los noventas, parece ser que es lo que falta en Vacaciones en Familia. Porque si bien hay escenas en donde existe espacio para la empatía – especialmente en los encuentros entre el padre y sus hijos-, desde el principio de la película es tan evidente lo absurdo de la situación y los desvalores que en ella se presentan, que es difícil conectar con los personajes adultos.

Hay hacia el final del filme un cambio de registro muy potente, en donde todo el discurso del guión aparece en boca de la protagonista instalándole claramente al espectador el mensaje de la película. Y aunque uno pueda reconocer que ese fenómeno existe, que hay una intransigencia brutal de cierta clase social chilena que se resiste a los cambios, cinematográficamente la salida es poco elegante.

Vacaciones en Familia tiene el mérito de invitar a ver ciertos rasgos propios de nuestra sociedad, rasgos que son, en parte, responsables de que seamos una de las sociedades más desiguales y endeudadas del mundo. El ejercicio de aparentar que tan bien describió Joe Vasconcellos en “La Funa” acá se expone también para jugar el juego del espejo.