Sucede a veces que el cine tiene el poder de la empatía, la capacidad de que el espectador se ponga en el lugar del personaje principal, sienta el mundo desde su piel y lo mire con sus ojos. Ahí el cine adquiere la potencialidad de la experiencia, de contagiar al espectador con un relato de la realidad que no es el propio, pero que lo enriquece. En ese sentido el género melodrama ha sido, históricamente, uno de los más eficientes. Personajes complejos transitando por historias enrevesadas que sólo se hacen verosímiles en una puesta en escena cuidadamente elaborada que cautiva al espectador y seduce sus emociones.
Y aunque Una Mujer Fantástica ha sido presentada por su director como una película transgénero –por el cruce de distintos géneros cinematográficos que están presentes en ella-, es evidente que su principal referencia viene del relato melodramático. La película tiene como protagonista a Marina, una mujer transexual que tiene una relación con un hombre veinte años mayor que ella y que, de un momento a otro, muere en sus brazos. Lo que guía la narración es el duelo de Marina y su resistencia a una sociedad que la rechaza y que sospecha de ella porque es incapaz de clasificarla.
La manera en que están filmada tanto la protagonista como la ciudad de Santiago da cuenta que Sebastian Lelio y su equipo avanzan con cada película en habilidad y sofisticación. Desde la primera escena sorprende el ejercicio de selección de las zonas del Santiago centro por las que se mueven los personajes. Espacios que están ahí, que hemos cruzado muchas veces, pero que nunca habíamos visto desplegados con esta mezcla de elegancia y kitsch, muy propia de otros referentes del melodrama como el maestro Douglas Sirk o el Almodóvar de los últimos veinte años.
Una Mujer Fantástica es una película muy consciente de sus recursos y posibilidades. El mismo director ha señalado que poner a una mujer trans en el centro del relato y filmarla “como si fuera Sofia Loren” es un acto político. Como en Gloria, Lelio escoge de protagonista a un personaje marginal y al hacerla visible y obligarnos a detenernos en su habitar, nos lleva a descubrir su belleza y fortaleza, nos hace identificarnos y enamorarnos de ella.
Se trata de mucho más que una película inclusiva y con buenas intenciones. La cinta es lo suficientemente hábil para no caer en el cine de denuncia, para salir del tipo de relato hiperrealista en donde se ha instalado a este tipo de personajes, pero lo hace sin perder la oportunidad de realizar una consciente crítica a la manera en que, en nuestra sociedad, hemos normalizado las identidades y legitimado algunos amores sobre otros.
Una Mujer Fantástica es BUEN CINE, así con mayúsculas. Es un filme en donde todos los recursos cinematográficos se ponen a disposición de la historia y en el que el espectador termina seducido por las formas y conmovido por los contenidos. Es un cine que todos deberíamos ver para sorprendernos con la belleza posible de lo invisibilizado, para estirar nuestra capacidad empática y para salir de la sala entendiendo el mundo y a los otros un poco mejor.